Diario de León

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ABUSAN y aburren con la expresión. Cuando sus obras irrumpen con rabiosa modernidad en espacios históricos o estilos antagónicos, dicen los arquitectos que su edificio se proyectó con tal o cual osadía para estalecer un diálogo entre historia y modernidad, diálogo al canto, ¿hablarán las piedras?, como acaba de decir de su proyecto Dominique Perrault en la vieja azucarera Santa Elvira en la margen maldita de este río que rompe la ciudad segregando del pulso capitalino a sus barrios de sales y cruceros, lugar presto a convertirse en «palacio de congresos» (y alardes) con una cosa muy firulí que tiene mucho vuelo presupuestario, gran morterada (de salida, setenta y dos millones de leandros; ¿y de llegada?), cubriéndolo todo un corrido tejado de cristal (siempre dio yuyu el techo de vidrio), mucha modernez adosada a ese tocho fabril de ladrillamen, feote por demás y de lóbrega entraña que aún sugiere aquella entrada del obrerío con fiambrera y pantalón de mahón mientras una interminable hilera de tractores y carros cargados de remolacha aguardaba turno de báscula y descarga en un madrugón de helada y pitillo en corro. Lo del diálogo queda aparente, conveniente y perfumado. Dialogan, insisten. Entablan diálogo. Jodó. Dialogando voy, dialogando vengo; y por el camino yo me entretengo. Una millonada paga la charla. Hala, que hablen. Dialogar es civilizado, propuesta calmada que concilia diferencias. A nadie le riñen por querer dialogar; bien al contrario. Políticamente, es lo correcto y normativo. Pero poner a dialogar a dos o más edificios ya parece coña o pretensión divina que ni siquiera Miguel Angel logró con su Moisés, al que arrojó furioso el martillo conminándole a que hablara de tan perfecto como le quedó... y tururú. ¿Dialogar?... Es mentira. ¿Puso alguien la oreja? No dialogan en la inmensa mayoría de los casos; gritan sus gestos. Si los estilos se dan de tortas (y suele ocurrir), no hay charla amistosa, tienen distinto idioma y discuten gesticulando con esparabán (no empujes, cabrón; arrímate pallá; mira que yes feu; y cosas así). Casi siempre se insultan, gritan, se suben a la chepa o se tiran del moño. En este mudo hablarse no cabe calma o compostura. Pero llamando diálogo a esta discusión perpetua y chirriante, se absuelve el crimen y al faraón.

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