Diario de León

ENTREVISTA

Luis Mateo Diez: «En la vejez se puede encontrar algún apunte de felicidad»

Luis Mateo Díez. BENITO ORDÓÑEZ

Luis Mateo Díez. BENITO ORDÓÑEZ

León

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—¿Qué delitos ha cometido como animal de compañía?

—Supongo que si he cometido algún delito ha sido por indolencia, por vaguería, no por acciones punibles.

—«Para andar listo, nada mejor que la torpeza, y mientras menos se sepa de lo que somos, mayores posibilidades de subsistir sin que nadie se entere». Así arranca su nuevo libro, pero ¿piensa eso?

—No creo que sean así las cosas, pero son alternativas que pueden darse. El libro está tramado como una fábula y el personaje principal tiene la cabeza volada, vive en el desvarío y busca la lucidez para subsistir. La novela, en primera persona, en su boca, es un viaje mental sobre su día a día y sus precariedades. El lector seguro que se percata de un elemento muy onírico, de ensueño, una cierta nebulosa... aunque el protagonista es muy contundente en sus afirmaciones.

—La crisis energética, la guerra de Ucrania, la inflación... parece que podemos volver a los paisajes desolados de Celama, ¿no cree?

—Sí. La situación del mundo es un proceso de degradación que nos lleva a los paisajes desolados con todas estas guerras y trances ecológicos. El protagonista de la novela tiene el sentimiento de que su trastorno es el trastorno del mundo en el que vive; cree que está en un trastorno universal y que él no tiene la semilla de esa enfermedad.

—Acaba de cumplir 80 años, ¿qué balance hace?

—Lo primero es que los 80 años son un punto de llegada irremediable. Todos hemos tenido cierta sensación de que eran una frontera, pero la cruzas y sigues. Los 80 son un poco míticos. De joven parecía el fin de los tiempos. Se murió el padre de un amigo con cincuenta y nos parecía un anciano. Creo que los 80 es un momento para reflexionar, pero no lo he hecho mucho, aunque ha habido una circunstancia muy especial y es que el homenaje que me hicieron en el Instituto Cervantes fue una demostración de amistades que no te mereces.

—¿Está en su mejor momento literario?

—Sí, tengo la vitalidad creativa y unos lectores exigentes, así que no puede haber complacencia, sino reto. Soy un escritor exigido al límite.

—¿Se reprocha ser tan prolífico?

—No. Ahora ya me he acomodado. Sé que no es ningún aval para hacer buenas novelas, pero tampoco lo contrario. Hace mucho que le vendí mi alma al diablo, se la vendí a la ficción. Ser prolífico es buena cosa, porque significa que tienes muchas historias y tienes tiempo.

—¿A qué novela de las suyas le tiene más cariño?

—Con todos estos reconocimientos que he tenido, ha habido bastante evaluación de mi obra por parte de especialistas. Me ayudan a pensar que entre mis novelas más relumbrantes están Camino de perdición, Fantasmas del invierno y Vicisitudes. Me convencieron de que son esas.

—¿Qué le queda por contar?

—Tengo un mundo que me he fabricado, donde está esa provincia del Noroeste y una comarca en el suroeste que es Celama y muchas Ciudades de Sombra... Ese mundo lo he construido a lo largo de mi vida. Las historias están ahí y me están esperando.

—¿Le gustaría que hicieran una serie de alguna de sus novelas?

—Hubo algunos proyectos de películas que no funcionaron. El cine es muy arriesgado. Sí hubo un proyecto que me gustó y era adaptar las novelas cortas de las Fábulas del sentimiento. No todas, pero sí diez capítulos. Cada capítulo lo iba a dirigir un director, y eran los más punteros del momento. Aquello me hizo ilusión, pero finalmente no se llevó a cabo. Yo soy un cinéfilo empedernido; me gusta hasta el cine malo, pero me refiero al de antes.

—¿En la vida real ha conocido a personas tan fascinantes como las que desfilan por sus libros?

—No, aunque existen, seguro. He conocido a personas extraordinarias, como Vargas Llosa, con el que he hablado de mi novela, porque la está leyendo. Lo más intenso que he conocido y estrambótico lo he conocido en la ficción, no solo en mis novelas. Hay grandes personajes en Tolstoy, Conrad o Kafka. Ahí está la gente más extraordinaria.

—¿A partir de los 50 todo tiene que ver con la infancia?

—Es un proceso curioso. La infancia marca, es el tiempo mítico del hombre, que decía Pavese. En mi caso, el proceso de crecimiento —infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez— ha sido de deconstrucción. He ido deconstruyendo lo que venía de atrás, no con una valoración negativa, pero me he encontrado con un niño aborrecible que no me gusta nada y con un adolescente que andaba por León y era irresoluto y mal estudiante. Con la madurez empieza a haber cosas más interesantes. En la vejez se puede encontrar algún apunte de felicidad, entendida como tranquilidad. Te quedas solo y la condición de solo no está mal.

—¿El personaje que se llama Corsario es un guiño al grupo teatral que fundó Fernando Urdiales?

—Sí. Es un homenaje a ellos, que estuvieron hace poco en el Cervantes con escenas de Celama y tuvieron un éxito desaforado. La amistad con Fernando Urdiales, en la vertiente creativa, me enriqueció mucho.

—¿Le preocupan los vientos ultras que vienen?

—Sí, me parece horrible. Me crean desánimo y desolación. Pertenecen a los tiempos de la aridez de los paisajes. En la política, este vendaval procede de la parte siniestra, del fascismo y del comunismo mal administrado. Es una maldición y espero que no prospere. Esos vientos son como lo que le azotan al protagonista de la novela.

—¿Por qué sigue habiendo tan pocas mujeres en la RAE?

—Porque la RAE fue fiel reflejo de la sociedad española y la sociedad española nunca fue feminista. Yo creo que se empieza a normalizar, pero queda mucho. En los últimos veinte años han entrado más mujeres que en los 300 anteriores. La Academia actualmente está muy modernizada. Hay una guerra reivindicativa que está ahí y en la Academia está ganada.

—¿Los grandes premios literarios, como el Cervantes, están muy politizados?

—Los premios oficiales lo que tienen es un tipo de organización impredecible, por los jurados. Ha podido haber momentos politizados, pero a los políticos, a la vista está, lo que menos les interesa es la cultura, aunque hay honrosas excepciones. En León, por ejemplo, el Instituto Leonés de Cultura está en su mejor momento.

—¿Cuántos libros ha vendido y cuál encabeza la lista?

—No llevo el cálculo de ventas. Tengo mi agente literaria, Raquel de la Concha, desde mi primera novela. Sin duda, la más vendida es y sigue siendo La fuente de la edad, quizá porque es la más traducida. Soy prolífico, pero no autor de best-seller. La fuente de la edad sobrepasa los 100.000 ejemplares y se sigue reeditando.

—El protagonista de ‘Mis delitos como animal de compañía’ tiene la cabeza volada. ¿La normalidad está sobrevalorada?

—Es más variada. Es como el contraste entre lo razonable y lo extraordinario. Decir quién o qué es lo normal... hay más ambigüedad. La normalidad está determinada por los procesos de civilización y cultura, que hacen crecer las ambigüedades morales y hacen más furibundos los contrastes.

—¿Qué género nos identifica más como país, el sainete, el melodrama o la tragicomedia?

—La tragicomedia. Una de las vertientes de invención estética literaria está en el esperpento valleinclanesco. Don Latino de Hispalis dice: «La tragedia nuestra no es tragedia ¿Y qué es? ¿Pues algo será!».

—Usted también ha dado un giro hacia el humor en sus últimas novelas.

—Sí. Esta novela es muy humorística, en el sentido tragicómico. La literatura del absurdo siempre me gustó. El humor es fundamental, es un elemento crucial de lucidez.

—Y de supervivencia.

—Por supuesto.

—¿Se acuerda de todos y cada unos de los cientos de personajes que han desfilado por sus novelas?

—Con 80 años y tantas novelas... Puedo hacer un recuento, pero la memoria falla. Hay una estela común a la hora de intentar una memoria de esos seres de ficción. Reconozco un rostro y un ser que tiene unas características singulares.

—¿Escribe con ojo crítico de académico de la RAE?

—No y se puede comprobar porque hay descuidos. Proceden de un exceso de concentración a la hora de escribir y de que tengo una sintaxis compleja.

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