Diario de León

80 años de exilio

Los últimos niños de la guerra

La catarsis de la memoria. ‘Mi nombre es Francisco Robles, conocido como Paco, como todos los Francisco. Soy uno de los más de 3.000 niños evacuados a Inglaterra en mayo de 1937, exactamente un mes después de que Guernica fuera aplastada por la Legión Cóndor de Luffwaffe de Hitler con la que Franco ordenó bombardear el País Vasco...» .

Paco Robles en su casa de Northolt, al oeste de Londres, donde vive desde hace años. MAF

Paco Robles en su casa de Northolt, al oeste de Londres, donde vive desde hace años. MAF

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ana gaitero | londres

La Legión Cóndor de Hitler que ayudó a Franco tenía su base en el aeródromo de La Virgen del Camino (León) y Paco Robles había nacido a los pies de la Catedral de León. Su familia es de Mansilla de las Mulas, pero cuando estalló la Guerra Civil vivían en Vizcaya, donde su padre encontró trabajo como operario de los Altos Hornos.

Los cerca de 4.000 niños que salieron de Santurce (Vizcaya) el 21 de mayo de 1937 y llegaron a Southampton (Reino Unido) el 23 de mayo no fueron los únicos en ser evacuados por temor a las bombas de la aviación alemana que colaboraba con las fuerzas sublevadas a la República.

En 1937 un total de 33.000 niños y niñas españoles fueron evacuados para protegerles de la Guerra Civil. La primera expedición fue a Inglaterra. Cerca de 4.000 personas, entre menores y adultos, salieron desde Bilbao a Inglaterra el 21 de mayo de 1937 en el vapor SS Habana.

Aquel verano serían muchos los viajes que hizo este barco cargado de criaturas con diferentes destinos que cambiaron sus vidas para siempre. Francia, Rusia, Bélgica... Al terminar la guerra, México es otro de los lugares de acogida del exilio español, pero no exclusivamente de niños y niñas.

No son muchos los leoneses y leonesas que salieron en aquellos barcos cargados de temor infantil pero hubo algunos. Arsenio Tascón, de Orzonaga, era el hijo de ‘Julia la roja’, que tuvo que huir nada más caer el frente norte entre Asturias y León.

Vicente Moreira y sus dos hermanos huyeron de la represión desde Langre (El Bierzo) caminando en dirección a Asturias, donde su padre luchaba en el frente republicano. El 24 de septiembre de 1937 él y otro hermano acabaron embarcados rumbo a Leningrado (actual San Petersburgo).

Tascón, que se hizo ingeniero de caminos y llegó a trabajar en Cuba, no pudo regresar a su tierra natal hasta 1992. Pese a que deseaba quedarse no fue posible y años después su esposa Rimma pedía auxilio desde Moscú por la falta de medios para afrontar los gastos de la grave enfermedad vascular que padecía su esposo. El berciano tuvo más suerte y pudo retornar en 1959 junto a algunos ex combatientes de la División Azul. Moreira se convirtió en un reconocido escultor y antes de morir, en 2006, cumplió el sueño de exhumar la fosa en la que fue enterrada su madre ejecutada en una finca de Fresnedo.

Paco y María Jesús, hijos de Germiniano Robles y Martina Hernando, un matrimonio de Mansilla de las Mulas afincado en el País Vasco durante la II República, pues el padre había encontrado trabajo en los altos hornos, sólo regresaron de visita. Creían que iban por tres meses y se han quedado 80 años.

Ayer, en el pueblo inglés de Ipswich, Robles rememoraba su peripecia en el acto que esta población organizó para conmemorar los 80 años de la llegada de los pequeños refugiados españoles a esta localidad, que fue la en el vapor SS Habana.

El barco, que trasladó a muchos otros niños evacuados a Francia y luego a Rusia en el verano de 1937, salió del puerto de Santurce el 21 de mayo y arribó en Southampton dos días después. Con lágrimas en los ojos, asustados y sin saber muy bien a dónde iban se despidieron de sus familias. Esa noche, en la Bahía de Vizcaya se desató una tormenta y el barco volvió hacia atrás varias veces. El Habana sobrepasaba su capacidad y los niños se mareaban y no paraban de vomitar lo poco que comían.

«Yo fui uno de esos niños, no había cumplido 11 años, que llegaron a Southampton, junto a mi hermana pequeña», rememoró Paco Robles en Ipswich. «Acompañado de profesores y cuidadores pasé cerca de tres semanas en el campamento que nos proporcionó la bondad de un granjero local. Desde allí fuimos transportados a mansiones y casas señoriales alrededor de Inglaterra y a mi hermana y a mí nos llevaron a un lugar llamado parque Westead en el condado de Ipswich», añadió.

Fue una aventura entre lo pintoresco y el dolor. Cuando les trasladaron a desde el puerto a Eastleigh, su primer destino en Reino Unido, vieron todo el camino adornado con banderolas y creían que eran para recibirles. Luego se enteraron de que el país al que llegaban acababa de celebrar la coronación del nuevo rey, Jorge VI, motivo por el que habían engalanado las calles.

«Nos gustó, pero, por supuesto, echábamos en falta a nuestros padres y tres meses después nos cambiaron a otro edificio que no era ni la mitad de bueno que el anterior», confesó este niño de la guerra en las vísperas de su 91 cumpleaños, que celebrará el próximo 25 de junio.

Con motivo del 80 aniversario de la epopeya del Habana con los refugiados españoles vuelve el recuerdo de aquel primer exilio, que afectó a las personas de más corta edad en medio de la Guerra Civil. Al menos tres leoneses viajaron en el Habana: Paco y su hermana María Jesús y una maestra oriunda de Omaña, María de Dios Fernández, que fue una de las primeras en apuntarse voluntaria para acompañar a la expedición.

El temor a las bombas que habían destruido Guernika y que cada vez eran más frecuentes en toda Vizcaya animó al Gobierno vasco a realizar la evacuación con el apoyo de organizaciones británicas. En un primer momento, el Gobierno de Stanley Baldwin no era favorable a recibir a los niños. Pero la presión de la sociedad civil y de personas influyentes como la duquesa de Atholl hizo virar el rumbo hacia la acogida: «Es imposible no quererles», decía el Basque Children’s Commitee en un folleto informativo que hizo circular entre la población animando a ‘adoptar’ a aquellas criaturas. Los hijos y nietos de aquellas personas que contribuyeron a hacer posible la llegada del mayor número de refugiados que recibía el Reino Unido en su historia también mantienen la memoria y el orgullo por lo que hicieron sus antepasados.

La mayoría de los niños y las niñas, y también maestras y cuidadores, retornaron a España entre 1938 y 1939, pero se estima que entre 250 y 400 se quedaron en Inglaterra. Es el caso de María de Dios y su hermana Elvira de Dios, que decidió poner tierra por medio y huir a Inglaterra después de que su novio, que era médico en Omaña fuera paseado. También regresaron los niños a los que acompañaban.

Paco y su hermana María Jesús Robles no retornaron. Forman parte del exilio silenciado o de lo que José Bergamín llamó los campos de dispersión. «Nos dijeron que la guerra sólo duraría 3 meses, pero siguió hasta abril de 1939, cuando en esa fecha y luego de nuevo en 1946 después de la victoria sobre los japoneses, escribí a mi madre su respuesta fue que nos quedáramos allí», cuenta. «Estamos pasando tiempos muy malos y tu padre está en la cárcel y probablemente será por algún tiempo», les respondía.

Paco Robles no volvió a pisar suelo español hasta 17 años después. «Fuimos declarados desertores del Ejército» porque al cumplir la edad de incorporarse a filas no se presentaron. Fue en 1954 cuando por fin logró cruzar la frontera y encontrarse de nuevo con sus padres y su hermano pequeño, al que no embarcaron en el Habana por su corta edad.

Han pasado 80 años. Y en Inglaterra la memoria de aquel episodio revive en diferentes lugares: Londres, Ipswich, Manchester, Southampton, Salford... son algunos de los lugares donde se organizan actos conmemorativos. También en Bilbao y durante todo el mes de junio en Barakaldo se celebran memoriales.

Según Gary Willis, la evacuación de los niños vascos supuso «un acontecimiento excepcional», en primer lugar porque representó «el mayor aflujo de refugiados en la historia británica» y en segundo lugar, porque «estaban entre las primeras víctimas de los dictadores fascistas», apunta en un trabajo de investigación realizado en la Universidad de Londres y cuyo resumen publica The Association for the UK Basque Children, que preside actualmente Carmen Kilner, hija de una de las niñas del Habana.

Desde que en 1996 Adrian Bell publicara el libro Only for three months han surgido muchas publicaciones, y también alguna película y documental, que profundizan en este capítulo desde diversos puntos de vista.

En 2006, Natalia Benjamin, hija de una exiliada española que llegó con 21 años a Inglaterra y dio clases a aquellos niños, publicó los recuerdos de decenas de niños y niñas y seis años después otro tomo de memorias.

En la colonia de Ipswich, Paco Robles recuerda que «había jardines grandes y un pequeño bosque». Los dueños iban a cazar en otoño y «los chicos buscábamos los pájaros para ellos, haciendo el trabajo de los perros de caza». Les daban seis peniques por cada pieza que encontraban.

Después fueron trasladados a Wickham Market, lugar del que no guardan gratos recuerdos ni él ni su hermana, a lo que sin duda contribuyeron las ratas que les acompañaban y la sarna que sufrieron muchos. «Era un hospital viejo, muy antiguo, que habían cerrado años antes y lo abrieron para nosotros».

Fue en esta colonia donde empezaron a recibir cartas de su madre. No saben cómo los encontró y también cuando tomaron conciencia de que tendrían que aprender inglés para desenvolverse en el nuevo país. Hubo más traslados hasta que llegan a Kensington, en el centro de Londres.

Cuando terminó la guerra española la esperanza de volver no sólo se desvaneció sino que pasaron directamente a otra guerra. A punto estuvo de perecer por el impacto de la bomba de mil kilos que cayó en una de las granjas donde estuvieron alojados antes de empezar a trabajar para una fábrica en la que a su vez preparaban armamento para la guerra. «Nos libramos por los pelos, pero no así algunos animales», cuenta Paco.

Después trabajó en una lechería y a partir de los años 60 se convertiría en empleado de la Bristish Airways. Para entonces ya estaba casado con María, una andaluza que conoció en los bailes de Bayswater y con la que tuvo tres vástagos, dos mujeres y un varón. Las hijas viven en Londres y el hijo en Alicante.

El Hogar de Mayores Miguel de Cervantes de Londres es el punto de encuentro de muchos de estos niños. Muchos fueron fervientes militantes republicanos y luchadores antifranquistas desde el exilio, como Luis Santamaría y Valeriana Flores.

Mirella Santamaría, hija de Luis, recuerda que «En Notting Hill, donde vivíamos, los hijos de los emigrantes tenían miedo de mezclarse con nosotros». Eran tiempos en que la policía secreta vigilaba los pasos de la gente del exilio y los reductos y manifestaciones que hacían gala de resistencia al régimen.

La puesta en valor de la epopeya de los niños de la guerra española en Reino Unido es reciente. La leonesa Lala Isla, antropóloga y profesora de español, es una de las responsables de que hayan salido a la luz libros como Agur Euskadi, Hasta nunca, que recoge el testimonio de Luis Santamaría o Aventuras en la nostalgia, que recoge los testimonios de exiliados y emigrantes españoles en Londres.

«Fue una catarsis para ellos y muy emocionante para mí», señala al recordar aquellos dos años en los que trabajó con el club de mayores. «El dolor era tan grande que me di cuenta de que no podía hacer la actividad todos los días», señala. Ganaron una ciudadanía nueva, pero perdieron su identidad y raíces. Y en cierto modo, la familia.

Al 80 aniversario celebrado en Londres asistieron apenas una decena de aquellos niños y niñas que iban solo por tres meses... Pero fueron muchos los hijos e hijas, nietas y nietos que acudieron. El tiempo pasa, pero queda la memoria.

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