Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Día universal sin tabaco, fumador arrepentido

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LA VERDAD es que no sé si llego a tiempo de librarme de los efectos perniciosos del tabaco. Yo sé que no debo fumar, como tampoco ignoro que es malo malísimo beber sin moderación y profumar a lo loco. Que el mundo que habitamos se está convirtiendo en una especie de jaula de Guantánamo es cosa que por sabido se calla. Y que nosotros, los habitantes de este y al parecer de todos los demás planetas, contribuimos con nuestra anarquía sentimental a que los efectos reduzcan a la mísera condición que decimos a un mundo que pretendíamos democrático, conciliador y solidario, es un hecho que no le enmiendan ni los graves señores el Concilio de Treinta o de Trento, que tanto importa... El tabaco mata, se proclama ya oficialmente, lo que no elude que el Estado se beneficie del uso y del abuso del fumador, no sólo cobrando el «barato», que es carísimo, sino elevando el coste de la cajetilla a precios de mercado común. Durante más de setenta años con sus días y con sus noches fumé hasta quemarme los bronquios y ya cuando andaba mal de lo uno y de lo otro acudí al médico de cada día para preguntarle: «¿Qué me pasa, doctor?» A lo que el profesional de la medicina y del fonendoscopio que usa vino a decirme: «A mí no me venga usted ahora, cuando está más putrefacto que una momia azteca, preguntando qué coña es lo que debe hacer para corregir sus múltiples irregularidades en sus bronquios, en su riñón, en su páncreas y en su corazón, porque ya no tiene remedio. Confórmese con vivir con su pepita como la gallina». Y así que recibí el diagnóstico, me sentí tremendamente triste y confundido, porque nunca creí que aquella arquitectura de mis veinte años podría resquebrajarse a fuerza de echarle humos, como la de los bomberos. Yo creí que fumar podría ser o se me antojaba que debiera ser una garantía que la naturaleza, con los debidos permisos, nos otorgaba, y nunca, jamás que pudiera llegar a ser un leño quemado. Ya no cantan las bellas aquello de «fumando espero/ al hombre que yo quiero» porque las mujeres se han lanzado a la conquista del humo en cigarrillos y a esas señoras sí que no hay quien las detenga. Y las mujeres también mueren. Y mueren los niños en su vientre. Si de verdad se busca una señal que pueda servir para representar esta época, no hay que acudir a las estadísticas políticas ni a los concilios electorales para conocer cuál es el que caracteriza más claramente nuestra existencia, sino a la Tabacalera, porque la figuración plástica y emblemática de nuestro tiempo es el tabaco. El tabaco y sus riesgos, el tabaco y sus muertes ciertas, el tabaco y su influencia negativa en el comportamiento humano. Ha llegado la hora de perseguir al tabaquismo como al terrorista. ¡Y sin embargo, el tabaco es la única droga que nos permite a los pobres soñar! La verdad es que yo estoy un poco asustado. Y no porque me aterre la idea de acabar con el corazón partido, con úlcera de duodeno (que no sé en qué consiste ni dónde coña se esconde el tal duodenoen mi cuerpo), pero por si acaso y en los veinte años que pueden restarme de vida, quisiera vivir con todas mis partes en buen estado. Y solamente allá en el momento turbador del último trago, solicitaría de las buenas almas un cigarrillo por el amor de Dios. ¡Total, ya para lo que me quedaba!...

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