Diario de León

el dolor de la mina siempre vuelve. familias marcadas por el grisú

El grisú rompió sus vidas

Viudas y huérfanos de mineros muertos en los tres siniestros con más víctimas en León dan ánimo y piden justicia para las familias de los seis del pozo Emilio.

jesús f. salvadores

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ana gaitero | león
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«¡Qué disgusto tendrá Emilio!», exclamó María Robles al enterarse del accidente en el pozo minero El Socavón aquel 6 de mayo de 1952. La joven esposa quiso ir a por el pan como hacía todos los días. En la panadería de su padre y esperaba a Emilio y volvían juntos a comer.

«Mi madre se casó muy enamorada y estuvo casada cinco años», recuerda su hija Elsa. Hacía poco menos de un mes que Emilio López Suárez había ascendido a jefe de mina en la Hullera Vasco Leonesa. María no hizo caso a quien le intentó disuadir de ir a por el pan.

Por el camino se encontró con el revuelo de gente que corría por las calles de Santa Lucía. Al llegar a la panadería se sumergió en un drama que la acompañó toda su vida. Por las ventanas salían los gritos y el llanto. La mina se había tragado a nueve hombres y entre ellos estaba Manuel López Suárez. Su marido, el padre de sus tres hijas.

A María se le partió la vida. «Nunca creyó que mi padre pudiera morir en un accidente por el puesto que tenía», comenta la pequeña de las tres hijas, Conchita. Durante los nueve largos días que duró el rescate de los primeros seis mineros fallecidos «hubo gente que le daba esperanza». Hasta que sacaron su cuerpo inerte.

María se vistió de luto y no se quitó la ropa negra hasta que sus hijas fueron mayores. Nunca rehizo su vida: «Se pasó la vida recordando a mi padre. No entraba en su mente otra cosa», asegura la menor de las huérfanas. El mismo día del accidente la mujer, con las tres criaturas, trasladó su residencia a la casa de sus padres. Allí trabajó en la panadería y en la tienda familiar.

Conchita había nacido el 28 de febrero. El día que murió su padre tenía dos meses y unos pocos días. Recuerda a su madre llorando. Lo peor era cuando iban a casa de la familia del padre en Navidad. «Eran días terribles», comenta. El día que una explosión de grisú que acabó con la vida de su padre y los otros ocho hombres, entre 19 y 32 años, en el Socavón es una imagen que ha ido construyendo a partir de los recuerdos de su madre, de los recortes de prensa y de lo que le han contado amistades, como Alfonso García, uno de los niños que se agarró a la verja frente al pozo para ver a los mineros.

Siendo niña las monjas de Santa Lucía las llevaron a visitar una bocamina. De repente, a su hermana Elsa y a ella las apartaron. «Estas niñas que no pasen», dijo la monja. A partir de ese día supo que algo había pasado en la mina. «Mi madre nos contó que mi padre decía que la mina estaba en malas condiciones», señala. «No se atrevían a entrar pero hubo alguien que les dijo que eran unos niñatos y entraron», añade su hermana Elsa.

«Sé cómo lo pasó mi madre y me imagino cómo estarán ellas», dice Conchita pensando en las viudas de los mineros que murieron en el accidente del pozo Emilio del Valle el día 28 de octubre de 2013, lunes. Cinco estaban casados y uno , con novia, a punto de contraer matrimonio y en su último día de trabajo antes de tomarse unas vacaciones. Orlando, como aquel 6 de mayo de 1942 Ángel Rabadán, había cambiado el turno. Conchita lloró mientras su hija, periodista en Madrid, le contaba el accidente por teléfono. No daba crédito. Tampoco su hermana: «En los años 50 la seguridad era la que era, pero que pase ahora es un drama», lamenta Elsa.

José Luis Real, un joven a quien el grisú le arrebató a su padre hace 34 años en el pozo María de Caboalles de Abajo también lloró mientras conducía. Fue al funeral de los seis mineros en Santa Lucía. No quiso dejar a su madre, Dina. «Vine mal al palpar la sensación de lo que vivió mi madre. Pero me sentía en la obligación», comenta el chico.

El 17 de octubre de 1979 era miércoles y José Luis era un niño muy pequeño. El último recuerdo de su padre, Adolfo Real, es el beso que le dio sobre el cristal del ataúd, pero su memoria conserva vivencias más alegres: «Teníamos un 127 y me cogía en el cuello para conducirlo con Milio». Conservan el carné de cronometrista que Adolfo había obtenido para las competiciones de ciclismo.

Un primo comunicó a Dina la noticia del accidente a las doce de la noche. A las seis de la mañana le trajeron el cuerpo. «Fue de los primeros por suerte. Yo quería ir al pozo pero no me dejaron. Pensaba en lo que me había dicho Adolfo: ‘Tenemos una calor allí donde trabajamos’».

«Fue una explosión de grisú, no había duda, mi marido estaba quemado y el recuerdo que tengo del funeral en la Iglesia es el fuerte olor a quemado, aunque luego nos dijeron que había sido un derrumbe», comenta Erundina. El informe oficial no admitió que hubiera habido explosión y el abogado al que acudieron las familias, Álvarez de Paz, desistió de acciones legales.

Murieron diez mineros. Es el accidente con más víctimas en la historia de la minería del carbón en León, al menos desde los años 40. En 1995 se produjo un accidente con 14 víctimas — dos leoneses— en el pozo Nicolasa de Asturias y en 1949 murieron 17 mineros en Ciaño (Asturias). En Hulleras de Sabero, cerrada en 1991, fallecieron en accidente 202 hombres entre 1915 y 1986. El accidente más grave se registró el 15 de abril de 1943, con siete fallecidos.

«Que tengan suerte»

«Pobre gente. Pobres mujeres. No les queda nada que bregar», exclama Dina pensando en las nuevas familias huérfanas de maridos, compañeros y padres. «Que tengan suerte con la investigación, a ver si de verdad son limpios», agrega el hijo, convencido, igual que su madre, que a las víctimas de los diez hombres que murieron en el piso 13 del pozo María les hurtaron «las pruebas, una máquina que escondieron, y la verdad».

La muerte de Adolfo Real se pagó con 556.000 pesetas y una pensión que nunca llegó a las 60.000 pesetas «con la paga de los nenos». En la empresa, la MSP, le dijeron: «Cuando sean mayores ya les daremos un puesto». Al venir el mayor de la mili fue a pedir trabajo para él. Hasta hoy. Dina rehizo su vida con otro hombre, Americo, también minero. «Es un buen hombre y se ha portado bien con mis hijos —con él tiene una hija— pero el amor es el primero», comenta Dina.

Desde la terraza de su casa ve todos los días el casquillo del pozo María, cerrado desde hace más de una década. «Se echa de menos la sirena», dice la mujer mientras camina hacia la bocamina, hoy trancada. «Unos días cantando y otros llorando, nosotras salimos adelante y ellas saldrán también. Pero ellos ya no salen», agrega.

Actualmente, en León hay más viudas del carbón que mineros en activo. La mayoría no perdieron a sus maridos en accidentes, pero muchas les vieron morir por enfermedad profesional. La Seguridad Social pagó en septiembre 4.749 pensiones de viudedad a mujeres en el régimen del carbón.

Marisol Molleda es viuda pero ya no cobra pensión. Vive en Barcelona. Se casó en segundas nupcias hace unos años con el abogado Marc Viader. Se conocieron a los pocos meses del accidente del grupo Río en Combustibles de Fabero, ocurrido el 19 de noviembre de 1984. Ocho fallecidos. Su marido, Tomás Abella de la Mata, murió en la unidad de quemados del hospital La Paz de Madrid a los dos meses del accidente. «He rehecho mi vida, pero aquello lo llevas contigo siempre y vayas donde vayas», asegura.

Cada vez que tiene noticia de un accidente revive aquellos duros días. «Con el de Santa Lucía aún más porque han sido seis y también por grisú», admite. «Procuro ver lo menos posible pero hay una parte de mí que quiere saber y quieres darles el apoyo moral a esas mujeres y a esas familias y sabes que es muy doloroso».

Le entristece «escuchar a los políticos con palabras que se las lleva el viento» y apela a la solidaridad y la responsabilidad de los compañeros de los seis fallecidos en el pozo Emilio del Valle para que se esclarezca toda la verdad. Ella luchó a brazo partido para que se hiciera justicia. «Son sus vidas las que se juegan y eso debe pesar más que el miedo, comprensible, a perder el puesto de trabajo», añade.

En 1991, el Tribunal Supremo confirmaba una sentencia condenatoria de trece meses de prisión para tres responsables de la explotación. «Tuvimos que hacer una petición a Felipe González y al Consejo de Ministros para que no les dieran el indulto», lamenta.

El accidente ocurrió después de un fin de semana con fiesta y nunca se llegaron a averiguar las causas, pero tanto la Audiencia Provincial de León como el Supremo determinaron negligencias. «No cayeron más porque no entró el relevo entero.

«Entraron en la cárcel»

Marisol Molleda se emociona al otro lado del teléfono cuando rememora el apoyo que recibió, «especialmente de mi hermano», pero también la falta de apoyo de otras mujeres que también perdieron a sus maridos. Ella tomó la iniciativa de llevar el caso a los tribunales con otra viuda y los padres de uno de los muchachos solteros.

«Estuve dos meses con mi marido en el hospital. Él estaba consciente y me hablaba. Lo tuve claro desde el principio. Lo importante es que fueron condenados y verles entrar en la cárcel aunque fuera por poco tiempo», agrega. Las indemnizaciones que se lograron fueron para todas las familias, incluso para las dos viudas que declararon como testigos de la empresa. «Fue un trago muy duro».

Marisol Molleda y Tomás Abella tenían dos hijos. El pequeño murió en un accidente de moto. «El mayor tenía cinco años y el pequeño uno. Crecieron sin su padre, sobre todo el mayor que era el que más le echaba de menos». Pero la vida sigue. Marisol ya es abuela.

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