LA GAVETA
La tierra íntima
Pasqual Maragall pelea por su eurorregión. Por una especie de estado de «facto» donde Barcelona sería la capital no sólo de Cataluña, sino también de unos pocos millones de habitantes más, entre los que estarían los aragoneses, los mallorquines, los roselloneses, otras gentes de Francia y muy difícilmente los valencianos -su anhelo principal-, pues la abrupta cancelación del trasvase del Ebro es incompatible con esos juegos cartográficos. Añadiré que apoyo ese trasvase -como el PSOE durante tantos años- y que estoy convencido de que acabará llegando agua sobrante del Ebro, recogida en su desembocadura, a la Comunidad Valenciana, a Murcia y a Almería. En eso, por otra parte, sigo la doctrina de Juan Benet, aquel gran ingeniero y escritor, tan vinculado a León por cierto, quien era inexorable al respecto, y mucho sabía aquel hombre de déficits hídricos en España y del único modo de paliarlos. Pero vayamos a otra eurorregión, la que vive en estos lares nuestros. Una eurorregión que yo propugno, libérrima y respetuosamente, y que, al carecer de connotaciones nacionalistas y de otras tristezas similares, es una eurorregión posible. Tan literaria como real. Una eurorregión que no se hace contra nadie, y menos aún apadrinada por Carod-Rovira, ese cordial independentista que se hace acompañar por clérigos de Montserrat cuando va a negociar con el terror. La eurorregión que defiendo, y que pongo bajo la advocación de Miguel Torga, el gran escritor portugués, el primero de los escritores luso-leoneses, es aquella donde me encuentro entre hermanos. Es, pues, hija del sentimiento y no de las teorías territoriales, siempre dudosas, siempre rebatibles. Es una eurorregión que, estoy seguro, comparto con muchos de los lectores. Con los más viajeros, probablemente, aunque de viajes no demasiado lejanos. De viajes misteriosos, telúricos, emocionantes. De viajes por nosotros mismos, y a la vez, por la tierra del viejo reino leonés. Porque la eurorregión que defiendo es, en buena medida, la del antiguo reino nuestro, su quintaesencia tal vez. Y si bien no existe, políticamente, ese León soberano -ni yo lo defiendo-, existen sus rastros, están vivos. Aún muy vivos. Y de ahí ya paso a contarles el mapa, que el espacio apremia. Para decirles que mi eurorregión no tiene mar; empieza en los cauces altos de los ríos más occidentales de Asturias. Esa prefectura, tan vinculada a Laciana, podría tener su capital en Villablino y abarcaría Babia, Omaña y la cuenca del Navia, por donde uno vino a la vida, aunque nacido en la querida Ponferrada. El Bierzo de una parte y el León de la montaña y el del llano serían otras tres prefecturas, con sus capitales en la ciudad del Sil y del Boeza, en Astorga y en la ciudad del Bernesga y el Torío. Luego viene lo más emocionante, la transgresión. El invento de ese imperio pacífico. Citaré tierras y capitales: Valdeorras/Bolo, con capital en el Barco; Sanabria con capital en Puebla; el bajo Esla regido desde Benavente e incluso Alcañices, capital de Aliste. Mi eurorregión no llega, ¡ay! a Zamora. El Esla, claro, no me deja. Pero sí a la tierra de Miguel Torga. A ese León portugués donde todavía se habla el lleunés/mirandés. Hablo de Tras-os-Montes, de sus cuatro distritos sentimentales: Bragança, Mirandela, Chaves y Vila Real, y del Alto Douro sureño, dirigido desde la episcopal Lamego. Y ahí se termina el mapa y nacen otros, más en penumbra. Manchas de aceite que se adentran en Asturias, en Galicia, en Salamanca, en el noroeste extremeño incluso... Pero no quiero ir tan lejos. Me basta y me sobra con la eurorregión descifrada. En sus límites siento que estoy en casa. En una casa de tiempo y de silencio. De agua y de un calor raigal. ¡Qué fácil me resulta conseguir la independencia!