Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Un año después

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EL DÍA se nos anunciaba con un terco trepidar de las matracas de la iglesia parroquial. Como salido de lo más hondo de la tierra, la voz humana del violonchelo nos penetraba hasta los manantiales donde se generan las sangres y las lágrimas. Como estatuas del miedo, millones de hombres, de mujeres, de niños, de ancianos ya con el alma a cuestas, aparecían al pie de los enormes edificios construidos para la intimidad, el consuelo y el descanso del guerrero; seres clavados en el suelo y en el silencio. La ciudad, las ciudades todas de la gran pátria petrificada, contemplaba el vacío y doblaba el cuello a la espera de su liberación. Los trenes -¡ay los trenes!- los trenes se dejaban llevar, ¿hacía dónde? Nadie lo sabía. Eran trenes para la esperanza. Trenes del sudor y de la solidaridad. Desde algún rincón del mundo, un discurso emitido por decreto, hablaba de libertad, de democracia y de barbarie. Las gentes, quietas, clavadas en la cruz de sus ilusiones, no prestaban atención a lo que les parecía música sin contenido. Y es que la vida o la muerte anunciada resultaba compromiso muy serio para ser dejado en manos de los agentes políticos. Llegará un día, se decían los más reflexivos de los asistentes al ceremonial, en que estos hombres y estas mujeres que han construido tan inmensa barraca de feria con leones, dejarán de servirnos como representación. Porque ¡ay de nosotros!. También sonará la hora en que se nos sequen los manantiales del dolor y no haya ya lágrimas para todos. Acaba de cumplirse, de conmemorarse y se recuerda aquel día 11 de marzo del pasado año del dolor, en el que mercenarios del crimen decidieron volar los trenillos del trabajo y de la esperanza, precisamente en la zona madrileña de Atocha, donde más daño y dolor pudieran provocar. Y la metralla hizo volar por los aires la multitud viajera y cercenó las aspiraciones de vida de más de doscientos seres humanos, dejando malheridos a cerca de dos mil de aquellos seres que no pedían sino que les permitieran seguir viviendo y amando y abriéndose el corazón a la esperanza. Durante este año aún teñido de sangre inocente, los hábiles estrategas políticos de la nadería perdieron su tiempo y el de todos nadando entre sombras, de comisiones, de inculpaciones, de referencias falseadas. Un año en el cual, los muertos incluso percibieron lo que tiene siempre de falso el duelo elaborado en despachos, cuando las gentes mueren en la calle. «Dirán -explicaba Neruda- que por qué no escribo sobre el fragor de los volcanes y yo digo: ¡Mirad cómo corre la sangre por las calles! Hasta este Palomar del Sordo, en el que me recluyo, llegan los hondos gemidos del violonchelo. Y siento que los ojos se me llenan de agua amarga. Y me digo: El tren, sacándose los ojos de la noche anunciaba ya sus trepidaciones moviendo el mundo de los miedos. Los pregones del ángel anunciaban el llanto de la tierra. Esperábamos un tren, el tren...

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