Diario de León
Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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ESTÁ MUY BIEN que Washington cuente con un plan de transición política y económica para Cuba. Es lógico y normal tener un plan semejante al que habrán dedicado sus esfuerzos un buen número de funcionarios, observadores, analistas y etcétera. Lo que no sería lógico ni tendría mucho que ver con lo normal es la confianza hipotéticamente depositada en ese plan. Washington es especialista en planes para la isla que acaban en naufragio. En realidad, la épica de un enfrentamiento a lo largo de décadas entre la nada y el todo, entre el grano diminuto y las posaderas inmensas, no tiene otro argumento que la incapacidad de la potencia para acabar con la minucia o, quizá mejor dicho, con el caudillo, jefe, líder o comandante de la nonada. Es una impotencia forrada de patinazos y meteduras de pata que dan crédito a las palabras con las que Fraga se refirió hace unos días al asunto: «Esperemos que nadie se equivoque en Washington, en Miami o en La Habana». En Washington, que es la capital más grande e importante de las mencionadas, hay una larga tradición en no acertarle al comandante, iniciada en aquella cumbre del fracaso que fue Bahía Cochinos. Claro que Kennedy nunca las tuvo todas consigo. Desconfiaba de los servicios secretos tanto como estos de él, y confiaba demasiado en su hermano Bob. Tampoco tuvo tiempo para más, y en cuanto lo mataron, la muerte de Castro pasó a ser algo así como una de las obligaciones debidas a beneficio de inventario. Quizá por ello, el asesinato del dirigente cubano se convirtió en un motivo para los diseños extravagantes, los planes surrealistas y las truculencias más chafarderas. Aquella inminencia se fue prolongando hasta dar en la nada y entonces se entró en la grandilocuencia de suponer un submarino que bombardeara la isla surgiendo súbitamente de las aguas como si fuera el Kraken, o en el sigilo de hacer llegar a las barbas de Castro un unto o poción de sales de talio que lo dejaran lampiño. Esa maquinación se amplió luego a la idea de un regalo: un equipo de natación submarina impregnado, por encima del cuello, con un bacilo de la tuberculosis y, por debajo, con un hongo que le atacara la piel hasta matarlo. Todos aquellos planes fallaron, es decir, no hubo uno que no lo hiciera más fuerte. Por eso es tan importante que nadie se equivoque ahora.

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