Diario de León

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TURRÓN de pobre es azúcar fundido y preñado de avellanas. Barato sale. En Asturias se lamió mucho de este guirlache navideño que es roca para los dientes (siempre hubo azúcar en la despensa y avellanas mostrencas en el monte para el apaño). También la repostería navideña era asunto casero; y lo mismo que es cierto que «más vale hacer que mandar», en tiempos de apretura era precepto el «más vale hacer que comprar», así que la cocina, en vísperas de zambomba, se convertía en obrador de paisanas enfaenadas con sequillos, pastas y roscas que se guardaban en latas para que el día que tocara comerlas ya parecieran revenidas. Y en cuanto a frutos, corta carta: uvas pasas, manzanitas reservadas, higos secos, nueces y, muy bercianamente, castañas de las que dicen pilongas, de esas secas y tiesas que no logran roerse más de tres en una tarde entera. Grapadas a mis recuerdos están las nueces tostadas (también las avellanas hacían su cursillo en el horno entre las voces de alerta de la abuela a la nieta para que vigilara el tueste y no se aburaran). Y los higos, claro, lo más barato de la Navidad ibérica, higos de Puente Genil los más nombrados, higos en sacas de yute, higos arrugados como cojón de mico, higos enfoscados en harina, algo ruines en presencia y socorridos por demás. Superando en algo esa miseria, estaba el «pan de higos» que ya va siendo fósil del recuerdo, esto es, carne de corazón higo paso hecho tableta entre dos obleas y envuelto siempre, invariablemente, en papel de celofán de colorines, verde, rojo, azul y amarillo... Sigue haciéndose, supongo, pero ¿qué mesa asalta?... Cuando llegaron nueces de California (grandes, limpitas y vanas de sabor), despreciamos las nuestras por retacas, renegridas y carcelonas (tan prietas y sustanciosas que ocupaban todo el vano resistiéndose a desencarcelarse). Ahora hemos escarmentado y sabemos que es mejor nuestro menudeo de nogal. Sin embargo, con lo higos, me rindo al saber y sabor extranjero, el de los turcos. No hay higos como esos: piel clara, sin harinas, mimados uno a uno, grandes y carnosos. Hay que casarse con ellos. ¿Cómo?... Vieja fórmula de maridaje con lo nuestro: ábrelos, mete dentro una avellana tostada o nueces, cierra el sobre y escríbele esa carta al paladar. Y si cierras los ojos, se hace cazurra la pasión turca.

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