Diario de León
Publicado por
ROSA VILLACASTÍN
León

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EL GRAN pecado, si a eso se le puede llamar pecado, de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, es que tiene hambre de cambio. Una actitud que causa estupor, entre los «miembros», y las «miembras» de una sociedad cada día más acomodaticia, sobre todo cuando vienen de aquellas instancias de poder donde los nuevos aires de igualdad, son acogidos con recelo en muchos casos, en otros con chanza, con risas, con desprecio absoluto. Situación que me recuerda mucho a la que vivió Carmen Romero cuando dijo aquello de que había que conseguir que en las listas electorales de los partidos, un 25 por ciento de los nombres fueran mujeres. Y miren por donde hasta los más críticos con la ex diputada socialista por Cádiz, hoy superan con creces aquellas cifras que empezaron siendo calificadas de discriminatorias, de puro disparate, y en el 2008, son la Biblia de cualquier partido democrático que se precie. Basta con ver los últimos nombramientos de Mariano Rajoy, para comprobar que poner una mujer al frente de un puesto de gran responsabilidad, vende. Vende tanto que no le han importado las críticas que se le hicieron cuando designó como portavoz del Congreso a Soraya Sáenz de Santamaría. Adelantarse a las demandas de la sociedad suele pagarse con un alto precio. Prueba de ello son los numerosos artículos que se han escrito en contra de la ministra. Es como si después de un tiempo de silencio obligado se hubiera levantado la veda para dar caña a una mujer que se ha tomado en serio su trabajo. Rasgarse las vestiduras porque diga que quiere abrir bibliotecas para mujeres, no deja de parecerme una estupidez, o fruto del desconocimiento sobre la realidad que impera todavía en muchos pueblos y ciudades de nuestro país. Un número importante de mujeres de la generación de la guerra y de la post guerra, no saben ni escribir, ni leer, tampoco quiénes eran Carmen Conde o Rosa Chacel, por poner un solo ejemplo de mujeres que rompieron moldes. Hay un libro delicioso de Alan Bennett, titulado Una lectora nada común , que recomiendo a quienes se han alzado contra la propuesta de la ministra de abrir bibliotecas para mujeres. Una fábula, bajo la cual bulle una salvaje indignación contra la estupidez, el filisteísmo y una apasionada defensa del poder civilizador del arte.

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