Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

!Ay, de estos hijos!

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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A LO QUE se declara por los medios que disponen de datos científicos invulnerables, la dotación de nuevos habitadores hispanos se anima. Y cuando, por ejemplo, tener tres hijos parece ser un motivo de ocupación gubernamental hasta el punto de incorporar a los presupuestos una cantidad de euros suficientes para su mantenimiento, se le proclama al matrimonio próvido nada menos que portador de valores eternos en forma de familia numerosa y ejemplar. Hubo un tiempo en esta España nuestra en el que parecía que el destino nos condenaba a perecer por falta de cultivo humano, dicho sea con todas las prudencias lingüísticas que aconseja la buena educación, y nos echamos a temblar. ¿Qué podía ser de nosotros, si nuestro cupo de nacimientos disminuía de tal manera que amenazara algo así como la disolución de la especie? España, o sea, las fabulosas madres hispanas, fueron siempre generosas en proporcionar material humano para las necesidades de la Patria, tanto daba que fuera para la guerra contra el moro, como que los soldaditos españoles, españolitos valientes, se vieran en la obligación de enfrentarse nada menos que con los Estados Unidos por si Cuba o Filipinas, por si el apoyo a la República o la consolidación de lazos con los vencedores del 39. Nuestras mujeres, inasequibles al desaliento, como se decía, seguían pariendo futuros cadáveres, sobre todo si éstos llegaban señalados con el signo de la pobreza. Entonces no les libraba de la miseria y de la cadaverina ni el santo titular. Yo, naturalmente, a la madre que más recuerdo era a la mía. Duró el tiempo suficiente para poner en circulación nada menos que seis hijos de ambos sexos o géneros y dado que el varón de la camada no ganaba más allá de tres pesetas de las de antes, se entiende por qué los hijos acabaron como los descendientes del marqués de Bradomin, entecos, feos y con cara de cabreo permanente. Esto se va a acabar. Según las últimas estadísticas el censo aumenta en proporciones tales que nos hacen esperar que la población española conseguirá reponerse. Los sempiternos escépticos sugieren que no exista la menor prueba de que nos encontremos ante un milagro, y atribuyen esta generosa proliferación a los miles de inmigrantes que se nos han metido por las buenas o por las regulares en los dormitorios, con lo que se asegura que antes de que el gallo de San Viñayo lance su triunfal quiquiriquí, habrá niños para todos los gustos, de todos los colores y del mejor talante, como consecuencia de la política proteccionista de don José Luis R. Zapatero. ¡Aleluya! Porque no se sabe todavía si este estado de júbilo proviene del convencimiento de que tener muchos niños es bueno, o que al fin el temor de la despoblación hispánica será corregida. A este estado de buena esperanza nacional contribuyen las propias señoras en estado de merecer, las cuales, en vista de que la naturaleza les niega el hijo que desean y Salamanca no lo da, acuden a China o al Camerún para prohijar uno de tantísimos niños como andan solos y desnutridos por las calles. ¡Loado sea Dios! Alcanzaremos tal estado de gracia maternal que no faltarán familias que en vez de un caniche de mascota, tengan un niño africano, con esos ojos enormes y esa sonrisa tan brillante. Y sin embargo, tan necesitados, los pobres. ¡Joder, qué mundo éste!

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