Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Celebramos el penúltimo domingo del tiempo ordinario. Sus lecturas, así como las de las misas de estas dos próximas semanas, abordan el tema del final del tiempo, de la consumación de la historia. De lo que pasa y lo que permanece, de lo absoluto y de lo relativo. Es curioso observar cómo, cuando ocurre un fallecimiento, familiares y amigos del difunto comentan la brevedad de la vida y lo absurdo que es preocuparse por cosas que no van a ninguna parte. Ahí se suelen hacer propósitos de tomarse la vida de otra forma y de valorar sólo lo importante. Claro que reflexiones y propósitos que en un momento llegan, en un momento se van; y pronto vuelve todo a ser como antes: la ambición, el dinero, el capricho... Olvidamos que todo esto ha de pasar, todo menos la palabra de Jesús, que habla de vida, de amor, de servicio.

El evangelio de hoy, al proclamar el fin del mundo, nos encara con nuestro fin, con el futuro absoluto, que, aunque desconocido, acaba por ser esperanzador, pues no está en las manos de los poderosos, ni en los arsenales atómicos, ni en las grandes fortunas, ni en las multinacionales, ni en la nueva generación de ordenadores; no está en manos de los hombres, sino en las de Dios. Pero este evangelio nos encara también, y eso sí que está en nuestras manos -en las manos de todos los hombres de cualquier lugar- con nuestro destino en este mundo y en esta vida. Esa es nuestra responsabilidad. Y nuestra culpa. Porque ni este mundo está bien, ni todos los seres humanos pueden disfrutar de él, como es justo y necesario para que podamos vivir en paz y felices.

Y eso ¿cuándo será? Podemos contestar que no sabemos ni el día ni la hora; pero también podemos proclamar con firmeza nuestra convicción de que las palabras de Jesús no pasarán; su Buena Noticia, su anuncio de un mundo de hermanos, será realidad. A nosotros sólo nos queda trabajar con todas nuestras fuerzas para hacer que ninguna esperanza quede defraudada. Dios es un Dios con futuro, aunque nosotros frecuentemente lo presentamos con una «reliquia» del pasado. Parece que sólo nos pide conservar unas tradiciones, cuando, en realidad, nos está llamando continuamente a construir un futuro diferente del presente que nos toca vivir; un mañana que no sea como el hoy, sino radicalmente distinto. La Buena Noticia está proclamada y puesta en marcha, pero no todo el mundo la ha acogido; por eso hay tantas esperanzas defraudadas. De ahí la urgente tarea que tenemos los que nos proclamamos cristianos, o sea, los que reconocemos haber acogido la Buena Noticia, los que tenemos que vivirla y ayudar a que todos la vivan, para que todos puedan conseguir lo que anhelan. Porque Dios nos ha hecho con ansias insaciables de felicidad, de hermandad, de justicia y de eternidad.

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