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Bicocas de perillán

EL MARTES SE CUMPLEN 110 AÑOS DEL NACIMIENTO DE DARÍO FERNÁNDEZ-FLÓREZ (1909-1977), UN NOVELISTA CAÍDO DESDE LA MÁS RUIDOSA NOTORIEDAD AL OLVIDO. DE ESTIRPE FAMILIAR LEONESA Y LIBERAL, AUPÓ SU TRIUNFO SIN ESCRÚPULOS SOBRE UN ANDAMIAJE DE MANEJOS DIFÍCIL DE IMAGINAR. divergente

Retrato de Darío Fernández-Flórez, realizado por Enrique Segura en 1948

Retrato de Darío Fernández-Flórez, realizado por Enrique Segura en 1948

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ERNESTO ESCAPA
León

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A l joven Darío (biznieto del filántropo leonés don Pablo Flórez, que donó a la capital su Residencia de Ancianos del barrio de San Mamés), una desgracia adolescente le hizo perder una pierna, condicionando de forma severa su etapa de formación, aliviada con frecuentes viajes a través de Europa. En esos años, escalonó sus estudios desde los jesuitas de Burgos, donde tuvo destino como militar su padre, a la universidad de Grenoble. De vuelta a casa, cursó Derecho y Letras en Madrid, dirigiendo la revista universitaria Cuadernos. Sus primeras novelas respiran aquel ambiente cosmopolita de entreguerras: Inquietud (1931) y Maelström (1932).

Darío había nacido en Valladolid de chiripa, como él mismo escribió en sus memorias, por el empleo ambulante de su padre. La madre no tuvo tiempo de acercarse para el parto a la casa solariega de León, donde el bisabuelo Pablo Flórez da nombre a una de las calles que conducen a la catedral. El abuelo, Justino Flórez Llamas (1848-1927), fue arquitecto e inquieto explorador minero y su tío Antonio Flórez (1877-1941) uno de los arquitectos más importantes de la primera mitad de siglo. Autor de la Residencia de Estudiantes y del panteón institucionista en el cementerio civil, a partir de 1920 dirigió las Construcciones Escolares del Estado, donde puso en práctica la pedagogía de Cossío. En León, construyó la Residencia de Ancianos de San Mamés (1915), financiada con la herencia de Pablo Flórez, y la Escuela Normal de Maestros, en el arranque de la carretera de Asturias. Fue catedrático de Arquitectura y académico de Bellas Artes. Después de la guerra, padeció una depuración tan severa que adelantó su muerte.

Más tarde, los destrozos de la contienda, que pasó recluido en Madrid, rebajaron su ambición hasta el retrato más pedestre del entorno, aunque sin renunciar nunca a ciertos pujos intelectuales. Luego sería uno de los felones («el pseudoescritor Darío Flórez», según Javier Marías) que denuncian a su compañero de facultad Julián Marías, provocando su detención y presidio en 1939. Lo cuenta Javier Marías en su décima novela: Tu rostro mañana (2002). Enrolado en el ministerio falangista de propaganda, como director de ediciones, compartió unas cuantas sinecuras de menor cuantía con el próspero negocio avícola de una granja de pollos y gallinas ponedoras en Torrelodones.

Su empleo en la propaganda le propició una secuencia de libros y breviarios, que alcanzan desde los cantares de gesta hasta la huella hispana en los Estados Unidos. Además, fue menudeando antologías de clásicos para las ediciones azules, que tenía bajo su control. Su primera novela, Zarabanda (1944) se anunció como apertura de un ciclo que no tuvo continuidad. Novela de estructura compleja, que mezcla cartas y diálogos en un relato imbuido por la novela deshumanizada, maneja su experiencia en los medios estudiantiles españoles pensionados en Europa para subrayar la brecha cultural. Su protagonista es un vividor sin vergüenza que colecciona conquistas como si fueran corbatas. Eugenio de Nora la define como «zarabanda de pasiones, que expresa la vida con displicente e irresponsable desenfado». Desde luego, no engaña a nadie con su provocación ostensible desde el título. El censor que autorizó su publicación fue el poeta Leopoldo Panero, subordinado del autor. Pero cuando pretende reeditarla, recibe el palmetazo eclesiástico del censor Andrés de Lucas, aunque la autoridad del autor en el gatuperio censor consigue sacar adelante su reedición sin ningún cambio.

En el ministerio y en la radio, Darío Fernández-Flórez vivaqueó durante más de una década, hasta el ascenso a ministro en 1951 de Gabriel Arias-Salgado, que nunca le perdonaría el escándalo precedente de su novela Lola, espejo oscuro (1950). Los censores eclesiásticos se hacían cruces ante aquella manga ancha con un plato tan fuerte para la estricta dieta del Régimen. Pero él sabía en qué cestas había que poner los huevos. Los censores de sus libros eran subalternos, como Leopoldo Panero o Valentín García Yebra, mientras él perseguía con ferocidad a los notables, como Pío Baroja, que trataban de ir sacando a flote su obra. Pérez-Embid (1918-1974) le puso veto a esta novela en los cincuenta hasta la llegada de Fraga. Lola había quedado finalista del Nadal que ganó el leonés José Suárez Carreño. Lola, espejo oscuro encaja en la corriente neopicaresca que prospera estos años (Cela, Sebastián Juan Arbó) y cultiva el parentesco con la Pícara Justina. Su relato recoge la confidencia de una prostituta que desnuda la corrupción del Madrid de los cuarenta, «entregado a la codicia y a una lujuria vergonzantes».

Darío hizo su travesía de los cincuenta con varias novelas y la autobiografía fantasiosa Memorias de un señorito (1956), pero sin alcanzar ya el éxito de Lola. Frontera (1953) dibuja la angustia de los exiliados ante la barrera de los Pirineos. Personajes y episodios aparecen tintados con brocha inclemente. Alta costura (1954) envuelve con moralina las máscaras de la moda. El fracaso comercial de Los tres maridos burlados (1957) y de la donjuanesca Yo estoy dentro (1961) conduce al autor a una década de silencio. Lo rompe resucitando a la protagonista de su éxito: Nuevos lances y picardías de Lola, espejo oscuro (1971), donde utiliza el recurso de la trascripción magnetofónica para enlazar nueve relatos independientes; Asesinato de Lola, espejo oscuro (1973); y Memorias secretas de Lola, espejo oscuro (1978). También trata de reconciliarse en las postrimerías con su linaje liberal. Pero sus nuevas Lolas ya no escandalizan a nadie.

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