Diario de León

El paisanaje

Doblan las campanas

Publicado por
Antonio Núñez
León

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AYER SE cumplieron dos años de los bombazos de Atocha que costaron la vida a 192 paisanos y cambiaron el país como quien le da la vuelta a una tortilla. Aquello no se lo esperaba nadie. Maliciándolo ahora, van a tener razón los franceses, según los cuales no se puede hacer tortilla sin romper huevos. Y es lo que opinanos también cartesianamente algunos que somos de pueblo y estamos empadronados por aquí sin complejos y con tanto sentido común o más que uno de París. Hay quien sostiene peregrinas tesis sobre la autoría de los atentados, como que fueron «teledirigidos» por ignotos servicios de inteligencia para que cayera Aznar y llegara a La Moncloa otro menos belicoso con el reino de Marruecos -Ceuta, Melilla, las cabras de Perejil y las islas Canarias- y con los otros ramoneos de los cabritos de ETA, que pastan en los montes del PNV. Aznar dijo en su día, y él sabrá por qué, que a los culpables no había que buscarlos en desiertos muy lejanos, como dando a entender que de Bin Laden nada, ni en montañas remotas, o sea de Hendaya para acá, a ver si nos entendemos. Puede que sí o puede que no, a veces la verdad es muy cruel, pero en todo caso la llegada de Zapatero a La Moncloa fue un accidente, quién sabe si mortal de necesidad. Otro refrán francés recomienda igualmente no poner todos los huevos en la misma cesta, por si acaso. Así que debe darse a este Gobierno, al reino alaüi y a todos los que se han aprovechado del atendado el beneficio de la duda, si no la presunción de inocencia. En estos casos las reglas clásicas de la democracia y de la abogacía recomiendan después del «quid prodest?» o a quien beneficia, el «in dubio, pro reo», porque aquí aún todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario, y no al revés, como dice Rubalcaba. Aún suponiendo que lo del 11-M hubiera sido un asunto de media docena de pelagatos arengados por Bin Laden o su corresponsal en España, Abú Dadá, vía teléfono móvil o a través de Al Yasira -como aquí Radio María , pero desamorados de la madre que los parió- es de destacar al cabo del tiempo lo diferente de las reacciones de según qué países en este tipo de avatares. Después del 11-S y las Torres Gemelas de Nueva York los americanos cerraron filas y no dejaron títere con cabeza en Afganistán e Irak. Cuando las bombas del metro de Londres el primer ministro británico mister Blair -Tony, para los guiris - mantuvo las tropas en Oriente y ahora él y los del PP de allá, a los que llaman torys , como al toro señorito y conservador de Osborne, buen coñac, se lamen las heridas a medias. No se sabe lo que estarán tramando, pero peor para los otros. Y en Francia el presidente Chirac ha avisado que no le temblará el dedo de la bomba atómica si a algún país islamista se le ocurre atentar contra París, oh, là, là, porque una cosa es ser antiamericano y otra que le toquen a uno los oeufs , o cojones para entendernos fuera del liceo franchute. Cuando lo advirtió sin que nadie le preguntara sería porque estaba mirando a los de Bush, Blair y Aznar. A su vez Putin, como su propio nombre indica advierte lo mismo a los chechenos y les apunta directamente la patada hacia salvas sean las partes que ocultan la bragueta y el Cáucaso. En España, por el contrario, Zapatero y Rajoy no se hablan, pero tenemos un fluído «diálogo de civilizaciones» con los que le han hecho al país lo que un día Federico Trillo definió en el Congreso al ujier como «manda güevos , Manolo, tráeme la maza». Manolo lo entendió perfectamente, pero se ve que el electorado no. En consecuencia el país va de mazazo en mazazo, autodándose golpes en la cabeza. Servidor prefiere reírse de los años que quedan de legislatura antes que darse contra las paredes. Hoy doblan las campanas por el dolor de las muchas víctimas del 11-M en su segundo cabo de año, como decían nuestras abuelas. En la cárcel hay una docena o dos de presuntos implicados y en el cementerio, además de las víctimas, otros ocho o diez autores suicidados en el piso de una barriada madrileña de forma un tanto pintoresca: a uno le pilló la explosión con los pantalones puestos con lo de delante para atrás y el cadáver de otro apareció debajo de un colchón, donde buscaba refugio contra el martirio, posturas ambas que dicen poco de su fervor guerrero. Son cosas que vienen en el sumario del caso: unos 85.000 folios, equivalentes a 150 tomos de El Quijote. Cualquiera que haya leído a Cervantes le llamaría a eso marear la perdiz. Seguimos como estábamos hace dos años, sólo que con 192 muertos y muchos vivos que viven de la carroña, algunos, por cierto, muy bien. Y la investigación en los países árabes parece subcontratada por el CNI y Moratinos a Mortadelo y Filemón.

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