Diario de León
Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

El aborto es un pecado, pero no es un delito». Algo así ha dicho un conocido político español a propósito del proyecto de ley del aborto. Hay que agradecerle que haya recordado la distinción fundamental entre el orden ético y el orden legal y penal. Sólo los tiranos tratan de convencernos de que sus leyes son el fundamento de la moralidad. Como si lo bueno fuese solamente aquello que permiten las leyes u el mal estuviese delimitado por sus normas o condenas.

Pues no. Las leyes no son el fundamento de la moralidad. Al político habría que decirle que aunque el aborto deje de ser un delito, no deja de ser un pecado. La dignidad o indignidad de la conciencia no es regulada por los órganos del gobierno central. Ni por las disposiciones de las administraciones.

En este contexto sería bueno volver a leer un ensayo titulado «Por qué no podemos menos de llamarnos cristianos». Fue publicado por Benedetto Croce el 20 de noviembre de 1942 en las páginas de «La Crítica». Aquel historiador y filósfo, nacido en un pueblo de Los Abruzos en 1866, se atrevía a escribir que «el cristianismo ha sido la mayor revolución que la humanidad haya realizado jamás».

Evidentemente había de dar el motivo en el que se apoyaba para tan atrevida afirmación. Y lo daba: «La razón de lo que es la revolución cristiana actuó en el centro del alma, en la conciencia moral, y dando realce a lo íntimo y propio de esa conciencia, casi pareció que le concedía una nueva virtud, una nueva calidad espiritual que hasta entonces le había faltado a la humanidad».

No ignoraba Croce los defectos y cansancios, los silencios y las negaciones práctica de los cristianos. Tampoco ignoraba que los grandes movimientos de la modernidad se habían apoderado con frecuencia de los mitos y de los signos cristianos. De hecho proponían los ideales secularizados de una nueva «ciudad celeste» o de un nuevo «jardín del Edén».

Sin embargo, Croce afirmaba que «también nosotros, como los primeros cristianos nos esforzamos por armonizar los siempre renacidos y ásperos contrastes entre la inmanencia y la trascendencia, entre la moral de la conciencia y la de los mandatos y de las leyes, entre la eticidad y la utilidad, entre la libertad y la autoridad, entre lo celestial y lo terrenal que hay en el hombre».

El mundo sufría el zarpazo de ideologías y potencias totalitarias que se imponían por la fuerza, sembrando el campo de muerte. Y, sin embargo, Croce escribía convencido: «Conservar, volver a encender y alimentar el sentimiento cristiano, es nuestra necesidad siempre recurrente, hoy más que nunca punzante y atormentada entre el dolor y la esperanza».

Con esa misma esperanza iniciamos un nuevo adviento. Éste es el tiempo de la vida siempre renacida. La vida de Jesús y la nuestra. Un tiempo que nos sitúa, una vez más, entre la fuerza de la ley y la dignidad de la conciencia.

tracking