Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Música en concierto

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CONFIESO QUE ME DESCONCERTÓ bastante el anuncio. Quizá porque no entendiera bien el alcance, el significado del término «Concierto» aplicado a la música, a cierta clase de música. ¿Qué otra cosa podría caer? Fundamentalmente orden y concierto me contestaba. El maestro Eslava nos adelantaba la norma «La música es el arte de combinar los sonidos y el tiempo». Y el maestro de nuestros único compases nos advertía: «Lo que no se atiene a este precepto no es música». Napoleón, entre estampidos, resumía sacrílegamente: «La música es el menos molesto de los ruidos». Y al modo de entender el prodigio de la música solía decir Claudio Rodríguez: «Y toco el quicio más secreto del aire y va creciendo la armonía...». Y en estos deliquios me encontraba escuchando la engarzada música del mar cuando una voz, un grito, un agitado vocerío anunciaba que en un cierto lugar se reunían cien mil jóvenes para asistir y escuchar la música en concierto que emitía, con enormes alardes técnicos para la amplificación del sonido, un grupo de ejercitantes que se anunciaban con un nombre que no hace al caso. Ignoro si es correcto, dada mi ignorancia, considerar aquello que escuchaba como música, fuera en concierto o en desconcierto. Lo que sin duda ocurría es que no disponía yo de los conocimientos suficientes para alcanzar las vibraciones que la música debía producirme. Aquello o esto a lo que estamos obligados, en razón de la acogida multitudinaria de la representación sonora, será otra cosa, como por ejemplo, expansión primitiva irreprimible. No estamos condenando esta clase de experiencias. Cada grupo humano, en muy determinadas épocas y circunstancias inventa maneras de expresión que inevitablemente registran el modo de entender determinadas desviaciones de la cultura. Y si este que presentaban los componentes del grupo es el que corresponde a nuestro tiempo, con su pan se lo coman. Lo que me mueve a recoger este dato en nuestro cuaderno de navegar es lo que tiene de contradictorio, de confundidor que en tanto algunas de nuestras acciones artísticas, acusen una desertización humillante, estas convocatorias de grupos en concierto, emisores de sonidos atronadores consigan atraer cien mil muchachas en flor, que gritar enfebrecidas y saltan y se exaltan hasta el paroxismo. ¿Será cierta y ciertamente expresiva de una tendencia artística sólidamente afirmada o simplemente un modo de rechazar el mundo en el que estamos condenados a vivir, hundiéndonos en la histeria colectiva? Algo por supuesto nos está ocurriendo para recurrir a estas formas de manifestación para espantar nuestros miedos o nuestra inseguridad. Todos somos unos pero distintos y no cabe conceder categorías a voleo por seguir las exigencias de una moda desabejada de la norma. Cada fenómeno tiene su tiempo, por supuesto, pero sin olvidar que hay modas y gustos que merecen palos. Y otros esquemas de vida que resultan insoportables cuando una sociedad se ve impelida a seguir las directrices equivocadas de aquellos que hacen de la música, por ejemplo, un negocio. Morales, uno de los personajes de La velada de Benicarl » completa un pensamiento que puede sernos válido para entender el misterio de ciertas situaciones y admiraciones: «La cualidad de artista, si no la limita usted al oficio, descubre las verdaderas jerarquías nobles por las cuales han de juzgarse la vida y los empeños de un pueblo».

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