Diario de León

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CUANDO vino Nuria Espert al «Emperador» me reconcilié con el teatro de vanguardia escénica porque traía un inédito y espectacular montaje de la «Yerma» de Lorca sobre una gigantesca cama elástica que ocupaba todo el escenario y algunas filas del patio de butacas. Guapa versión. Hice las entrevistas preceptivas a la Nuria y al Dicenta, Daniel, y también la osada crítica de la obra en la que cometí un grave error: encomié la interpretación de la secundaria Paloma Lorena por ver si me la ligaba y soslayé deliberadamente los alardes dramatúrgicos de la gran diva catalana. Desayunando al día siguiente con Daniel (algo mosca) y Paloma (encantadísima), compareció allí la Espert, pasó a nuestro lado, saludó con calderilla cortés y formuló en su cara un mohín de desdén o desaprobación. Compréndelo, dijo Paloma, está acostumbrada a monopolizar halagos. Lo raro es que no me haya dado un guantazo, pensé, porque tenía reciente uno de los dos únicos soplamocos solemnes que me propinaron las mujeres en mi vida. Me lo había facturado al bies la gran Ana Mariscal, de gira con su compañía por León. Al parecer, en la entrevista que me concedió para este periódico me confidenció algunas cosas off the record y, como tenían su sustancia, no me corté un pelo en incluirlas en la interviú. Al día siguiente la tenía en mi programa de radio y en la misma puerta del locutorio me atizó un cachete al papo que sonó lo suyo. Inmediatamente, viendo algo desrpoporcionada su simpática réplica, pidió disculpas y me soltó una metralleta de besitos, como esos del «sana, sana, culito de rana», mientras afeaba mi indiscreción, de modo que acabé diciéndole «pégueme otra vez, señorita Mariscal». El otro guantazo fue de mujer brava, de aquellas que el padre Cura denominaría «bragadas y de pelo en pecho», Maria Teresa Íñigo de Toro, directora de La Voz de Valladolid, organizadora del festival musical de la Paz al que metí un chorreo de página entera por cazoleo discográfico y robo de galardón a nuestro Ricardo Cantalapiedra. Pero también fue guantazo seguido no de beso, sino de abrazo perdonador... qué apretura, qué volumen, qué energía... y cuánto honor, tenida cuenta que en toda boca andaba la relación de amores de la Íñigo de Toro con la gran jefa Pilar Primo de Rivera. Uf.

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