Diario de León

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UNA enfermera de atención y detalle (soy la que canta en los ascensores y preguntaba por tu hermano malito) me alerta de árboles que están dejando en la moribundez de la secura en la calle donde vive, que está por La Palomera, aquella faja de prado y palerona que contenía las arremetidas del mazacote macizo de San Mamés y que también es ahora huertón donde crecen bloques de pisos de arquitectura algo modorra, pero sobreviviendo allí algunos árboles que mata la sed y la indolencia municipá, zeño Jozé... dígazelo uzté a Paco, con don, don Paco... Paco Condón, no, que ese era Ricardo, el sin don, o sea, don Sindón, de Gumersindón Pantalán García... ¿o era Pantalón García?... aquel sí era chopo plantado en medio, no en la acera, como los que cuenta mi comunicante, esos chopos palomeros que mueren de sed. Me dice que se hartó de comunicar la agonía a la autoridad (la municipá, don Jozé) y que ha sido puro bureo la cosa, que nanainas de agosto es buen desayuno... y que baja ella algunas noches unos calderos que no hacen más que mojarles los labios en su agonía postrada, y nada, que se le va la hoja seca, que se quedan calvos, como suicidándose en verano o como víctimas inmoladas de la cierta indolencia jardinera que muestra la ciudad ultimamente con parterres muertos, escobas tiesas, rincones agostados y otros abandonos de los que da cuenta la prensa y la afonía de la oposición... « La manga riega, que aquí no llega ». ... o como esos tejos que se desmoñan muriendo en la planicie de San Marcos donde los pinaron como pirulos cuadradotes, bolos en formación militar junto a charcos cuadradetes copiados de Lyon... la diñan esos tejos que costaron pastorra indecente, como sus vecinos robles italianos y más árboles, se amustian y se rinden. Cada vez que los veo, confieso echar maldiciones al jardinero o arquitecto que los petó en esa esplanada granítica encadenándolos a la peor y más vergonzante esclavitad de ornato urbano hortera, ellos, tejos que nacieron para ser milenarios y gigantes, con bóveda de basílica... ahí los tienes, báilalos, castrados desde críos, rapuchados y recastrados, como si fueran aquellos pueri cantores que, en los coros con órgano y cabildo, servían la Gloria muy bien cantada, como doncellos impúberes... ¿impúberes?... ¿o era in púribus , en porretas?...

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