Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Ayudar a los demás con lo que uno sabe o puede es el más dulce de los trabajos». Son preciosas esas palabras. Uno diría que resumen el espíritu de la fe cristiana. Y que habrían de convertirse en norma universal. De alguna forma nos recuerdan que el hombre no está en este mundo para encerrarse en sí mismo y para cultivar su egoísmo.

Pues bien, esa frase es anterior al cristianismo. La escribió Sófocles en su tragedia «Edipo rey». Abrumado por la peste que está arrasando la ciudad de Tebas, el rey envia mensajeros al oráculo de Delfos buscando el remedio para ahuyentar la calamidad. Tan enigmático como siempre, el oráculo dice que hay que descubrir y desterrar a quien dio la muerte al rey Layo.

Ahí es cuando Edipo solicita la ayuda del adivino Tiresias. Aunque sea ciego, Tiresias conoce la situación en la que se encuentra la ciudad y seguramente puede indicar quién es el culpable. Tras un violento altercado, el adivino termina por acusar a Edipo: «Tú eres la plaga que tiene a esta tierra contaminada».

Edipo monta en cólera, pero Tiresias se siente defendido por la verdad, «si es cierto que la verdad tiene algún poder». La respuesta de Edipo es terrible: «Sí que lo tiene, pero no para ti: para ti no, cegatón, tan tapiado de ojos, como de oídos y de entendimiento».

Estas palabras reflejan la insolente actitud de todos los tiranos. Dicen buscar la verdad, puesto que la verdad es necesaria para la salvación de la sociedad que ellos rigen. Siempre creen que la suerte de la sociedad depende de su propia suerte. Pero, al mismo tiempo, algo les hace creer que ellos nunca son responsables de los males que la aquejan.

Las gentes que en Grecia acudían al teatro sabían que Edipo era el inconsciente asesino del rey Layo, su padre, y que, sin imaginarlo, se había casado con Yocasta, que era su propia madre. El adivino Tiresias conoce también la verdad. Pero Edipo no está dispuesto a admitirla. Es más, acusa a su cuñado Creonte de urdir lo que él considera calumnias.

A lo largo de los tiempos sigue resonando la terrible burla que Edipo lanza contra Tiresias. Para el pobre adivino nada vale la verdad, porque la verdad tiene que recorrer un largo camino antes de poder desvelar la mentira y los intereses del poder. El rey considera a Tiresias un hombre tapiado de ojos, de entendimiento y de oídos. Con eso basta.

Los tiranos tienen medios más que sobrados para transmitir esta burla y convertirla en un dogma. Los que defienden la verdad son considerados oficialmente como unos necios. Los que apuestan por el valor de la vida son ridiculizados en público. Los que pueden defender el honor de la sociedad son presentados como conspiradores.

Al pobre Tiresias no le queda más que una frase para responder al rey: «Yo te hago saber, pues me motejas de ciego, que tú sí ves mucho, pero no ves ni en qué males estás, ni dónde habitas, ni con quiénes vives».

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