Diario de León

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León y sus viejos campos de fútbol Años 20 La explanada de San Marcos 1923 El campo de Ordoño 1945 El Ejido 1940 La Corredera 1955 La Puentecilla 2008 Reino de León

Esta misma semana, el Estadio Antonio Amilivi

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Javier Tomé - león
León

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En opinión de los filósofos que trataban de buscar soluciones para la acongojada España de 1900, las dos grandes calamidades que padecía el pueblo eran el cocido y el tresillo. Para remediar la baja forma de un país a la deriva tras la pérdida de los últimos restos del antaño glorioso imperio, la regeneración conjunta pasaba por desarrollar nuevos modos de vida en los que el deporte tendría crecientes cuotas de protagonismo. Bajo estas premisas, y ya en la primavera de 1890, se fundó en León el Club Higienista, mientras que a mediados de 1906 las señoritas de la buena sociedad disfrutaban con un extraño juego, basado en la habilidad con las raquetas, bautizado en la prensa como law-tenis . Más o menos por las mismas fechas, algunos muchachos calzados con alpargatas zascandileaban en el atrio de San Isidoro y en la plaza de Regla dedicados a golpear con los pies una pelota hecha de trapos y atacada con cuerdas. Y en el picadero del cuartel de Sementales ya se disputaban, de forma precaria, los primeros partidos de fútbol, deporte cuyo arranque oficial coincide con las fiestas de San Juan y San Pedro correspondientes a 1911. A pesar de confesarse lego en la materia y carente de conocimientos para desarrollar punto por punto los detalles del sportismo en cuestión, un periodista del Diario de León informaba a los lectores sobre el match disputado en el entonces llamado Parque, actual Paseo de Papalaguinda, que enfrentó a los equipos del Gijón Sport Club y al Foot Ball Club León. Demos la palabra a nuestro redactor Bernardo Zarzuelo: « Por la tarde también se vio frecuentado el Parque, asistiendo numeroso público, con motivo de presenciar la disputada y reñida partida de «foot-ball». De este modernísimo sport me ocuparé muy poco y sólo me limitaré a decir que todos los aficionados footballistas estuvieron muy trabajadores y felices en el balompié, y particularmente los porteros, sabiendo defender su puesto. Los campeones de la tarde fueron los asturianos, con cinco entradas o tantos, por ninguno de los leoneses. Contribuyó a dar realce y esplendor a este festival la banda provincial, a cuyos acordes de los bailables juguetes que dicha música matizaba, organizóse un baile en la frondosa pradera». ¡Hurra los sports! Al grito común de ¡Hurra los sports!, León padeció un sarpullido de fiebre deportiva que propiciaría el nacimiento de varios equipos locales, entre los que destacaba el Deportivo Leonés. Ataviados con largos calzoncillos cortados a la altura de las rodillas y adornados con una fila de botones, aquellos precursores corrían tras el balón en cualquiera de los verdes campos que rodeaban por entonces la capital, colocando las chaquetas en el suelo a una distancia aproximada a la que mide una portería. Con el correr del tiempo, los integrantes del Deportivo se equiparon con un conjunto de pantalón y camiseta blancos, luciendo un lazo con los colores de la bandera española en el pecho, y calcetines azules. Entre el plantel de jugadores destacaban los hermanos Crespo, Belinchón o el fotógrafo Pepe Gracia, un diablo con la pelota cuando tenía metros por delante. Mientras las naciones europeas se desangraban como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la liturgia futbolística iba ganando adeptos y los editorialistas de la prensa clamaban por la presencia de equipos de calidad que lograsen incrementar el interés entre los aficionados al juego de, según se decía en tono de broma, los señores «P. Nalty y Goal». En 1918 se fundó un nuevo equipo llamado Once Leonés, que debutaba el domingo 24 de marzo en un apasionante match contra el Valladolid J.C. A eso de las doce de la mañana ya se habían vendido todas las entradas, pudiendo calcularse en dos mil las personas que abarrotaban las graderías del campo del Parque. No faltó entre los espectadores una nutrida representación del bello sexo, compartiendo entusiasmo con algunos militares, un grupo de padres agustinos y periodistas de todas las publicaciones locales, reunidos para la ocasión en una tribuna muy bien situada. El resultado fue de empate a uno, y cuando el árbitro Fernández Luis señaló el final del choque, el público desfiló en amor y compañía por la avenida del Parque, cruzándose galanterías y fórmulas de cortesía a la antigua usanza. Así concluyó el primer derby entre leoneses y pucelanos, versificado irónicamente por el gran Lamparilla: En la patética lid hay mil chuts sin ton ni son por si ganará León o vence Valladolid. ¡Fuera, pues, la tontería con que alguno lo estropea y en la próxima pelea venza sólo la hidalguía! Y así fue como empezó la afición irrefrenable al fútbol en León. Y las primeras derrotas de la Cultu. La pradera de Papalaguinda, un espacio multiusos que daba cabida a los ejercicios militares del Regimiento de Burgos, animados bailes populares en torno al romántico quiosco de música o incluso al aterrizaje del avión de Leforestier, cedió protagonismo futbolístico al paseo de la Condesa de Sagasta, donde acababan de plantarse unos espléndidos jardines. Allí mismo, en la explanada de San Marcos, se habilitó el primer campo de fútbol que tuvo la capital, inaugurado en 1918. Las entradas se vendían en el Iris, siempre con la advertencia de que «no debe olvidarse la hospitalidad tradicional de los leoneses para con los forasteros, por lo que se advierte que se abstengan todos de censurar a los jugadores». El mismo día en que abrió sus puertas el mítico Teatro Alfageme, los equipos del Once Leonés y el Academia de Caballería midieron sus fuerzas frente al antiguo hospital de peregrinos, trasformado luego en lujoso Hostal de San Marcos. Los del Academia nos dieron un buen repaso y vencieron por 6 a 4, ante la desilusión del público que acudió al terreno de juego con sus ternos más elegantes. Pese a la crudeza del resultado, la avenida de La Condesa relucía con el semblante de los días grandes gracias a la riada de gentes, coches de caballos y lujosos automóviles que se dieron cita en tan emblemático enclave. Llegada la frívola y cosmopolita década de los 20, se extendió por la ciudad el sentimiento común de hacer un buen equipo que fuera escuela de educación física, cultura e higiene: « Negar que existe un anhelo porque León tenga una representación de lo que significa cultura física, sería negar la existencia del Sol. En todas las clases sociales hay los mismos deseos: parece que el deporte es un artículo de primera necesidad. Hay, pues, que reunir a todos los que tienen la misma idea. Hay que formar con ellos una asociación grande, amplia, hermosamente acogedora, que sea algo de todos y que todos los leoneses tengan en ella alguna participación. Debe ser la sociedad dinámica, como es el deporte, sin arrequines académicos inútiles, algo a la buena de Dios, fraternal, alegre y, sobre todo, muy de todos. Jóvenes, graves señores, empleados, obreros, intelectuales, todos deben hallar en ella algo amable que les haga entrar cotidianamente por sus puertas, siempre abiertas». El fútbol, dijo cierto entrenador del Liverpool, no es que sea una cuestión de vida o muerte. Es mucho más importante que todo eso. Así lo entendían ya nuestros abuelos a principios del siglo XX, cuando comenzaron a practicar un deporte que, a día de hoy, es la única religión con futuro en la globalizada sociedad del tercer milenio El mundo del ayer se puso en marcha para fundar la Cultural y Deportiva Leonesa, equipo por excelencia de nuestra capital. La puesta de largo culturalista tuvo lugar a comienzos del mes de agosto de 1923, cuando inauguraba con un partido contra la Sociedad La Salle el nuevo campo del Parque. El descampado de antaño se había cerrado con vallas y ya presentaba hechuras de auténtico campo de fútbol, configurando el escenario idóneo para que la muchachada culturalista se impusiera por un rotundo 3-0 a sus rivales. Presidido por Miguel Canseco, un hombre llamado a ocupar puestos de privilegio en el organigrama político que estaba a punto de instaurar el general Primo de Rivera, el equipo solicitó y obtuvo del Ayuntamiento la pertinente autorización para lucir en las camisetas el escudo de la ciudad. Y así inició la andadura deportiva que le llevaría, décadas más tarde, al ascenso hasta la Primera División, ante el estallido de las pasiones ciudadanas. Semejante timbre de gloria aún quedaba lejano en el tiempo, pues según discurría la década se hizo evidente la necesidad de un nuevo campo que pudiera acoger con comodidad al creciente número de espectadores. La afición al balompié crecía por entonces como la espuma, hasta el punto que los concejales del Ayuntamiento de Bilbao solicitaron en 1922 que el fútbol fuera de enseñanza obligatoria en las escuelas. Los directivos de la Cultural no se atrevieron a tanto, pues todos sus desvelos estaban centrados en la compra del solar sito al final de la calle Ordoño II, haciendo esquina con la glorieta de Guzmán y muy cercano a la cervecería La Polar. Un lugar de relumbrón en la entonces polvorienta carretera de Ordoño, elogiado en su época con música de cuplé: En la calle de Ordoño II, junto a La Polar hay un solar¿ En el mes de septiembre de 1926, finalmente, la hinchada local pudo acceder a su nuevo templo, inaugurado entre alegres pasodobles interpretados por la banda del Hospicio. Todas las fuerzas vivas de la ciudad estuvieron presentes en tan solemne ocasión, incluidos el presidente de la Diputación, el canónigo de la Catedral y el gobernador Militar. La madrina del acto fue la bella señorita Manolita Canseco, acompañada en tan emotivo trámite por las no menos hermosas Conchita Orla y Manolita Oliver. Un trío de mujeres lujosamente encuadernadas que se rompió las manos a aplaudir, dada la apabullante victoria de la Cultural por 7 goles a 0 ante el ingenuo equipo de los Luises de Valladolid. Ya podían corear los aficionados, como de hecho ocurrió, la orgullosa y un tanto chulesca coplilla: Tres cosas hay en León que causan admiración: La Catedral, San Isidoro y nuestro campo de foot-ball. Mediada la década de los 40, el fútbol leonés lió los bártulos para trasladarse a la barriada de El Ejido, conocida antaño como la playa de León por ser coto habitual de los excursionistas en tiempo de verano, buscando siempre el sol y la refrescante brisa de la Candamia. El terreno de juego, aledaño a la actual calle de Daoiz y Velarde, comenzó a funcionar en el mes de septiembre de 1945, quedando inaugurado con el partido que enfrentó al Maestranza con el Atlético de Aviación, bélica denominación para el que posteriormente pasaría a llamarse Atlético de Madrid. Antes de que el balón echase a rodar, y cumpliendo con la liturgia de la época, el párroco de San Juan de Regla bendijo unas instalaciones que, en opinión del público presente, nada tenían que envidiar en cuanto a postineras a las de cualquier otra capital vecina. Pese al paraguas celestial con que contaba, el campo de El Ejido fue testigo de uno de los episodios más vergonzantes relacionados con nuestra Cultu, expulsada temporalmente de la Federación Española de Fútbol en 1947 por amañar un partido frente al Albacete y dejarse ganar a cambio de una suculenta prima. Afortunadamente la sangre no llegaría al río, y en 1955 la mejor Cultural de la historia tocaba techo al ascender a la Primera División tras derrotar al Real Avilés por 3-2. Roherre, el periodista deportivo por antonomasia del Diario de León, escribió aquella épica jornada de primavera el siguiente artículo: « Si no hubiese sido que ya todo León estaba enterado; si no hubiese sido que el cielo límpido y azul de la gran tarde de ayer, 10 de abril, había sido rasgado por potentes palenques, cualquiera habría pensado que aquellos miles de almas que reían, lloraban y saltaban de alegría, acababan de volverse locos. Porque de locura fue el final del partido entre la Cultural y el Avilés. De locura colectiva. Y, además, justificada, que un pueblo tiene derecho también a sentirse dichoso». Por el terreno de juego de Ordoño, un campo que olía a hierba y a viejo, pasaron rivales de todos los pelajes, incluidos algunos de los mejores jugadores de la época. Fue el caso del legendario Ricardo Zamora, portero del Español, o de la pareja de defensas internacionales integrada por Ciriaco y Quincoces. Mientras el rumbo deportivo del equipo parecía consolidado gracias a la labor incansable de presidentes como Crisanto Sáenz de la Calzada y el filántropo Julio del Campo, los apuros económicos provocaron que el club de nuestros amores entrase en caída libre, por lo que en 1931 hubo de echarse el cierre. Y así se mantuvo la situación hasta el término de la Guerra Civil, cuando nuevos gestores retomaron las riendas de la Cultural, afincada desde el mes de septiembre de 1940 en el campo de la Corredera, presidido por un monumental anuncio de Anís de la Asturiana. El terreno se había arrendado al propietario Agustín de Celis al precio de 500 pesetas, considerable cantidad para aquel tiempo de penuria. El arquitecto Aparicio se encargó de las obras, mientras que todas las tejeras leonesas facilitaron ladrillos para que pudiera cerrarse un estadio con su tribuna cubierta y dos laterales al aire. Hasta el gobernador franquista Carlos Pinilla, célebre por sus campañas de moralidad pública, hubo de intervenir para que el proyecto llegase a buen puerto. Otros nombres se irían incorporaron a la mitología culturalista. La estrella fue sin duda el delantero César, que también jugó en el Barcelona, miembro junto a sus hermanos Calo y Severino de la saga familiar más importante en la pequeña historia del fútbol leonés. Considerado un auténtico depredador del área, su récord personal eleva a doce los goles que hizo en un solo partido al equipo Salvadores de Valladolid. No se quedaba atrás en cuanto a calidad Rosendo el Canario , llegado a León para cumplir el servicio militar e integrante años más tarde de la selección española que alcanzó el cuarto puesto en el Mundial de 1950 celebrado en Brasil. Y cerramos la semblanza de este trío de auténticos ases con Isaac el Gitano , gran futbolista y mejor persona que se convertirá en toda una institución en la vida leonesa. Por el terreno de juego de Ordoño pasaron los mejores jugadores de la época: el legendario Ricardo Zamora o la pareja de defensas internacionales Ciriaco y Quincoces El fútbol es como la vida: importa tanto el talento como la suerte. Y la fortuna no estuvo precisamente de nuestro lado durante la efímera pero gloriosa estancia de la Cultural en la categoría de oro del balompié español. Pero a modo de compensación, la capital incrementó su patrimonio urbano gracias al flamante campo de la Puentecilla, sagrado reducto para la hinchada local. Todo León acudió a la inauguración del campo, una gala deportiva acontecida en el mes de octubre de 1955. El equipo local se enfrentó y fue derrotado de forma injusta por el Athletic de Bilbao, entonces un potente once con todas las características raciales del pueblo vasco. Los espectadores ocuparon al completo los asientos, hasta el punto de invadir la pista de arena. Bautizado posteriormente como Estadio Antonio Amiliva en honor al señero presidente de la entidad, el campo presenció de todo a lo largo de su dilatada historia. Desde ver al equipo quemándose en el infierno de las categorías inferiores, hasta un nuevo ascenso a Segunda División en la temporada 70-71. Hazaña lograda por una alineación legendaria capaz de desarrollar un fútbol bien pensado y mejor concebido, con jugadores como Piñán, Maño, Ovalle, Larrauri, Félix Llamazares, Villafañe o Marianín, el último gran killer del área que ha tenido la Cultural. Un once caracterizado por su garra y nobleza, capaz de convertir el Amilia en un fortín donde sucumbió, entre otros muchos equipos, el Cádiz por un rotundo 5 a 0, correspondiendo tres de los tantos al jabalí del Bierzo . El traspaso del goleador al Real Oviedo y otros factores debilitaron considerablemente al equipo, incapaz desde entonces de alcanzar los extraordinarios logros del pasado. La tecnología, por el contrario, sí que avanzaba, según pudo comprobarse a comienzos de enero de 1973, cuando se inauguraron los focos en un estadio que empezó a acoger partidos nocturnos. En cuanto a la nómina de jugadores, el cacabelense Montes y Gerardo aportaron una cuota de sacrificio, brega y pasión muy del agrado del público. Hablando de la grada, el bañezano Duviz se paseaba por el Amilibia con sus incansables gritos de ánimo y pareados siempre acordes con el partido de turno: Hoy ganaremos al Orense con algo de suspense . Todo León acudió a la inauguración del campo, que con el tiempo pasaría a llamarse Antonio Amilivia A la largo de la década de los 80 se hizo evidente el deterioro que se iba adueñando del vetusto Amilivia, que presentaba tantos agujeros en los vestuarios y otras instalaciones como la propia economía del club. Ello propició que comenzara a hablarse de la construcción de un nuevo y funcional estadio, logro que tardaría cierto tiempo en llevarse a efecto. Mientras tanto, la Cultural seguía dando tumbos hasta llegar a un paso de la desaparición. De forma casi milagrosa, Salvio Barrioluengo pagó la deuda que el equipo mantenía con la Seguridad Social, si bien se descendió al pozo de la Tercera División. Logrado el retorno después de una correcta planificación deportiva, en tiempos posteriores se ha conseguido entrar en alguna liguilla de ascenso a la Segunda A, aunque sin rematar el que hasta la fecha es el más ansiado de los objetivos. El día 31 de octubre de 1998, el mismo año en que se cumplía el 75 aniversario del primer partido oficial disputado por la Cultu, el Antonio Amilivia cerraba definitivamente sus puertas para dar paso a la construcción de un monumental bloque de viviendas. Así se dijo adiós para siempre al santuario por excelencia del fútbol local, lo que desencadenó una pugna entre los aficionados por llevarse un pedazo de césped o algún otro recuerdo del ya desaparecido estadio. La temporada siguiente, 99-2000, el equipo se afincó temporalmente en el Área Deportiva de Puente Castro, a la espera del nuevo Amilivia que se estaba edificando a marchas forzadas a orillas del Bernesga. Un campo de moderna factura que serviría, presuntamente, a modo de talismán para lograr el ascenso. El incruento campo de batalla que es el fútbol se trasladaba a comienzos del tercer milenio a su nueva ubicación junto al Pabellón de los Deportes. Efectivamente, las instalaciones arrancaron el 20 de mayo del 2001 con el partido de la fase de ascenso Cultural-Jerez, correspondiendo a Ibán Espadas el honor de marcar el gol de la victoria para los leoneses. El estadio seguía llevando la denominación de Antonio Amilivia a propuesta de su nieto, Mario Amilivia, el entonces alcalde de la capital. Mucho han cambiado las cosas desde entonces y la corporación municipal encabezada por el socialista Francisco Fernández, un hombre por cierto muy ligado al deporte, está decidida a cambiar el nombre tradicional por el de Reino de León, como homenaje a la ciudad que es artífice de su construcción. Un asunto que está provocando cierta división entre los socios, unidos en definitiva por la aspiración conjunta de que la Cultural remonte el vuelo de una vez por todas. Porque antes y ahora, desde los tiempos en que las porterías se llevaban a hombros hasta los tecnificados partidos de la actualidad, fútbol es fútbol. Palabra de Vujadin Boskov. El Ayuntamiento toma la decisión de cambiar el nombre del Estadio Antonio Amilivia por el de Reino de León, en homenaje a todos los leoneses

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