Diario de León
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Carlos Blanco Jiménez. Autor de “Sintel. El Callejero de la Esperanza”.

Se acabó. Lo de “la síntel”, lo de “sintél”, como prefieran, se acabó. Quedan los flecos, poca cosa. Los trabajadores y trabajadoras de Sintel, ya pueden descansar en paz. Se lo merecen. Algunos de ellos se adelantaron, murieron en el intento, y no se lo merecían. Porque ningún trabajador, ninguna persona, debería pagar con su vida las consecuencias de este sistema económico que padecemos, capitalista, neoliberal, feroz, letal. Todos ellos, ausentes y presentes, familiares, se merecen ya descansar. Otros, no tanto. Nada. Siquiera nombrarlos en estas líneas sería mancharlas. Ellos ya saben quién son. En cierta manera, con el fin del “caso Sintel”, esos cabrones también van a descansar porque, ni en sus peores pesadillas se le volverán a aparecer tantas moscas cojoneras con alma de blues como se les aparecieron los últimos trece años, si contamos con los escarceos que desencadenaron el imperecedero Campamento de la Esperanza. El acta de defunción a “lo de Sintel” se firmó el pasado día 9 de noviembre de 2013, en los salones del hotel NH-Parque Avenidas. Doy fe. Tuve la enorme satisfacción de formar parte de una mesa de “invitados de honor” -¡Cuánto honor!- que compartía con Olga Lucas y los imborrables recuerdos que trajo de mi admirado José Luis Sampedro; Con Esperanza, la mujer poeta del poeta Indio Juan que me abrió su corazón; Con Luis Pastor, poeta y cantautor, como Lorca lo hubiera sido si… y con Víctor Jara, que organiza los premios “Ciudadanos” y que, con ese nombre, ya debería ser invitado de honor perpetuo en cualquier mesa en la que no se sirvan carabineros. Hubo más honorables invitados: Pere Joan Ventura y su equipo de El Efecto Iguazú, incluida “la” Cisquella, los impagables e incansables abogados defensores, Paco Frutos, una fiscal con principios y finales, Alfaya y algún Reinsertable… y muchos más que no estuvieron y que obtuvieron ya reconocimiento con una calle en el Campamento. Todo ellos compartieron las mesas aledañas con los cientos de trabajadores que acudieron a la comida de celebración, después de finiquitar lo de Sintel en asamblea general. Allí, peor para ellos, habló el inagotable cerebro de Adolfo Jiménez a través de su incansable boca. Aquí, Valeriano Aragonés, explicó a la concurrencia los motivos de esta comida, con el corazón en la mano, repartiendo y recibiendo abrazos, agradeciendo a presentes y ausentes el apoyo prestado. Pilar del Río dejó escritas unas palabras en nombre de José Saramago, que también descansa en paz para satisfacción de los enemigos de la Razón, que tendrán que seguir jodiéndose porque deja vasta e imperecedera Obra. Y Pepe Molleda, que no tuvo cojones para venir pero si para mandar algunas de sus mejores pedradas. Lo suyo. Lo nuestro. Fue muy emocionante. Lloré. Mi mujer, Cristina, lloró al verme llorar. Y Olga, y Esperanza… también se emocionaron ¡Quien no se emociona cuando ve pasar los retazos de su vida en una pantalla de cine y oyendo “Para la libertad” o “Cantares”! Mis queridos sintelas lloraron tanto y en tantos sitios que ya necesitaban, ya, dejar de llorar y tirar p´alante. Pues: ¡P´alante, joder! A vivir, que son dos días. A pasar página y a mirar que peli ponen en televisión esta noche. A la hora de hacer balance, no hay balance que cuadre. Nada ni nadie resarce lo que habéis pasado. Ni por muchas veces que os demos las gracias por vuestro esfuerzo, por no rendiros ni plegaros, quedareis recompensados. Pero mejor que os demos las gracias muchas veces y que acabéis ganando lo que os corresponde en los tribunales a que seáis unos apestados y unos perdedores. Os lo aseguro, mucho mejor. Vuestro esfuerzo y vuestra lucha pertenece a la Sociedad, que también sois vosotros, queridos sintelas. Ah: ¡Y la cabeza bien alta cada Primero de Mayo! Que hito tan malogrado… Se acabó lo de “la síntel”, lo de “sintél”, como prefieran, se acabó. Había pensado escribir una segunda parte de mi libro, para que quedara constancia de lo que sucede cuando se acaba un encierro en La Almudena, se levanta un Campamento en La Castellana, se va uno de marcha por España, y todo lo demás. (Algo queda escrito en Internet, mucho en los documentales) Pero no, descansad en paz, que os toca. Se lo dije a Valeriano y me dijo, entre abrazos: “Joder, Carlos, lo dices como si me hubiera muerto”. No, Valeriano, mucho mejor, te estoy diciendo que se acabaron los discursos. Gracias por permitirme formar parte de vuestras vidas y hacerme mejor persona.

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