Diario de León

A LA ÚLTIMA

La visita de la vieja dama

Publicado por
ROBERTO L.BLANCO VALDÉS
León

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A FRIEDRICH Dürrenmatt, uno de los más grandes dramaturgos de Suiza, que escribió en 1955 una obra de teatro con el nombre que titula esta columna, le hubiera encantado la historia de otra vieja dama, la de Elche, a la que la peste del localismo ha convertido, de repente, en una de las mujeres más deseadas de su pueblo. Y es que la cosa no tiene desperdicio: la dama de Elche, cuya historia daría pie a Dan Brown para escribir otra de sus horripilantes novelas, tiene de Elche poco más que su nombre artístico y la casualidad de un enterramiento, perdido en la noche de los tiempos, que explica la filiación de la enigmática señora. Su busto apareció en 1897 en la loma de la Alcudia de Elche de donde emigró al Louvre, que la compró cuando este país malvendía obras de arte igual que exportaba caspa o cera. Pero la de Elche pronto iba a volver al más destacado lugar del solar patrio, al Museo del Prado, hasta que se decidió transferirla al Museo Arqueológico Nacional. En el arqueológico he visto a la Dama en diversas ocasiones, la primera de ellas cubierta de una patina de polvo que indicaba bien a las claras la poca atención que recibía. No recuerdo haber notado nunca la existencia de colas de ilicitanos para girar visita a su paisana, ni retengo en mi memoria reivindicación alguna solicitando la vuelta de la hija emigrada a su terruño. Hasta que llegó la epidemia de localismo que arrasa este país y la Dama de Elche pasó a ser la Agustina de Aragón de aquellas tierras levantinas. Porque es el localismo, no lo duden, el que explica este repentino interés por el arte ibérico que debe estar dejando atónitos a los historiadores y deliciosamente satisfechos a los políticos que viven de agitar la botella de lo propio. Sí, es el localismo -el mismo que tenía transidos de dolor a los catalanes y de indignación a los salmantinos a cuenta de los documentos de la Generalidad en el archivo de la guerra- el que ahora lleva a los ilicitanos a formar corrillo y gritar ¡guapa! en torno a un busto que hasta anteayer les importaba dos pitillos. El chasco que iban los piropeadores a llevarse si supiesen que hay especialistas que afirman que la Dama de Elche, en realidad, ¡era un señor!. Pero en eso consiste el localismo: en creerse las mentiras.

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