Diario de León

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ALÁBATE BORONA, que no hay quien te coma, dice mi madre cuando se refiere al autobombo inútil o infundado, porque la tal borona no es otra cosa que el pan de maíz que por esos nortes se consumía a falta de otros centenos humildes o trigos caros e imposibles. Fue pan de pobre, claro, pan de bregar robado al grano que se da al ganado, la misma cosa, algo de pienso tiene, duro de digerir y pesado en su hechura (alguna doña esguazó el juanete cuando le cayó una hogaza en el pie). Sólo el pan de bellota que comían los astures hace dos mil años y los alemanes hace tan sólo doscientos superan a la borona en fiereza para el estómago. Pero resulta que aquellos panes que antes se ocultaban cuando habitaban el arcón de casa mentirosa son ahora hogazas de mantel de hilo y crucetilla, invitadas de lujo, carísimo peaje de altísima cocina a juzgar por su precio. En cualquier feria de estos páramos interiores suelen verse con frecuencia puestos de hogazas y otros frutos de horno bajo el rótulo «pan do pais», masera gallega al canto con panes monumentales y otros inventos de obrador como esa hogaza de pan con salvao y pasas de Corinto que es pijadita inglesa que chifla a las paisanas. Cuando uno se atrevió a recordar sabores de infancia y se plantó en uno de esos puestos pretendiendo comprar una hogaza de ese maíz que lleva propinado algo de centeno, se tumbó de culo al escuchar el precio: son veinticuatro euros. ¿Me dice? ¡Veinticuatro el pan; seis el cuarto! Jodó, petaca, paisano, ¿no es algo mucho?... ¡Cuatro mil pesetas una hogaza de pan de pobres!... ¡ándevausté a parar!... Esos panes, además, traen en su meollo varios días de viejura, no son tiernos. ¡Cuatro mil! Si lo viera mi abuelo Severino, llamaba a los de Abastos, a los guardias o a la dirección general de Regiones Devastadas; siendo alcalde en tierras de Ordás, ya en una ocasión empuró a un panadero que en los primeros años de postguerra estraperlaba, adulteraba y encarecía este sustento del hombre honrado. Con el pan no se juega y, menos aún, se especula. Pero como el vicio, al igual que el miedo, es libre, el precio de estas hogazas es legal; hay quien lo paga; y si se paga, acaba valiéndolo. El pobre superó con el progreso los bacalaos, garbanzos o centenos. Pero ahora le gustan al pijo rico y valen diecisiete veces más.

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