Diario de León

AZCÁRATE, MÁS QUE UNA BIBLIOTECA

Desde su inauguración, la Biblioteca Azcárate era pública y estaba regentada por don Antonio Marco Rico. Se abrió al público durante cinco horas diarias por la tarde con un servicio de préstamo organizado de manera análoga al de la Biblioteca del Museo Pedagógico, dependiente de Cossío. Tenía una clara función cultural y social

Uno de los libros custodiados en la Biblioteca Azcárate, en la Fundación Sierra-Pambley.

Uno de los libros custodiados en la Biblioteca Azcárate, en la Fundación Sierra-Pambley.

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León

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(Parte II)

Las bibliotecas, que funcionaron en todas las escuelas de la Fundación Sierra-Pambley, tenían un interés marcadamente social. Para los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, ILE, la ciencia cumplía una función social, como habían resaltado Giner y Azcárate: existía un carácter social en las dos funciones de la ciencia, en su formación y en su difusion. Para ambos todo fin humano lo era social, aunque en diverso grado.

Los institucionistas asignaban a las bibliotecas una función social y formativa, iniciando a los niños en el gusto por la lectura, por encima de los saberes instructivos y académicos en la escuela, como refleja un artículo de Sluys: «No basta que los niños lean y reciten sólo en la escuela, importa que adquieran el gusto por la lectura (....) el mejor medio es establecer en cada Escuela y aún en cada clase una biblioteca de obras literarias escogidas, prestadas con regularidad a los alumnos que las lleven a sus casas para leerlas en familia. Cada Escuela primaria comunal en la ciudad y en el campo debería ser centro de una biblioteca popular tenida por el maestro y la maestra, y puesta a disposición del pueblo».

Antonio Marco Rico fue el primer director de la Biblioteca. La afluencia de lectores fue tanta que pasado un año el titular hubo de pedir un auxiliar al patronato, resolviéndose interinamente con el hijo de don Segundo, Pío Segundo Alvarez Rodríguez, que desde entonces no se desviculó de la biblioteca. El bibliotecario Marco Rico ya era mayor y pronto quedó desbordado por la ingente tarea de atención al público . El Patronato había detectado anomalías en 1924: «Biblioteca.—Marco. Nada me dijo Pablo. Pero hace años que estoy convencido de que no hace lo que debe y hará que llamarle la atención. Esto nos ha salido mal. Hace falta allí otra cosa». Cossío transige con las deficiencias para no estropear el homenaje de jubilación a Marco Rico esperando para encauzar la biblioteca: «Al Sr. Marco Rico no le he visto. Bastante tiene con el homenaje y hubiera sido cruel aguárselo ahora».

Los patronos esperaban que Marco Rico dimitiera de su cargo por la edad, pero la esperada dimisión no se produjo. Pío Álvarez era quien realizaba el trabajo y los patronos, que habían tratado la cuestión con largueza, dudaban ante la venida de Vicente Valls ya que deseaban el influjo de Marco Rico y necesitaban el sueldo para Valls. Cossío consultó con Luis Azcárate: «Aquí surge el problema de Marco, sobre el cual ruego a Pablo que medite, para que cuando yo vaya a ésa, resolvamos lo más conveniente. Para la Fundación no hay la menor duda de que lo mejor es encomendarlo todo al Director, creando una plaza para el hijo de D. Segundo de 250 ptas para que vaya cinco horas a dar los libros pues la Biblioteca tiene que abrirse, lo menos cinco horas. ¿Qué desventaja puede haber para la Funda ción en que Marco lo deje? Menguarán sus simpatías o crédito en León? Piénselo para resolver enseguida».

En el verano de 1925 se decidió el cese de Marco, quedando como bibliotecario el director de la escuela, Vicente Valls, y como auxiliar el hijo de Segundo Alvarez, Pío Alvarez. La llegada de Valls a León supuso un fuerte impulso para la escuela y la biblioteca.

El acceso del público a la Bibliteca Azcárate se hizo desde el 27 de mayo de 1927 mediante un libro de autorización en el que constaba el número de lector, el nombre de la persona, su dirección y la presentación o aval de otra persona que ya fuera lector. Cuando alguien no tenía quién lo presentara lo hacía el director o la profesora.

Desde su fundación acudió a la Biblioteca Azcárate un público culto urbano que no tenía otro lugar donde obtener libros en préstamo en toda la ciudad y que vio en esta biblioteca un medio de saciar sus apetencias lectoras. El acceso a los libros en el primer tercio del siglo XX era bastante restringido; en ciudades como León no había posibilidades de consultar o leer las grandes obras de la Literatura o del pensamiento que se desarrollaba en el momento. En el listado de autorizaciones de lectores se encuentran, preferentemente, profesionales, aunque no falten artesanos y obreros, generalmente vinculados a la Fundación como antiguos alumnos.

Las relaciones de Valls en los ámbitos de la enseñanza con la Inspección, la Normal o el Instituto se facilitaron y se ampliaron con el público que acudía a la Biblioteca Azcárate. Nombres tan representativos para la enseñanza leonesa como Modesto Medina Bravo, Hipólito Romero Flores, Julio del Campo, Ismael Norzagaray, Julio Marcos Candanedo, Jose María Vicente, David Femández Guzmán, Publio Suárez Uriarte, José Rojas o Julia Pérez Seoane. Una extensa lista que contenía mujeres, políticos, abogados, ferroviarios, dentistas, sindicalistas, militares, religiosos funcionarios, exalumnos, maestros, catedráticos, inspectores, etc.; personas como Miguel y Alfredo Nistal, José Armesto, los hermanos Bautista y Arturo R. Calleja, Ramón Pallarés, los hermanos Fernández Matín Granizo, los hermanos López Robles, Hipólito Unzueta, etc.

La dirección de Vicente Valls en la escuela y la biblioteca abarcó desde 1925 a finales de 1932 con un balance muy positivo para el Patronato. Para no defraudar al público usuario en agosto de 1927 no se cerró la Biblioteca, abriendo dos horas diarias por la tarde. Otra preocupación de Valls fue que la biblioteca tuviera lo más representativo de la literatura portuguesa y catalana; además enriqueció con nuevas adquisiciones la biblioteca infantil. Siempre estuvo auxiliado por Pío Álvarez, que de forma discreta y eficaz atendió directamente a los usuarios de la Biblioteca Azcárate. Con la marcha de Valls, recayó sobre Pío Alvarez todo el trabajo de la biblioteca, al que se añadió la documentación administra tiva ayudando a María Pedrosa (la maestra de niñas y luego directora) con toda diligencia y sin reclamar ningún tipo de retribución por este trabajo extraordinario. El Patronato reconoció su discrección y remuneró el trabajo.

La estadística anual que el director enviaba al Patronato se veía notablemente incrementada año tras año. En 1926 se prestaron siete mil libros; en 1927, catorce mil ; en 1928, diez y nueve mil , en 1929, veintidós mil quinientos; en 1930 veinticinco mil quinientos; en 1932 el númerode préstamos ascenció a veinticinco mil cuatrocientos veintiuno, pero ese año se abrieron otras dos bibliotecas en León. Los préstamos en los años 1933 y 1934 fueron similares pero hubo mayores estancias en la biblioteca pues María Pedrosa escribía en 1933 a Luis Azcárate que «la Biblioteca continúa concurridísima» sobre todo por los maestros cursillistas, que acaparaban todo lo que había de Pedagogía. Lo remediaban pidiendo más libros para que dispusieran de lo más importante.

Teniendo en cuenta el número de habitantes de la ciudad de León, los lectores representaban una alta proporción, lo que demuestra un «aumento de cultura muy halagüeño». Estos datos estimularon al Patronato a potenciar también las bibliotecas en las otras escuelas, principalmente en Villablino. El Patronato mostraba su satisfacción tanto por el número y catálogo de obras que integraban la biblioteca como por el «considerable número de lectores que a ella concurren» y en 1934 se congratulaba por estar «convencido de la gran labor social que con dicho servicio se lleva a cabo». En parecidos términos se muestra en abril de 1936, siempre convencido de la alta misión cultural y social que las bibliotecas realizaban.

El reconocimiento de esta función social de la Biblioteca Azcárate lo recuerda Victoriano Crémer, poeta leones que utilizó dicha biblioteca y vivió el ambiente cultural del primer tercio de siglo en la ciudad: «La Biblioteca de Azcárate, bien merece una biografía ...porque fue durante mucho tiempo lugar importante de promoción cultural, centro el más positivo y eficiente de conocimiento, y manantial, no diré que de sabiduría, pero sí de curiosidades culturales. Puede afirmarse, sin el menor empacho, que lo que la Biblioteca Azcárate no logró, no alcanzó, no consiguió en la confrontación cultural de los leoneses durante el tiempo de su permanencia al servicio del lector, se quedó sin hacer». No es exagerado afirmar que la Bibloteca Azcárate hizo de cada leonés un lector, cumpliendo rigurosamente el proyecto pedagógico y social de sus patrocinadores.

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