Diario de León
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ANTONIO CASADO
León

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CON SU habitual estrépito verbal, no hace mucho tiempo Rodríguez Ibarra proclamó públicamente su orgullo de ser y sentirse español. Rodríguez Zapatero le afeó la conducta por sus excesos verbales pero perdió una ocasión de expresar su absoluta coincidencia con la parte central del pensamiento de su compañero. En el presidente extremeño, como en tantos otros barones y dirigentes del PSOE clásico, la españolidad está en el centro de su declaración de principios. Unos lo dicen con más descaro que otros. Ibarra no es de los que dan rodeos. Y precisamente en aquella ocasión el Zapatero pareció ignorar la reivindicación de la españolidad para fijarse sólo en las molestias que suele causarle la aversión de Ibarra a los atajos verbales. Más recientemente, el presidente del Gobierno declaró que el concepto de nación es «discutido» y «discutible». Eso sería una obviedad en cualquier foro de discusión intelectual donde se trafica con los conceptos, pero en boca de un gobernante que debe cumplir y hacer cumplir la Constitución tiene otro significado. A estos efectos, los de la llamada cuestión territorial, uno de nuestros grandes conflictos históricos (junto a la cuestión social, la religiosa, la militar y la forma del Estado), la letra y el espíritu de la Constitución del 78 proclama con nitidez la existencia de una sola e indivisible Nación sobre la plantilla plural de una España descentralizada. ¿Está en revisión ese principio, plasmado en el artículo 2 de la Constitución Española? Si la presidenta del Tribunal Constitucional, Maria Emilia Casas, cree que no tendría nada de particular sustituir su formulación por otra similar, y si el presidente del Gobierno piensa que el concepto de «nación» es discutible, hay que ponerse en lo peor. Lo peor es la incertidumbre. Con la historia en la mano yo no apostaría por la evolución apacible de este debate. Por tocar fibras tan sensibles ya sabemos lo que ha dado de sí en ocasiones anteriores que no deberían repetirse. En vísperas de Navidad, las posiciones de los barones socialistas vasco y catalán, Patxi López y Pascual Maragall, en relación con la reforma de sus respectivos estatutos, vuelven a poner sobre la mesa la gran cuestión de fondo. Esa especie de herpes que recorre el cuerpo y el alma de España como un cinturón de sufrimiento, que no se acaba de curar.

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