Diario de León

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LLAMAN los franceses a lo suyo grandeur porque creen tener en su historia y méritos alguna razón para este orgullo alardeado. En pasando Pirineos, la cosa se nos queda en grandonismo y en portada voceada (y no pocas veces insultante) de periódico deportivo; y por lo mismo y en caso contrario, en derrotismo declinado con todo tipo de descripciones morbosas o hirientes de cada ángulo del fracaso. Es eso que los escolásticos denominan tristitia post coitum o eso otro que la sabiduría popular define escocidamente con «por un gustazo, un trancazo». «Vamos a jubilar a Zidane», titulaba un periódico deportivo en los días previos a la humillación de nuestro verbo encarnado, esto es, la camiseta roja. Profetizar en vano con boca alegre tiene estos batacazos. «Esta vez, sí», dijo el otro profeta de La Moncloa. Y fue sí, claro que sí, el mismo sí en el que hemos pacido futboleramente durante décadas, de manera que su profecía podrá transmutarla en acierto si le peta, que artes de petar no le faltan. Y esa voz de lata mamporreada que va de jefatura en la retransmisión de los partidos, ese desgargantamiento de pelotón con pelota mondada en la cabeza y con desgarros al diccionario, ¿seguirá en su grandonismo, en sus exaltaciones de macarrismo de grada y motejando cada apellido de futbolista que le caiga oblícuo, berreando mofas y cancioncillas en calzoncillos... ese mondo y lirondo seguirá con su tiquitaca?... En el lago Tiquitaca es donde nos hemos ahogado, en ese tuyamía-tuyamía con sentencia final cagada en el estrado de la más elemental prudencia o humildad, que es la virtud de los verdaderamente grandes. Piensan muchos que Zidane tiene más que legítimo derecho a brindar su victoria francesa y su golazo de maestro (con doctorado indiscutido) a la picuda prensa deportiva española que insistió en su jubilación. Summa cum laude para este español consorte, francés discreto y argelino de cuna que piadosamente nos ha dado sopas con bota (ni honda le hizo falta); piadosamente, digo, porque nos ha visto algo incapaces de comer sólido o duro tras habernos desdentado enteramente con el cantazo en la boca que nos hemos arreado nosotros mismos. Caídos del burro, volvamos a la alpargata con la que los grandes empezaron a jugar a la pelota en las eras de su pueblo.

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