Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Día Internacional de la Alimentación

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VICTORIANO CRÉMER
León

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EL PASADO DÍA 16 se celebró (lo de celebrar es una licencia retórica), el Día Internacional de la Alimentación. Quien lo inventó se burlaba de más de medio mundo, para el cual la sola mención del término alimentación les produce urticaria que diría el político gallego. Pero, ¿de qué alimentación hablamos, escribimos y tratamos?. ¿De la de los asalariados en huelga de transportes porque ya no podían con la carga o de la alimentación de los celebrantes de bodas de tronío, sean marqueses, duqueses o políticos en acción? No es necesario que para suscitar reacciones sociales, aleguemos que en el mundo existen más, muchos más hombres que no se alimentan debidamente, porque no les llega el sueldo a la cazuela, que personajes privilegiados para los cuales comer, lo que se dice comer como Dios manda es hábito de todos los días; que yo mismo lo repetía en alguna reunión gastronómica, más que nada para que todos nos hiciéramos a la idea de que dar de comer al hambriento no es solamente una función misericordiosa que debe implicar a todos, «El hambriento va a comer/ cosa bastante frecuente,/ comer es una costumbre/ que suele tener la gente». Y me informan que en las Áfricas del león y del diamante muere cada minuto un montón de niños como consecuencia de la hambruna que arrastran desde que los padrecitos blancos ocuparon sus tierras y dispusieron de sus destinos. En la América hispana o latino americana, si añadimos el Brasil al rosario de pueblos rescatados del anónimo general por los aventureros españoles, no es que los habitantes no coman lo suficiente ni lo debido sino que acaban petrificados como las piedras de Machu-Pichu, clavados en la tierra por las hambres... Celebrar una fiesta o una simple apelación al buen corazón de los humanos para detener la cruel marcha de la pobreza, parece una burlería, sobre todo cuando se confirma que los países ricos, aquellos que no tienen hambre y que comen siempre que lo desean y lo que les apetece, se resisten a ceder de sus enormísimas bolsas, el insignificante 0,7 del que tanto se habla simplemente para continuar conservando las mismas posiciones: Unas de hambrientos y otras de ricos. Siempre los pobres más pobres y los ricos más ricos, que así lo hemos visto/ y alabado es Jesucristo. Se reúnen los once países que manejan los dineros del mundo y acuerdan que los míseros hambreados les paguen la deuda, aunque para demostrar su espíritu de solidaridad, rebajan un 0,0002 por ciento. Y convencidos los responsables de la farsa de que han cumplido con su deber de cristianos, de demócratas y de seres humanos, regresan a sus casas dando mil gracias a Dios porque les permite que las cosas de este mundo estén tan bien dispuestas como para que ellos nunca tengan necesidad de ser socorridos. El padre Séneca dejó escrito para aviso de caminantes e ilustración de ignorantes: «Todo el mundo aspira a una vida dichosa, pero nadie sabe en qué consiste». Prometer y no dar puede ser una fórmula de enmascaramiento político válido para tratar a multitudes hambrientas.

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