Diario de León

La Pasión según Hasselböck

La versión del organista y director holandés en el Auditorio pecó de irregular y falta de cohesión estilística

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Y por mucho que los puristas se rasguen las vestiduras por lo que voy a decir -estamos en tiempo-, lo cierto es que Martin Hasselböck presentó una lectura que aburrió, desritmó los tempi y convirtió La Pasión en una suerte de calvario sólo apto para sufridores recalcitrantes. Es una pena que la memoria a veces sea tan frágil y nos juegue malas pasadas, pero si echamos la vista atrás recordaremos que MacCreeh nos entusiasmó con su versión, con sus voces blancas y con menos instrumentos originales que los presentados ahora, pero con un aliento y una hondura dramática que nada tuvieron que ver con este muermo. Claro está, y me apresuro a decirlo para evitar infartos, también hubo cosas buenas, pero el balance general fue de escaso calado. La Pasión según San Mateo, además de ser una de las cumbres de toda la música occidental, tal vez sea una de las magnas obras más escuchadas, interpretadas y adulteradas desde que al vinilo se le llamó disco. Desde aquel revolucionario registro de 1970 con Harnoncourt en el podio y los primeros instrumentos originales recreando el sonido quasi original de la obra, el resto de las versiones que la siguieron fueron más de lo mismo pero, eso sí, elongando, recortando y trasportando los tempi hasta dar lugar a una especie de carrera por ver quien decía lo mismo en menos tiempo, con más voces, con menos voces y con idénticas características instrumentales. Y así fueron desfilando los Leonhartd, los MacCreeh, los Koopman, Max Brüggen, Pinnok, Herreweghe... que sin mirarse en el espejo de la excelencia de Klemperer, Furtwängler, Richter o Münchinger sí en cambio contribuyeron a crear otras lecturas mucho más atractivas, menos mastodónicas y más cercanas al espectador que las clásicas por excelencia. Sin embargo, Hasselböck no acaba de dar con ese punto de reconciliación entre lo clarividente y lo cercano, y prefiere buscar vericuetos menos trillados pero que no por ello son más amenos ni ortodoxos. Mejor organista que director -no a todos les cabe la suerte de tocar las campanas y estar en misa- sin embargo mantuvo esa cohesión vocal entre orquesta y coro, éste por cierto sin las voces blancas de recibo, que sustituyó por la no muy hermosa voz de la soprano. Hasselböck quiso hacer una versión híbrida y lo consiguió. Empleó voces de contratenor, el magnífico Carlos Mena, y dejó a la soprano llevar la voz de los niños, que era como se cantaba en las iglesias alemanas de la época. Pese a utilizar instrumentos originales -no demasiado templados, todo hay que decirlo-, el director holandés propició todo un desfile de hallazgos como la danza del coro inicial que nos traía aromas de Sarabanda. Voces y silencios El tempo no fue precisamente lo mejor, los pasajes vivos se alternaron con momentos de adormidera y los 78 números de los que consta la obra parecieron 178 cuando concluyeron los 180 minutos largos de agonía. Las voces de Jesús, un bajo que podría pedírsele algún grave más hipnóptico, Pilato y Judas bajos también pero éstos en su línea, y un Evangelista espléndido, con voz trasparente de tenor de oratorio, bien colocada, vocalidad extrema y soberbia dicción, fue lo mejor del elenco. Las arias y ariosos, lejos de conmover, resultaron dentro de la línea contaminada del XIX, no hubo frescura y la versión tendió a lo «ya escuchado». Los coros mantuvieron la afinación, y aunque a veces tendieron a quedarse, sin embargo la frescura de sus voces y la expresividad que intentaba Hasselböck imprimirle, fueron otorgándole esa chispa tan necesaria para que la música de Bach, tan hermosa en las partes corales, tuviera aquí la presencia que le faltaba a las otras secciones. En suma, una Pasión desapasionada. Mención aparte queremos hacer, y ésta es ya la enémisa vez, al departamento de prensa del Auditorio Ciudad de León, cuya responsable no ha servido a los medios los programas para poder orientar al público sobre quiénes eran los intérpretes y si había habido sustituciones u otros incidentes. La señorita que lo regenta prefiere hacer campañas electoralistas como acto de penitencia que hacer bien su trabajo que es por el que la pagan. De todas formas, más culpa tienen los que se lo consienten y sobre todo quien la apoya. Pero los amortiguadores de plumas se suelen volver de espinos. Tiempo al tiempo.

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