Diario de León

Paz Brasas Martínez

«El covid me dejó una fatiga persistente durante más de seis meses»

Paz Brasas Martínez forma parte del 10-15% de la población afectada por covid que sufre los síntomas de forma persistente. Durante más de medio año arrastró las secuelas de una fatiga que le impedía hacer vida normal. «No me llegaba el aire, tenía dolor de pecho y espalda. Estuve seis de meses de baja». Sigue con tratamiento.

Paz Brasas Martínez, afectada por covid persistente. FERNANDO OTERO

Paz Brasas Martínez, afectada por covid persistente. FERNANDO OTERO

León

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El covid llegó a casa de Paz Brasas Martínez a mediados de enero de este año. La tercera ola debutaba tras las vacaciones de Navidad y después de los primeros días de clase empezó a sentir síntomas. «Era un jueves por la tarde. Me sentía mal y no fui a ver a mi madre. Eso le salvó», recuerda.

Al día siguiente le hicieron una prueba de antígenos y dio positivo a covid. «Justamente a mi marido le habían dado el alta de una cuarentena por el caso de un compañero y tuvo que venir inmediatamente para casa». A los pocos días los tres miembros de la familia, con su hija incluida, estaban contagiados. «Los tres con diferentes síntomas», comenta.

"Después de seis meses, terminé el curso de baja. Empezó el verano y no me atrevía a nadar, me fatigaba muchísimo. Me he sentido de alta de verdad tras hacer una ruta como las de antes en Picos de Europa, hace unas semanas"

«En mi caso, no tuve fiebre, pero sí muchísimo dolor muscular. Sólo cerrar los ojos ya me dolía; mi marido tuvo fiebre, tos y le dieron antibiótico y heparina y mi hija fiebre y congestión», explica. Tanto Carlos como Magdalena se recuperaron «rápido», en diez o 15 días estaban ya de alta. «A mí me desaparecieron los síntomas de dolor muscular y me empezó una fatiga que nunca había sentido. Caminaba como mi madre de 90 años. No me llegaba el aire. Tenía dolor de pecho y espalda. Me quedé de baja durante seis meses», relata.

Cada vez que experimentaba una mejoría y quería retomar la vida normal, la fatiga le recordaba que no podía. «Tenía dos días de mejoría y cuando intentaba caminar tenía que hacer un esfuerzo mucho más grande», explica. «Para subir la escalera de casa tenía que parar, la primera vez que salí a pasear a la calle me fue imposible subir la cuesta de la Catedral, que está al lado de mi casa...».

Otro síntoma que la tuvo desconcertada fue la anomia. «De pronto me olvidada de palabras habituales como el mando de la tele y hasta de la palabra fatiga. De pronto, recuerdo que le tuve que decir a alguien que me preguntó: Eso que te pasa cuando no puedes respirar», señala. A día de hoy se ve ante despistes que antes no le ocurrían. «Hay momentos en los que no sé qué he hecho», apostilla.

"Como decían que la fatiga persistente podía mejorar con la vacuna, fui cuando convocaron a los docentes, pero habían pasado cuatro meses desde que di positivo y tuve que volver cuando cumplí los seis meses"

La incertidumbre sobre la evolución de la enfermedad hicieron mella en el ánimo de esta profesora de Audición y Lenguaje, de 57 años, cuyas únicas bajas laborales habían sido las de maternidad, una gripe y una intervención menor.

Durante todo el proceso estuvo bajo el seguimiento de un neumólogo y un cardiólogo. Radiografías, espirometrías, TAC, pruebas de esfuerzo... «Me hicieron un TAC por si acaso tenía algún coágulo y en las pruebas de esfuerzo se me disparaban las pulsaciones», señala. Para frenar este último síntoma «me pusieron un tratamiento de betabloqueantes con el que empecé a mejorar algo aunque seguía con la fatiga», cuenta Paz Brasas.

Tras la enfermedad su ritmo de sueño también se ha alterado. «Siempre me he acostado tarde y he madrugado, leyendo o haciendo cosas. Ahora llegan las doce de la noche y me caigo por las esquinas de sueño», añade.

«Anímicamente fue un golpe duro, sobre todo tener que estar en casa, aunque podía hacer trabajo intelectual y seguí haciendo cosas para el instituto, cualquier actividad física me fatigaba. A mí que tanto me gusta ir al teatro, no me atrevía aunque me decían que me llevaban hasta la puerta», explica.

Tenía un sentimiento de culpa, porque «por mi cabeza podía estar trabajando», pero físicamente «me sentía fatal y no quería salir de casa». Estaba desconcertada porque «no sabía muy bien lo que me pasaba». En casa «se enfadaban un poco conmigo y Carlos me sacaba de paseo», recuerda.

La familia lo tomó «con paciencia y me cuidaron. Mi madre también estaba preocupada», señala. La parte ‘positiva’ de esta situación —comenta con humor— es que «conseguí que compráramos un andador para ella, pues hasta entonces se había negado. Iba agarrada de mí», En aquellos momentos era la hija, la que siempre cuidaba, la que necesitaba un brazo para sentirse más segura.

Después de todas las pruebas y analíticas llegaron a la conclusión de que una proteína se altera cuando se tiene una inflamación que en este caso afectaba a la caja torácica y a los músculos que rodean los pulmones. «Terminé el curso de baja, empezó el verano y no me atrevía a nadar, me fatigaba muchísimo»... pero siempre recuerda a las personas que no habían superado la enfermedad, como un compañero de su marido que con 60 años no lo superó.

Una de las cosas que leyó cuando estaba en plena convalecencia por la fatiga persistente es que con la vacuna podría mejorar su situación, así que cuando llegó el momento de la vacunación al colectivo de docentes, Paz se puso en la cola. «Cuando me preguntaron si había pasado el covid, dije la verdad, que sí. Me dijeron que tenía que esperar». Habían pasado cuatro meses y entonces se exigía que las personas que hubieran sufrido covid tenían que esperar seis meses para inmunizarse. La vacunación se considera uno de los factores que pueden mejorar el estado de las personas con covid persistente. Actualmente, se ha rebajado el tiempo para inmunizar a las personas que han pasado el covid a cuatro semanas. «Cuando me vacuné habían pasado justo los seis meses», apunta Paz Brasas Martínez.

Uno de los momentos más felices fue cuando, ya vacunada, pudo dar un abrazo a su madre. Paz Brasas Martínez admite que el proceso por el que ha pasado también «ha sido una cura de humildad. «Al lado de las personas que han estado hospitalizadas, en la UCI o aquellas que han perdido a sus seres queridos, lo mío me parece que no ha tenido importancia, pero «físicamente me ha dejado muy tocada y de pronto te das cuenta de que puedes enfermar, de que tienes que vivir con ello y la pregunta ya no es ¿por qué a mí?, sino ¿por qué no a mí?», apunta.

Poco a poco empezó a hacer algunas salidas y aunque físicamente aún se siente tocada empezó el curso con la normalidad covid impuesta en las aulas.

Las salidas al monte, una de sus aficiones predilectas, han marcado su ritmo de incorporación a la vida cotidiana. «En verano empecé a hacer algunas cortitas, pero cuando verdaderamente me he sentido de alta es hace unas semanas porque pude hacer una ruta normal para mí por Picos de Europa», confiesa.

La vuelta al cole ha sido otro aliciente. «Echaba de menos a los niños. Muchas veces pasaba por el parque y me sentaba para verlos». Había vivido la pandemia, después del confinamiento y la escuela online, «con precaución, pero sin un miedo especial, no quería transmitirlo a los niños y niñas. No estaba especialmente obsesionada, pero me tocó, nos tocó, como a mucha gente», señala.

Paz Brasas Martínez trabaja como profesora de apoyo de Audición y Lenguaje en el colegio público Gumersindo Azcárate y el IES Antonio García Bellido. El confinamiento fue un golpe duro para el alumnado de estos centros. «Al principio, muchos solo tenían el móvil de sus padres y había viviendas que en cada habitación vivía una familia», recuerda.

Cuando en septiembre de 2020 se retomaron las clases presenciales «enseguida se adaptaron a las normas, bromeábamos diciendo que nos íbamos a volver hidroalcohólicos anónimos y de pronto cosas que les habíamos inculcado como compartir quedaron rotas. ‘No me pases el lapicero’, se decían entre ellos».

El trabajo específico que realiza como profesora de apoyo se vio muy afectado porque «no podíamos sacar a los niños del aula, así que hacíamos apoyo dentro; no podíamos ni cantar, en vísperas de Navidad tuve que hacer un cuentacuentos nueve veces porque no podíamos juntarnos...»

Este curso las cosas han cambiado algo. «Ya puedo sacar a los niños de clase, seguimos con la puerta abierta, las ventanas abiertas... y tenemos unas mascarillas transparentes que nos han cedido en la Universidad de León que son muy prácticas para poder trabajar viéndonos los labios y la boca».

En la última revisión que tuvo a primeros de octubre, el médico le indicó continuar de momento con el tratamiento de betabloqueantes.

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