Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Neruda en el corazón

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

UN DÍA 12 del mes de julio de 1904, nacía en Parral, un pequeño pueblo vinícola del centro de Chile, un niño que fue inscrito con el nombre de Neptalí Ricardo Reyes Busualto. Se han cumplido cien años desde aquel milagroso acontecer. Era hijo de un trabajador ferroviario y de una maestra de escuela primaria. Su niñez solitaria, en Tarmuco, donde su padre trabajaba de madrugada como conductor del tren que iba echando el lastre de piedra para que no se estropearan las vías, la pasó embriagado por una naturaleza fronteriza a donde llegaban los albatros y cisnes de cuello negro antárticos y la tierra en verano permanecía preñada de pájaros e insectos, que despertaban su curiosidad infantil. Se autobautizó con el nombre de Pablo Neruda y escribió versos que permanecen en el corazón de los hombres. No importa que en tierras como las nuestras, tan moridas de amor por la poesía, la fecha haya pasado por el calendario sin que los representantes de la cultura oficial se hayan dado cuenta del suceso. Y es que nuestra formación, nuestra tendencia, nuestra intención, y conocimiento están ya en otra parte. No es esta, se dice, la poesía que corresponde a la sociedad en la que vivimos, aunque las apariencias nos inclinen a sospechar que, contrariamente, más bien es ocasión de proclamar que precisamente lo que tenemos o mejor lo que aceptamos como testimonio real de nuestras convicciones es precisamente lo que damos en llamar poesía exenta, libre de la ganga de la sangre, por ejemplo. Cuando al Machado de los padecimientos le preguntaban, para establecer las señales bibliográficas de la poesía, qué es lo que debemos entender por tal, se apresuraba a declarar que no convenía preguntar a los poetas, sino a los profesores. Los profesores que marcan las rutas apenas si se atreven a sugerir la que conduce a Pablo Neruda, que no era ciertamente o solamente el poeta del amor y de la desesperación, sino el de «Residencia en la tierra» y en el de poemas tan sobrecogedores como los contenidos en el Canto General o en la Oda a Federico García Lorca («Si pudiera llorar de miedo en una casa sola») o el atormentado «Canto a Stalingrado» («En la noche, el labriego duerme, despierta y hunde su mano en las tinieblas». Eran, fueron los suyos tiempos de desazón, de exaltación y de muerte. Y Neruda no podía levantar losas para esquivar la silueta de la muerte. Lo dejó dicho para general conocimiento: «Me diréis que por qué no canto el fragor de los volcanes¿ salid a la calle y contemplad cómo corre la sangre por ella». Neruda fue el poeta de un tiempo de dolor y de amor («Puedo escribir los versos más tristes esta noche»). Y su poesía se convirtió en un relámpago del color de la pena. Y tuvo coraje para romperse el corazón cuando, por ejemplo, los ríos no corrían hacia la libertad. En los colegios, en las Universidades, en los cenáculos donde germinan universos putrefactos, posiblemente se recuerde el nacimiento de aquel anónimo que dejó sobre sus mármoles el verso estéril. Y ya es triste, tristísimo que aquí en la España recuperada no se haya escuchado una voz que te recuerde, Pablo, amigo, Pablo compañero, Pablo señor de tu isla negra. Se comprenden estos silencios, solamente rotos desde el Madrid espectacular, porque la vida, que hemos construido, error tras error, no da para otra gloria que la que tenemos. Y tampoco es cosa de obligar a los responsables de la cultura que, además de sus preocupaciones materiales, escuchen el sonido de campana rota de la voz de Pablo Neruda: Así es la vida, Federico, aquí tienes las cosas que te puede ofrecer mi amistad de melancólico varón varonil¿

tracking