Diario de León

Antonio Manilla: «Tal vez, por fin, dejaré de ser joven poeta»

El escritor leonés, columnista de Diario de León, lanza ‘Lenguas en los árboles. Antología poética’

Antonio Manilla. FERNANDO OTERO

Antonio Manilla. FERNANDO OTERO

León

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Del único logro del que alardea es de que «tal vez, por fin, con este libro dejaré de ser denominado joven poeta». Lo dice Antonio Manilla (León, 1967). Se refiere a Lenguas en los árboles. Antología poética (Colección Averso Poesía.  Aliar Ediciones). Si lo logra será gracias a cerca de 90 poemas selectos que sitúan al leonés en cierta veteranía y que son una radiografía cuidada y revisada de su trayectoria para aparecer así como un autor que cumple 25 años de poesía. Y que era poeta sin tierra poética antes de este cuarto de siglo, porque lo suyo no fue tardío en la escritura pero sí en su irrupción si se considera que empezar a publicar a los 29 es hacerlo tarde. Nunca es tarde si el poema es bueno.

Vive en la ciudad del frío y enciende esos versos para que el calor entre por los sentidos porque Antonio Manilla es un pescador de emociones que las guarda hasta que las escribe. De forma que si no se conociera un poco más de él, parecería estar dotado de esa clave del éxito literario, que la tiene. Aunque se intuye que su orden se basa en la creatividad sin barreras para superar lo premeditado.

«Soy un poeta más de antologías que de obras completas», señala, a bote pronto, para justificar, sin que se le pida a cuento de qué viene este nuevo libro que será antología pero también un grandes éxitos. Porque resulta que Manilla es un autor de hitos personales. Muchos le leen, todos le conocen, algunos compran sus libros. O al estilo de las grandes bandas musicales francotiradoras del rock, es un tipo a lo The Jayhawks, la deliciosa banda del folk-rock, por ejemplo, de la que podría tomar el eslogan de el mejor poeta desconocido del mundo. Si se entiende por mundo lo que capta los focos de atención. Realmente hay otros mundos ajenos al éxito inmediato y en este caso están en Antonio Manilla.

El leonés Antonio Manilla resume gran parte de su carrera poética en ‘Lenguas en los árboles. Antología poética’ (Colección Averso Poesía.  Aliar Ediciones). Celebra con este libro  sus 25 años de poeta

Trabajó en Everest y se inició muy precozmente en el mundo del periodismo. Pero ahora Manilla es su propia marca, junto a su condición de columnista de Diario de León, en donde el poeta se hace prosa y mira con el reposo necesario temas que afectan a todos, de lo universal a lo local, aunque siendo de León esta segunda faceta tienda a lo omnipresente. Pero como lanza Lenguas en los árboles , que es una retrovisor de su carrera, el río lleva a pescar en tablas en las que se cuenta su vida. O a cuestionar cómo se vive de algo de lo que casi no se puede vivir: la poesía.

«Yo creo que he tenido mucha suerte. Una beca en Italia, varios premios, reconocimientos», asegura, tal vez con consciente modestia para denominar suerte lo que también es la suma de talento más esfuerzo. No es Manilla, a todo esto, escritor que luzca carácter de personaje. Como si dejara caer que el que busque lirismo lo hallará en sus libros, porque en el resto de la vida ejerce de hombre normal.

Frente a un café en Sputnik, Manilla es un excelente conversador al que sólo se le detecta cierta inquietud cuando ve que la charla va por los derroteros aledaños del libro, es decir, su persona. Pero si el libro es una antología, también merece la pena indagar en ese autor que la construyó. «En el mundo literario leonés he tenido  mucha suerte. Trabajar y hacer revistas con Fulgencio Fernández con 17 o 18 años es una suerte. Era casi como tener una formación humanista. Pude entonces entrevistar a muchos escritores. Fue como ejercer de periodista en el sentido que yo creo: el de cazador de instantes», relata. Algo que luego desembocó también en su condición de columnista: «Pienso que el columnista mira hacia atrás para hablar de algo que no es tan reconocible», afirma en referencia a darle vida a la noticia que ya fue pero aún está ahí. 

En lo vital que se mezcla con su formación es clave su paso por la Academia de España en Roma, gracias a esa beca de licenciado que le marcó para siempre.

Trabajo exigente

Y desde entonces hasta este 2023 es cuando surge Lenguas en los árboles. Antología poética, toda una operación de exigente barrido de la que Antonio Manilla sale ileso y expectante: «Uno sabe pronto que no es poeta de obras completas, sino de poemas selectos. Adquiere esa consciencia al releerse como si fuera otro, al contemplar desde cierta —en el fondo imposible— distancia objetiva los libros que lleva publicados. No se trata de humildad, sino de vista: la no mucha que se precisa para advertir los descosidos, las imprecisiones juveniles y las redundancias adultas en los versos», escribe y corrobora para que el lector sepa que hay un duro trabajo de revisión y corrección de lo necesario, porque parece claro que para el leonés de Cármenes no bucear en esos versos escritos en tantas épocas sería casi tan imperdonable como desprecio a quien ahora lea sus poemas.

Aún así, el libro ofrece profundidad y frescura, y todas esas puntualizaciones técnicas no borran el lirismo.

Tampoco se desmarca Manilla de lo que le rodea y considera que el entorno leonés es propicio: «Creo que León vive una edad de oro, con autores fundamentales que aún están en activo. Y hay una infantería poética, que llamo yo por ejemplo a los del Ágora, que son simiente. Y hay nombres como Daniel Fernández, Pablo Quintela, Daniel Rodríguez, que son del altísimo nivel y jóvenes», enumera. Así que el autor que cree que «el escritor se forja a solas», lo advierte pero no se queda en el ensimismamiento.

Así, ya puesto en lo íntimo, deja un buen hilo de su hecho poético y su proceso creativo. «Toda la poesía es claroscuro. Tiende a eso. Yo aspiro a la claridad, pero se impone el claroscuro. Se habla de lo inefable y lo inexplicable. Yo no creo en eso, yo aspiro a lo expresable. Hay un error de inicio que es confundir el sentimiento con la emoción. Y hay que diferenciar entre lo que sientes y lo que quieres hacer sentir», remarca.

Así será, es: Sarcofago degli Sposi. Si no fuimos felices, lo parece./El uno junto al otro para siempre/ disfrutando del vino y los placeres:/conversación y danza; el rumor de una fuente./La estatua de pareja que contemplas/nos presenta tendidos, en medio de una cena./Entonces, cuando el mundo era una fiesta/y nada presagiaba el fin de nuestra estrella./Lo que vino después, a quién le importa./Tú mira nuestra risa: el oro y no la escoria./Queda para nosotros lo triste de la historia,/reducido a ceniza, bajo la terracota.

Y mirando al oro llega este libro que aporta la dualidad de Antonio Manilla como hombre apegado a la tierra y el río tanto como a lo universal, que se conectan en una continuidad total. Tal vez, por ello, él mismo se anticipa cuando indica a modo de matiz «sobre el ‘ruralismo’ que alguna parte de la crítica insiste en atribuir a los poetas de mi tierra. León no es una ciudad sino un gran pueblo, toda la provincia está compuesta de un sinfín de aldeas próximas y pequeñas casi siempre a la vera de un río. Escribió Josep Pla: ‘Por ser de pueblo, odiaba lo genérico’. Por eso uno, cuando hay ocasión, elige vencejo en vez de pájaro, o mimbrera en lugar de arbusto. No creo, ni mucho menos, que sea un rasgo localista. Hay un texto de Antonio Colinas donde dialogan Pound y Eliot en el Más Allá en el que muy atinadamente se habla de el rigor necesario y extremado/que se debe tener/para ser un poeta verdadero. Esa pasión por el nombre exacto de las cosas, por el que a ellas vayan quienes no las conocen, la expresa Andrés Trapiello de modo aún más contundente en un haikú: Sólo una de las hojas/ del alcornoque/se llama ruiseñor».

Recurre Antonio Manilla a lo escrito porque se fia tanto de lo literario que es por eso una de las razones de este libro para ser más allá de una selección a la que ha llegado ahora como conclusión de su vida de poeta. Un vida, por cierto, que no tiene previsto el epílogo en el horizonte cuando asegura que en lo creativo y personal está cargado de temáticas, ideas o inspiraciones. «Porque un poeta nunca termina de escribir. Uno nunca deja de tener esa actitud de escribir», sugiere además de dejar casi una declaración de principios: «Ningún poema es inocente», dice, que parece también significar que desde ese punto de vista creativo se concibe el compromiso.

Este Lenguas en los árboles como título llega también a través de la reflexión que Antonio  Manilla prefiere formular en trago largo. Porque no parece nacer de una pulsión sino de un esperar al momento adecuado para ser usado. Y aquí tira de la información oficial que lanza la editorial en una tercera persona que es toda una primera mano: «Lejos del mundanal ruido de Fray Luis, Shakespeare alcanzó a ver libros en los arroyos y lenguas en los árboles. A partir de las nueve obras de poesía publicadas hasta ahora por Antonio Manilla, nace esta antología que en realidad son dos: una temática, con el hilo conductor de esos pájaros y árboles inmersos en el transcurrir de las estaciones; y otra temporal inversa, en la que se nos presenta una selección de poemas que van desde el último poemario editado al primero, precedida por algunos inéditos. Lenguas en los representa así veinticinco años de su obra, las bodas de plata de un autor con la literatura».

Quién es Antonio Manilla

Antonio Manilla ha publicado nueve poemarios, destacando entre ellos Una clara conciencia (Comares, 1997), Broza (Pre-Textos, 2015), Sin tiempo ni añoranza (Fundación Valparaíso, 2016) y Suavemente ribera (Visor, 2019). Además, es autor de la biografía Un empresario Modelo y del ensayo Ciberadaptados . Su primera obra de ficción, Todos hablan , recibió el premio Encina de Plata de novela breve.

Desde hace una década mantiene una columna semanal de opinión en el periódico Diario de León . Su obra literaria ha obtenido múltiples reconocimientos. Fue I Premio Nacional de Periodismo Francisco Valdés en 1998. Ha ganado premios como el Emilio Prados en 2002, el José de Espronceda en 2007, el Ciudad de Salamanca en 2015 o el Generación del 27 en 2018. Es el antes joven poeta Manilla.

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