Diario de León

Adiós al crítico afable

La muerte le emboscó por sorpresa. Marcelino Cuevas, crítico de arte y gastronomía del Diario de León y ex director de Radio Nacional, dejaba ayer aún más huérfana a la cultura leonesa..

Marcelino Cuevas en una de sus exposiciones; arriba, en sus inicios en la radio. JESÚS F. SALVADORES

Marcelino Cuevas en una de sus exposiciones; arriba, en sus inicios en la radio. JESÚS F. SALVADORES

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verónica viñas | león

Culto, humilde, curioso, coqueto —nunca decía su edad— y afable, sobre todo afable. Ayer una artista recordaba en el tanatorio que Marcelino Cuevas jamás denostó a ningún pintor. Y era cierto. Prefería ver lo ‘salvable’ y, en caso contrario, obviarlo.

La radio primero y la prensa escrita después le enrolaron en un oficio del que no supo ni quiso desengancharse nunca. Su última crítica fue hace una semana para un artista modesto: «Estoy seguro de que Isidro Franco nunca verá sus obras inscritas en las grandes enciclopedias del arte. Sé a ciencia cierta que sus acuarelas no decorarán mansiones señoriales, ni templos, ni grandes superficies. Pero las primorosas acuarelas, los paisajes y bodegones que Isidro pinta con minuciosa dedicación tendrán, sin duda, una amplia acogida en el corazón de quienes las conozcan», escribió. Sabía a la perfección que el lector quiere que le cuenten un cuento para entender un mundo que se ha vuelto ininteligible, para saber que no estamos desamparados en el espacio cuyo silencio eterno espantaba a Pascal, que alguien nos acompaña y nos cuenta una historia antes de dormir.

Era un hábil cocinero y un ávido coleccionista de libros de recetas y de literatura culinaria en general. Sin embargo, a pesar de ser un excelente crítico gastronómico, prefería un buen libro de cocina que comer.

El corazón se le paró, burlas del destino, a un hombre que era todo corazón. Tras la muerte y el olvido de Velasco, el gran cartelista del Teatro Emperador, Marcelino decidió dedicarle un libro porque tenía la sensación de que aquel artista era como esos monumentos que están ahí y que ya nadie repara en ellos. Él sí; él se fijaba en letra pequeña, en las historias olvidadas y en los pequeños grandes personajes.

Paseante inagotable, casi siempre acompañado por el artista Vicente García, tenía ese ‘ojo privilegiado’ para la fotografía, aunque la vista le había jugado malas pasadas en los últimos años. Creía Marcelino que el paraíso está en los ojos. No se le escapaba ningún detalle en sus largas ‘peregrinaciones’ de exposición en exposición, casi siempre como crítico, pero en alguna que otra ocasión como protagonista.

Y es que Cuevas se estrenó en 2003 ‘oficialmente’ como artista en la galería Ármaga, aunque lo cierto es que hacía décadas que pintaba. Cinco años después exhibía junto a su inseparable Vicente García Coordenadas polares en la Casa de las Carnicerías —cuando aún era sala de exposiciones—. La premisa de la muestra era observar el mundo tal y como es: esférico. En 2004 pronunció una conferencia magistral sobre los secretos culinarios del Camino de Santiago, donde hablaba del milagro afrodisiaco de la vieira superlativa, que, amén de potenciador sexual, se ha convertido en el símbolo de los peregrinos. Marcelino tenía un gran sentido del humor que deslizaba con la misma delicadeza con la que escribía en los 70 las primeras críticas musicales en este periódico, para pasar después a las páginas de Cultura y, finalmente, centrarse en las críticas de arte y gastronomía.

Decía Marcelino que para escribir de lo que escribimos es necesario tener mucha afición. Lo que a él no le faltó nunca.

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