Diario de León
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León

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ACABADO EL TIEMPO de Navidad, continuamos con la celebración del tiempo ordinario, que este domingo nos presenta el relato de la vocación de los primeros discípulos de Jesús, un anticipo de toda vocación cristiana. El viejo catecismo, que muchos aprendimos de niños, decía que ser cristiano es ser discípulo de Cristo. Y ser discípulo es ser un hombre al que Jesús ha llamado para llevarlo consigo y hablarle, para descubrirle su doctrina, su misión en el mundo, su modo de hacer y de estar. Esto hizo Jesús con los discípulos y sólo cuando lo escucharon, cuando aprendieron a pensar y a vivir como Él, cuando hicieron suyos los sentimientos del Señor, pasados también por la Pasión y la Cruz, fueron capaces de proyectarlo al mundo, ofreciendo a la sociedad de aquel momento un nuevo modo de pensar y de vivir, una nueva forma de entender las relaciones del hombre con sus semejantes y con la creación, basado no en la violencia o el dominio, sino en el servicio, la entrega y el amor.

Nosotros somos los discípulos de hoy, los que también nos tenemos que acercar a Jesús para aprender de Él, en la escucha atenta y obediente de su Palabra, en la puesta en práctica de lo que Él nos diga y en la celebración de la Eucaristía como lugar de encuentro y de reparación de fuerzas para seguir adelante con el testimonio de cada día. Cualquier otra forma de entender la fe cristiana que no sea ésta, será una religión más de las muchas que pululan por nuestro mundo, hechas a la carta, pero no será la de Jesús. Y es que lo que nos dirá este domingo san Pablo en la segunda lectura es la verdad fundamental de nuestra fe: «No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros». Nuestra fe, nuestra vida cristiana dependen de la muerte y Resurrección del Señor, participamos de ella, no como dueños, sino como sarmientos en la vid.

Somos seguidores, no inventores; no somos nosotros los que hemos tomado la iniciativa, es el Señor Jesús. La búsqueda es el camino hacia la experiencia de Dios. Sólo mientras lo buscamos, podemos tenerle. De modo que esta actitud vital de búsqueda y de crecimiento espiritual está en el centro de la vida en cristiano.

Llega una etapa, cuando la fidelidad ya ha sido probada, en la que Dios se hace presente desde el misterio siempre imprevisible. Ante su presencia no cabe otra actitud que la confianza paciente, la paz activa y la esperanza. «Mirad cómo se aman» es el signo de Dios que nos toca hacer patente a todos. Jesús lo manifestó con sus obras y predicación del Reino. A nosotros se nos encomienda la grata tarea de presentar al mundo el testimonio de Dios, o sea una repetición del mensaje de Jesús, vivido por nosotros hoy, inventando y recreando la forma. Para que esta gloria del amor se irradie, habrá que liberarla de los filtros que pretenden confundirla con la moral, el orden establecido, el miedo solapado o bien otros intereses poco nobles disfrazados de religión. La solidaridad con los más pobres y la contemplación admirada de las maravillas de Dios nos indicarán el camino.

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