Diario de León
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nacho abad
León

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Yo, que nunca he recordado mis sueños, esta mañana desperté con la imagen nítida de estar en un bosque en el que nunca he estado. Era un lugar inmenso y feroz como la madrugada del mundo. Cuando abrí los ojos aún sonaba en la bóveda de mi cráneo el soplo del viento y el canto de los pájaros que, más que alegre, parecía una llamada de socorro. Sonó el despertador y me quedé un rato más tendido en la cama, con la mirada fija en el rectángulo oscuro del techo del cuarto, pero a la vez corriendo entre árboles altos y arbustos, allá lejos. Huía de algo, no sé de qué.

Cuanto más corría, más cerca lo notaba. Puede que fuera una bestia salvaje o quizás otro hombre. Alguien o algo que pretendía quitarme la vida. Tenía miedo y, a la vez, sentía una tristeza inconsolable porque la velocidad de mis pasos no me permitía ver aquel paisaje abrumador en el que nunca había estado, pero que conocía a la perfección. En un momento dado tropecé y caí al suelo, y entonces comprendí que no me perseguían, sino que era yo quien pretendía dar alcance a un mapache que parecía herido. El animal, al oír mi caída, se detuvo y miró hacia atrás.

Se me hacía tarde en la cama. Me levanté y fui a trabajar. Tuve un día tranquilo. Una compañera me contó que tendrá que operarse de la rodilla, y mi jefe, que está a punto de jubilarse, me enseñó las fotos de la casa que ha comprado junto al mar. Por la tarde, después de comer, hubo una pequeña bronca a consecuencia de la temperatura del aire acondicionado. Después fui al cine y la película me decepcionó. Llegué a casa a última hora y vi que había agua en el suelo del pasillo, junto a la puerta de baño. El grifo de la ducha goteaba. Además, el desagüe del plato estaba atascado. Eché unas toallas por encima y fui a por mi caja de herramientas. Del desagüe, junto a un montón de mugre y pelos muertos, saqué varias hojas. No sé cómo habían llegado hasta allí, pero al verlas, volví a recordar el bosque. Allí me había caído, pero me levanté y seguí corriendo tras el mapache, aunque ahora no le estaba persiguiendo, sino que huíamos juntos y él me mostraba el camino. Tras nosotros venía alguien que, cuando estaba a punto de alcanzarme, tropezó y cayó al suelo. Entonces, mientras se levantaba, me detuve y pude ver el bosque.

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