Diario de León

Creado:

Actualizado:

POR DOS veces han robado los huevos de unos patos que tienen ajardinados y estancados en Valencia de Don Juan y causa extrañeza lo que se supone sea una gamberrada, aunque a alguno se le antoja robo por necesidad, raposería que dicta el hambre. Ahí está la novela escondida y ofreciéndose, pues no es difícil imaginar a un pobre jubileta de pensión-patíbulo nocturneando el parque y arramplando con la puesta. Fueron dieciocho huevos esta vez, docena y media, seis tortillas de a tres. Porque hay gente en estos simulacros nuestros de riqueza que anda de pobre o con lo justo y no le llega la camisa al cuerpo del miedo que les da el futuro y la limosna. Hay salteadores y escarbadores de basura que hurgan en contenedores mientras la pachorra nacional se arrellana ante el televisor. De la basura sale mucha cosa y sustancia. Si pillaran las hordas infantiles de los basureros de Manila estas cantidades nuestras de vertedero, le darían utilidad al ochenta por ciento de lo que aquí tiramos. Y ¿quién no oyó de tal o cual paisanín que trincaba palomas de plaza pública para adornar su arroz viudo?... No se olvide que comer lagartos o culebrillas fue solución para muchos en tiempos de gazuza borde, aunque hoy es lujo oriental al estar prohibida su caza, como la pesca de ranas, que empezó siendo comida de miserable (como las setas o los cangrejos que en la cultura rural leonesa sólo llevaban a casa y a escondidas los comegaspies ) y acabó entronizada en la ración del rico (alarma: desaparecen del Órbigo sus ranas; en el tramo de Carrizo a Cimanes no he visto este año una siquiera, ni una, cuando allí estaban las charqueras en las que El Chepa faenaba con varal de bambú volviendo a casa con doscientos o trescientos pares de ancas). Antes se vendían huevos de pata en las tiendas (son más grandes y apepinados y habían quien le daba cosa el comerlos). Lo mismo quien los roba tiene síndrome de abstinencia y procede ladroneando estos huevos de los patos coyantinos al entenderlos como cosa pública en campo libre, esto es, aplicando la «ley de bienes mostrencos» (los que no tienen dueño expreso o probable y cualquiera puede aprovecharlos, recogerlos o mercarlos), que le permitió llevárselos a casa con la conciencia tranquila y cosquilleándole la andorga de la alegría que vino gratis.

tracking