Diario de León

Susana Vergara Pedreira

A por capilotes

Los jóvenes de Riaño irán mañana a por capilotes, la flor típica del valle, en homenaje a los pueblos sumergidos bajo las aguas del pantano. Narcisos amarillos que nacen entre la nieve si el verano se retrasa. Dicen que no se han ahogado, que los han visto mecerse en la orilla del mar de agua dulce que anegó la montaña. Es la flor de la memoria.

Capilotes en floración en las praderas del valle de Riaño. Mañana, los jóvenes del pueblo saldrán a recolectar los narcisos amarillos para celebrar la Fiesta del Capilote, con la que se rinde homenaje a los pueblos anegados por el pantano de Riaño, un día

León

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Mañana, cuando el día ya esté en marcha, saldrán los jóvenes de Riaño en busca de la flor del valle. La que de siempre regalaron los mozos a sus amadas, la que adornó iglesias y ermitas, la que anunciaba la llegada de la primavera cuando la nieve aún no se había derretido, la que los vecinos depositaban ante su Virgen, la de Quintanilla.

Capilotes, la flor de la memoria. Ni la desesperanza del valle acabó con ellos. Narcisos amarillos que surgen entre la nieve si el invierno se prolonga y a mayo le da por ‘marzear’.

Flor antigua que se extendió desde el Mediterráneo y llegó a Asia y China. Brotes solitarios que fueron símbolo en la lucha contra el embalse de Riaño.

Capilotes en Riaño, liras o lirones en Tierra de la reina, grillandas en Valdeburón, galipotes en Éscaro y el Orza, campanillas de Riaño en León. Decenas de nombres para una flor mítica a la que rindieron tributo de siempre en el valle anegado. Cuando las aguas cubrieron los pueblos, la marea se llevó con ella esta fiesta, una romería popular que permitía gozar de la naturaleza antes de que el calor invitara a la siesta.

Cuenta la leyenda que cuando la Virgen se le apareció a aquel buen riañés, le pidió que la llevara al rincón más bello del valle y que allí mismo la venerara bajo la advocación del lugar. Quintanilla fue. Desde entonces, a ella se rogó protección, a ella se pidieron favores y amparos. Y, paradojas del destino, a ella se apelaba para que llegara el agua. Tanto debieron rezar que la lluvia se transformó en pantano y la misma Virgen tuvo que abandonar su ermita, que fue salvada piedra a piedra y trasladada hasta un promontorio en la orilla de un mar artificial desde el que protege el futuro de Riaño, al que hubo que poner por delante la palabra nuevo.

Desde allí observará mañana la partida de los mozos y mozas en busca de los capilotes que dejarán en ramilletes y éstos en cestas en la Plaza de los Pueblos, la de la memoria, en el rincón del Riaño de ahora donde las columnas recuerdan los nombres de Anciles, Salio, Huelde, Éscaro, La Puerta, Burón, Pedrosa del Rey, Riaño y Vegacerneja.

Irán con ellos los pendones en desfile y tal vez suenen la dulzaina y el tamboril poniendo ritmo a los bailes regionales que este año tendrán que abrirse paso entre la zumba, que los aires del otro lado del Atlántico llegan a mediodía del sábado a las tierras salvadas de otro mar, el creado por los hombres.

Habrá comida, mercado y fraternidad. En recuerdo de lo que fue. Una fiesta espontánea y popular que los jóvenes han recuperado, quizá para siempre. Una celebración que en 1985 fue reivindicación. La del día que se notificaron los desalojos de viviendas en Vegacerneja para construir la nueva carretera. Era el 17 de mayo, con el capilote ya florecido. Una gran manifestación arrancó desde el pueblo y recorrió la comarca, un día en el que su luchó en el corro leonés y fuera de él y donde la música tapó el llanto.

En el 87, con la sentencia firmada para Riaño y los otros ocho pueblos, los capilotes se depositaron en las puertas de las casas que nunca más se volverían a abrir. Fue el verano de los ‘tejadistas’ y las campanas tañendo a arrebato, campanarios que anunciaban la llegada de la Guardia Civil escoltando la maquinaria para derribar el pueblo, tejados en los que los hijos de los hijos de Riaño se hicieron fuertes en resistencia civil.

Todo en vano. Otros valles fueron regados con éste. Otras cosechas germinaron con la riqueza embalsada. El agua acabó con todo pero no con la reivindicación misma de Riaño, con su orgullo, su historia y sus tradiciones.

Mañana, cuando el sol haya templado ya los campos, los jóvenes de Riaño saldrán del pueblo en busca de la flor de la memoria. Para honrar al valle naufragado.

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