Diario de León

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RECOMIENDAN tener un perro a la gente vieja que se queda sin paisaje en su salita majando la soledad, habiéndoselo dicho todo y bordando achaques para poder así ir al ambulatorio y tener a quien contarles su abollada vida. La presencia de un perro en la casa muda de un matrimonio mayor, vago de palabras y fatigado de rozarse, ayuda a reestablecer la comunicación y estimula la convivencialidad. Ese perro es como una personeja nueva que conjura la rutina de los días, pero ofrece una impagable ventaja: jamás discute y, además, acata de mejor o peor grado toda orden que le claven en la oreja. ¿Y por qué no adoptan ustedes un perro de los que ofrece cualquier sociedad protectora? Son perros abandonados; los hay con raza y cierta guapura. Rosendo y Amadora se dijeron de probarlo y de pasar por la perrera benéfica porque Amadora piensa que ellos están también en el caso clínico de la incomunicación. Probemos con un chucho, a ver si nos parece un nieto trasto desollándonos la tapicería. Hubo problemas. Rosendo pretendía un pastor alemán de oreja tuerta, pero ella hizo de sus reparos cuestión de gabinete: no voy a estar todo el día limpiando pelambres; un perro chico es lo que conviene, algo más apañao, que no dé mucha guerra y se pueda lavar en un balde. Ese perro canijo no vale un pijo, sentenció Rosendo. Pero mira qué carita tiene y cómo nos mira. Y se llevaron el canijo. Los primeros días le hicieron fiestas. Exploraba el chucho, si situaba y tardó dos minutos y medio en descubrir donde esta el cubo de la basura. Malo. A la semana ya era experto en esparcir todo su contenido por la cocina. Amadora compró un libro de cuidados caninos y adiestramiento, algo ciertamente difícil en perro hospiciano que colecciona masters en callejeos y maldades. Ella se encargó de darle de comer, pero a él le chuleaba bocados mientras estaban en la mesa. No le des de comer, que el libro lo pone muy claro. También se acostumbró a subirse al sofá. Ella lo echaba, él consentía. Se celaban. No caben órdenes contradictorias; coge el truco y nos chulea. Las discusiones sobre cómo cuidarlo fueron creciendo hasta generar una tensión conyugal jamás imaginada en ellos. Decidieron deshacerse del perro y sus discusiones volvieron a reducirse solamente al mando de la tele. Y volvió la paz.

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