Diario de León

Después de tantos desencantos

Hoy se cumplen cincuenta años de la muerte en Castrillo de las Piedras de Leopoldo Panero (1909-1962), posiblemente el poeta leonés más importante de la primera mitad del siglo veinte. Un escritor vapuleado y rescatado del olvido por la memoria cinematográfica implacable de su familia.

Leopoldo Panero y su esposa, Felicidad Blanc, en Castrillo de las Piedras.

Leopoldo Panero y su esposa, Felicidad Blanc, en Castrillo de las Piedras.

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Los Panero de Astorga eran lo más alejado de la imagen de atónitos palurdos que trataron de endosar a Leopoldo sus deudos. A comienzos de la República, Leopoldo Panero (1909-1962) intima en Madrid con César Vallejo (1892-1938), que viene a Astorga a pasar las Navidades de 1931. Por entonces, empieza a lucir en la solapa la hoz y el martillo en un prendedor de plata. Eran modas de la época, que no necesariamente revelaban militancia, pero que resultaron caras al estallar la guerra. En 1935 Leopoldo integra con María Zambrano y Luis Cernuda un equipo de las Misiones Pedagógicas. Los tres aparecen, con Panero en primer plano, en una fotografía muy reproducida, que pertenece al Archivo de la Residencia de Estudiantes. La publicó el diario El País (14 de abril de 2007), ilustrando un artículo sobre la cultura republicana de José-Carlos Mainer. El pie de foto silencia la presencia de Panero. Cuarenta y cinco años después de su muerte, seguía pagando facturas.

Preso en San Marcos

En Madrid, Leopoldo comparte pensión con Rosales, más amigo de su hermano Juan, como el historiador Maravall o Ricardo Gullón e Ildefonso Manuel Gil, tenuemente republicanos. Leopoldo se siente más atraído por el marxismo, deslumbrado por Neruda y Vallejo, amigo también de Ehrenburg. Con estos precedentes, enseguida cayó sobre él la acusación de pertenecer al Socorro Rojo. En la casa de sus padres había detenido la Guardia Civil al ministro in pectore Justino de Azcárate y a su cuñado el constructor Entrecanales. A los pocos días, vienen a por Leopoldo y lo suben a la camioneta donde va Ángel Jiménez, el novio de su hermana, y algunos conocidos de Astorga, maestros y gente pacífica. Leopoldo había vuelto de Inglaterra en julio, a pasar las vacaciones con la familia. Era su segunda estancia prolongada en el extranjero, para preparar el ingreso en la Escuela Diplomática: primero, en Poitiers; luego, en Cambridge. Leopoldo estaba muy unido a su hermano Juan, también poeta y año y medio mayor que él.

Un día ‘pasean’ a Ángel Jiménez, el novio de su hermana Asunción, opositor fracasado a fiscal con Gullón; esa muerte actúa como aldabonazo para movilizar a la madre, que viaja hasta Salamanca, a suplicar a Unamuno, que ya nada puede, y a su prima lejana Carmen Polo, la mujer del todopoderoso. En 1935 Leopoldo había acompañado como intérprete a Unamuno, con motivo de su investidura de doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge. Una vez liberado de San Marcos, regresa a casa y pasa los días camuflado entre Astorga y Castrillo. Su padre padece el acoso de las delaciones y las multas reiteradas, mientras Juan aconseja la incorporación a filas. Pero antes de que esta se materialice, el golpe más inclemente trastorna a la familia. Un pariente se acerca a Castrillo con el aviso de que Juan ha tenido un accidente. Es el 7 de agosto de 1937. El coche que lo traía a Astorga derrapó en la curva de Villadangos y volcó. Juan dejó el cráneo contra el techo del vehículo. Entonces se alista en el ejército de Franco (como Celaya, como Blas de Otero, como Crémer, como tantos) y en sus filas acaba la guerra, en Cataluña.

El padre masón, perseguido

Con sus precedentes familiares y personales, el final de la contienda tampoco supuso la paz para Leopoldo Panero. Por si acaso, los hermanos se alejan de Astorga, para evitar las salpicaduras del acoso a un padre que carga con el estigma de masón, y se instalan en un piso de la zona burguesa de Madrid. Mientras prepara unas oposiciones imposibles para alguien con su pasado, va conectando con los viejos amigos triunfantes, que le procuran el alivio de algunas migajas. La mujer de Maravall le presenta a Felicidad Blanc, capitana del club de hockey Aurrerá, con quien se casa en mayo de 1941. Los amigos poetas le hacen el ramo lírico en la despedida de soltero y lo convierten en colaborador de la revista Escorial y, en grado de tentativa, de las Ediciones FE (Falange Española), que llevan el yugo y las flechas en la portada. Mientras, la policía le sigue amargando la vida a su padre, por republicano y masón.

En la primavera de 1942, adquiere su piso de la calle Ibiza, donde serán vecinos Dionisio Ridruejo, Agustín de Foxá, Plácido Domingo, el cineasta Gonzalo Suárez y el padre de José María Aznar, mientras se convierte en censor de plantilla. Noche a noche, la casa alberga veladas de amistad y falangismo. A la vuelta del verano, nace su hijo Juan Luis, el tercer poeta de la familia. Ya en 1943, muere su hermana pequeña Rosario y en la quietud del velatorio irrumpe la Guardia Civil de Astorga para detener al padre, pero Leopoldo evita el atropello recurriendo al alcalde, Miguel Martínez Luengo. Su amigo Fernando María Castiella (1907-1976) le arregla un empleo complementario en el Instituto de Estudios Políticos, que dirige: corrector de sus publicaciones y traductor. Por entonces se hace asiduo del Instituto Británico, donde es bien acogido por sus amigos Walter Starkie (1894-1976) y Charles David Ley (1913-1996).

Versos al Guadarrama (1945) recoge el impacto del primer amor, surgido de una temporada en la sierra para curar la incipiente tuberculosis. Allí conoce a Joaquina Márquez, que morirá poco después en Suiza, y evoca su rastro con melancolía machadiana y con ese gusto por la expresión precisa que es legado de su devoción por Jorge Guillén. La estancia vacía (1945) hace recuento doliente de las pérdidas familiares y del hogar desalojado por la guerra. Es una autobiografía lírica construida desde la hirviente soledad. De nuevo, se esmera en la pausa del sosiego y en la transparencia, desde una dicción que revela los modelos de Unamuno y Machado, pero también la estricta cadencia de Cernuda. El poemario, que tratará de continuar sin éxito con una beca March en el quicio de los sesenta, se suma a los anticipos poéticos que va dando Escorial , la revista fundada por los falangistas para reanudar el cauce cultural interrumpido por la guerra. Desde Espadaña , Antonio G. de Lama traduce la muestra de Panero en una invitación a culminar el libro, «que será, sin duda, una de las más bellas creaciones de la poesía contemporánea». Y tres números más tarde, la revista leonesa destaca con portada en su interior España hasta los huesos , el homenaje de Panero a Lorca, cuya palabra «fresca de luz» se encuentra, ay, «tan herida de sombra».

Estancia en Londres

La relación con Castiella facilita su nombramiento en noviembre de 1945 para hacerse cargo del Instituto de España en Londres, adonde se incorpora con el aval de Starkie. El Instituto tiene como secretaria a Ana Rosa Figueroa, nieta de Romanones, con quien comparte la búsqueda de mobiliario y las tareas de decoración. El primer director es efímero, así que Panero aprovecha la interinidad para moverse a su gusto. Enseguida contacta con los exiliados españoles a través de su pariente Pablo de Azcárate, que dirige el Instituto Español republicano. Leopoldo tenía un buen conocimiento de la cultura inglesa y en los últimos años en Madrid había traducido versos de Wordsworth, de Keats y de Eliot, que le visita asiduamente y tendrá el Nobel un año más tarde. Se relaciona con los hispanistas ingleses, acoge como becarios a jóvenes profesores y prodiga sus intervenciones en diferentes universidades. Recibe la visita de Dámaso Alonso y tiene un choque con Cernuda, en casa de Martínez Nadal, al reaccionar con crispada violencia a la lectura de su poema La familia . Esta riña de los poetas, que no impidió su contacto posterior, anticipa el duelo de más alcance con Neruda. Su mujer, Felicidad Blanc, tradujo la soledad de Cernuda en una pasión inverosímil, a la que daría cuerda en la película El desencanto (1977) y en su memoria personal Espejo de sombras (1977), libro, según Trapiello, «triste y patético, con tendencia al ilusionismo».

En el verano de 1946, Leopoldo Panero asume el cargo de director interino del Instituto de España. En diciembre, viaja a Madrid y se entera de que el nuevo director del Instituto es Xavier de Salas (1907-1982). Aguantará hasta el verano de 1947, cuando levanta la casa, se despide y vuelve a Madrid. Cuatro meses más tarde, envía un telegrama a Salas, en el que le anuncia su regreso a Londres, después de cuatro meses de vacaciones. Salas escribe rápidamente al ministerio, pidiendo al marqués de Auñón que le evite el reencuentro, pues «una persona así es un mal ejemplo para el demás personal». Salas fue uno de los catalanes de Franco, que encontró su momento de gloria en los albores de la transición.

De nuevo en España, se reincorpora a la censura y al Instituto de Estudios Políticos, pero su nuevo director, el doctrinario Javier Conde (1908-1974), lo cesa en el verano de 1948, recién nacido su segundo hijo, el futuro poeta Leopoldo María. Rechaza una oferta para ir de profesor a Pennsylvania y contrata la edición de un nuevo libro de poemas con Cultura Hispánica. Mientras, Valverde mecanografía y corrige los cuentos de Felicidad Blanc, de los que se publica El cóctel en la Espadaña (1949) tutelada por los falangistas. En la primavera de 1949, ve la luz Escrito a cada instante , dedicado a Luis Rosales, que recibe los premios Nacional José Antonio Primo de Rivera y Fastenrath de la Academia. Los halagos de Dámaso Alonso al libro de Panero, que llega a considerar superior a los del Veintisiete, motivan el recelo de Aleixandre, que atribuye el exceso a las «sabrosas juerguecitas» compartidas. Sus temas son la familia, los paisajes tutelares y una vivencia religiosa que expresa con ímpetu de converso. Así que el poemario exhibe una afirmación de plenitud que contrasta y choca con las necesidades de aquella España menesterosa que denuncian otros poetas. En julio recibe el nombramiento de Jefe de la Sección de Cooperación Intelectual del Seminario de Problemas Hispanoamericanos, que lo habilita para integrar la primera misión cultural a América, que partirá de Cádiz en noviembre.

Embajada a tomatazos

La embajada poética es una iniciativa de Castiella, embajador en Perú, que asume el ministro Artajo, a través de Cultura Hispánica, donde ahora está Alfredo Sánchez Bella. La alineación prevista incluye a Gerardo Diego, Valverde y Aranguren, junto a Rosales y Panero. Pero Gerardo renuncia por razones de edad, mientras Valverde y Aranguren lo hacen por criterios de oportunidad. Los reemplazan Antonio de Zubiaurre (1916), un divisionario riojano que había tenido a Castiella como conductor en el frente ruso, y Agustín de Foxá (1906-1959), ya en período de «patéticas aflicciones» personales. La misión poética aspira a recorrer América desde el Caribe a la Tierra del Fuego y se estira de noviembre a marzo, pero algunas contrariedades obligan a reducir el periplo. Llegan a Cuba desde Cádiz y embarcan de vuelta en Nueva York, donde cargan las maletas de contrabando, hacia La Coruña. Panero echa cuentas del botín en una carta a sus padres: «He venido a sacar algo menos de las cuarenta mil pesetas; los pañuelos todavía no me los han liquidado y es lo único que tengo pendiente». Según Andrés Trapiello, «aquel viaje lo hicieron por dinero, como los toreros».

La caravana poética daba recitales y «defendía la política y el régimen de Franco», asistiendo a «banquetes, recepciones en aeropuertos vacíos y flores y frutas exóticas en hoteles de cinco estrellas», que se alternaban «con abucheos continuos y tumultos en los lugares donde actuaban». Incluido el lanzamiento de tomates y huevos. Recorrieron Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, El Salvador y Nicaragua, donde Panero es nombrado hijo predilecto de León. A punto de recalar en México, una orden del ministerio suspende el viaje, para evitar incidentes más graves. Foxá vuelve a Buenos Aires y los otros tres viajan a Nueva York, donde hacen acopio mercaderías y pasan una tarde con Francisco García Lorca antes de embarcar.

Las bienales de arte

La aventura deja a Panero un saldo amargo. Sigue como censor y Cela se le queja del comportamiento cruel con La colmena , que tendrá que ver la luz en La Argentina. Aquel año de 1950 recibe la Flor Natural en León y en Cultura Hispánica lo ascienden a jefe del departamento de Cooperación Intelectual y le encargan la dirección de la revista Correo literario , para facilitar el «diálogo entre todos los pueblos de una misma habla». La nómina de colaboradores es amplia y generosa. La revista convoca el I Congreso de Cooperación Cultural, en octubre, para dilucidar «la aportación de América a la cultura universal» y prepara las bienales hispanoamericanas de arte y los congresos de poesía que van a jalonar la primera mitad de los cincuenta, aprovechando la apertura que ofrece la presencia de Joaquín Ruiz Giménez (1913-2009) al frente del ministerio de Educación.

En la primera mitad de los cincuenta, Panero se implica con ardor en las iniciativas culturales propulsadas por Ridruejo al cobijo de Ruiz Giménez. El 12 de octubre de 1951 hace el paseíllo con Franco en la apertura de la I Bienal Hispanoamericana de Arte, que catapulta en Dalí el ataque a Picasso. Allí le ayuda Caballero Bonald, antes de pasar al servicio isleño de Cela. El 14 de septiembre había nacido Michi, su tercer hijo. En 1952, participa en el Congreso de Poesía de Segovia, que proseguirá en años sucesivos en Salamanca y Santiago, para evitar la granada lorquiana. Aquel invierno mueren, con un mes de intervalo, sus padres. La herida que arrastra de su viaje americano y de los rechazos a los oropeles de la Bienal se traslada a las Epístolas para mis amigos y enemigos mejores , que baraja unos cuantos falangistas de ordenanza (entre ellos, Vázquez Díaz, el pintor que decoró a Franco a caballo), un amor joven, varios extranjeros irrelevantes y culmina en Pablo Neruda.

Tropiezo con Neruda

Canto personal. Carta perdida a Pablo Neruda (1953), que escribió en tercetos por los bares del barrio, supone su suicidio literario. Hay ripios ridículos y una exaltación extemporánea de José Antonio en la respuesta al Canto general de Neruda, que había atacado a Gerardo Diego y a Dámaso Alonso como «cómplices del verdugo». A toda prisa, un jurado azul le concede el Premio Nacional 18 de julio, pero el libro le granjea el rechazo de sus colegas. El académico Rodríguez Moñino, tío carnal de Mariano Rajoy, le niega el saludo en un acto público. Sin embargo, defienden sus versos con reseñas jóvenes poetas, como Valente o Caballero Bonald. En mayo de 1954 inaugura la II Bienal en la Cuba de Batista y pasa un año por el Caribe, dando recitales por países afectos. En Caracas se encuentra con su pariente republicano Justino de Azcárate y Ruiz Giménez tiene que parar en Madrid la denuncia de González Robles, su adjunto delator.

Al regresar a España, se traslada a vivir a Barcelona, para poner en marcha la III Bienal, asistido por Masoliver, en el otoño de 1955. Le llueven encomiendas de Alfonso X y de Isabel la Católica, pero cada vez se encuentra más aislado. La IV Bienal ya no se celebrará, después de haber sido anunciada en Caracas y en Quito. Sigue cobrando de Cultura Hispánica y alquila una casa en Torrelodones para los fines de semana. En 1959 empieza a cobrar también de Selecciones del Reader’s Digest , viaja con los amigos a Italia, reúne la obra para la IV Bienal y es invitado a Estados Unidos. Le dan una beca March para completar La estancia vacía , que embolsa pero no aprovecha, y el premio Eucarístico de Toledo. El día de su muerte, hace hoy cincuenta años, participa en el jurado literario del Día de las Comarcas, presidido por el diputado Arroyo Quiñones, que premió a Gamoneda y a su compañero de prisión en San Marcos Lorenzo López Sancho.

Para entonces, ya se había convertido en «místico del alcohol», como lo retrató Francisco Umbral.

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