Diario de León
Publicado por
JULIA NAVARRO
León

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A VECES tenemos que enfrentarnos a la realidad a través del rostro dolorido de personas que son el testimonio vivo den una injusticia. Este fin de semana en las páginas de los periódicos muchos habrán podido leer unas declaraciones de Ayaan Hirsi Ali, diputada holandesa de origen somalí, que denuncia algo que todos sabemos pero que nadie quiere reconocer en voz alta porque es políticamente incorrecto hacerlo y es que «en nombre del Islam se transmiten prácticas crueles y terribles y para el Islam la mujer es propiedad del hombre». Ella que profesa la religión de Mahoma lo dice alto y claro jugándose la vida. Ayaan Hirsi Ali escribió y realizó junto al cineasta holandes Theo Van Gogh una película en la que se denuncia la violencia que las musulmanas sufren en nombre del Islam. A Theo Van Gogh le costó la vida esa película y desde entonces Ayaan Hirsi Ali vive protegida bajo siete llaves porque los mismos fundamentalistas asesinos la han condenado a muerte. Ella, que sufrió la abominable práctica de la extirpación del clítoris, porque ésa es la costumbre en su Sonmalia natal, que a vivido en el exilio, que se negó a casarse con un desconocido, dedica su vida a luchar por la dignidad y la libertad de las mujeres del Islam. Dice Ayaan Hirsi Ali: «No tengo en nada en contra de la religión como fuente de consolación, pero rechazo la religión como forma de vida», y explica que no se puede buscar en la época del Profeta el modelo de vida para la sociedad actual. Lo que dice es tan de sentido común que sorprende que alguien no este de acuerdo. Continua explicando Ayaan que el Profeta Mahoma se casó con una niña de nueve años, y sin embargo hoy eso está penado, afortunadamente, de manera que intentar que aquellas normas de antaño se mantengan hoy es un disparate. Pero en nuestro confortable mundo occidental hemos decidido rizar el rizo y hacer oídos sordos y ojos ciegos a la realidad por miedo a pecar de políticamente incorrectos. Otro testimonio que me ha sobrecogido es el de Somay Man, Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 1998. Somaly fue esclava sexual, su familia la venido a un burdel cuando tenia trece años. Ella logró escapar de aquel infierno con ayuda de un hombre que se convertiría en su marido. Desde entonces trabaja incansablemente para rescatar a las niñas condenadas a la prostitución.Un negocio alimentado en buena medida por los países occidentales que han descubierto el turismo del sexo. A Camboya. Filipinas, Cuba, a tantos y tantos o países del Tercer Mundo llegan los vuelos repletos de hombres que van a saciar sus más perversos y bajos instintos sin importarles destrozar la vida de niñas y niños. Ella también rompe un mito mantenido en nuestra sociedad: «legalizar la prostitución es legalizar la violencia contra las mujeres». Tiene razón, tiene toda la razón. La cuestión es que todos deberíamos de revisar viejas ideas. La tolerancia con la prostitución es seguir alimentando esa rueda infernal a la que se ven abocadas millones de mujeres y de niñas y niños en todo el mundo. En el rostro de Somaly Man queda la huella del infierno del que logró escapar. En el rostro de Ayaan Hirsi Ali está la huella de quién se sabe condenada por enfrentarse a los fanáticos del Islam. Ambas lo que están defendiendo es la dignidad de las mujeres, de los seres humanos, nuestros políticos deberían de escucharlas en vez de seguir haciendo discursos huecos pero eso sí, políticamente correctos para que a «progres» no les gane nadie. A veces no hay nada más conservador que la incapacidad de algunos de no enfrentarse a la realidad.

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