Diario de León

| Reportaje | Clases de árabe para soldados en Fort Riley |

«Buenos días», «¿cuál es su nombre?», «¿dónde está la bomba?»

Más de 2.000 hombres se preparan para ir a Irak. Para muchos es la cuarta vez que van, pero ahora tendrán por primera vez colaboración de las propias fuerzas creadas en el país

El general Carter Ham insiste en que siguen órdenes

El general Carter Ham insiste en que siguen órdenes

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Tatiana López - enviada especial | fort riley
León

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Difícil y previsible. Estos son dos de los términos que suelen repetirse cada vez que un periodista europeo trata de realizar un reportaje en colaboración con el Ejército de EEUU. El primer adjetivo es quizá el más fácil de explicar. Cualquiera que desee entrevistar a soldados estadounidenses debe ser primero seleccionado por el Pentágono; firmar varios compromisos escritos después; y someterse, por último, a las normas de la base militar que desee visitar. En el Fort Riley el protocolo pasa también por dejar que un perro entrenado olfatee todos los objetos personales de los reporteros, cámara y grabadora incluida. Hasta ahí la dificultad. Menos comprensible resulta la falta de emoción o, mejor dicho, el aburrimiento al que se enfrenta todo profesional de la pluma cada vez que intenta hacer su trabajo. «Como alguien más me vuelva a hablar de libertad, la Constitución o su país, me voy», farfulla un compañero al borde de la desesperación. Que los mandos militares no dan grandes titulares es un lema conocido. Por eso cuando el general Carter F. Ham, comandante en jefe de la primera división de infantería y entrevista estrella de la jornada, aparece por la puerta, todo el mundo sabe ya las respuestas. «Obedecemos» «A la Armada no le afectan las encuestas de la opinión pública, nosotros obedecemos al Gobierno de nuestro país»; «¿Qué si el nuevo plan funcionará? Depende de la colaboración de los iraquíes»; «Yo no sé cuando nos retiraremos de Irak, eso lo decide Washington». Unos cuantos escalafones más bajo el discurso se vuelve más rico. Conocida como la cuna de los llamados «equipos de transición, encargados de formar al Ejército iraquí a partir de ahora, la base militar de Fort Riley alberga a cerca de 2.000 soldados que, tras dos meses de entrenamiento, partirán a Irak estos días. Para muchos, como el recluta Colle, será la cuarta vez que presten servicio en esta guerra. «Y no será la última -asegura en un español defectuoso-. Muchos dicen que esto se arregla en tres o cuatro años. Pero yo creo que todavía falta una década. Instaurar una democracia lleva tiempo». Su opinión es compartida por el novato Adams Sollentier, quien, tras 15 años en el Ejército, pisará territorio iraquí por primera vez, tras presentarse voluntario para esta misión: «Todos sabemos que llevará tiempo conseguir que los iraquíes se sustenten por ellos mismos. Pero una de las cosas que me hacen sentirme orgullos de mi país es que nosotros no sólo destruimos los sitios, también ayudamos a reconstruirlos. Por eso creo que no deberíamos irnos de allí hasta que el trabajo este terminado». Su discurso coincide con el lanzado desde la Casa Blanca a principios de año, cuando el presidente Bush anunció el envío de 21.500 nuevos soldados a Irak. Con más de la mitad de la población estadounidense en contra de la nueva «escalada militar», el debate no parece haber hecho mella en una institución acostumbrada a prestar fidelidad sólo al uniforme que visten. «Nosotros no hacemos política, hacemos nuestro trabajo», zanja tajantemente Colle cuando se le pregunta. Contar con los iraquíes Un trabajo que, según reconocen fuera de cámaras, les ha llevado a cometer muchos errores en el pasado. «Contar con los iraquíes, ese es el gran cambio y la apuesta de triunfo que tenemos ahora». El que habla es el soldado Rygan, afroamericano de Georgia, que se ha pasado los últimos 17 años entrenando a reclutas estadounidenses. «Creo que estoy preparado para la misión, aunque reconozco que el idioma es una barrera». No es el único caso. De los dos millares encargados de llevar orden al caos sangriento que arrasa Bagdad, a razón de once entrenadores por cada 400 militares locales, apenas una decena habla árabe de manera fluída. Para el resto, el Ejército acaba de inaugurar un laboratorio de árabe donde se enseñan frases de bolsillo para el día a día. Carteles bilingües colocados en la fila del comedor recuerdan a los internos cortesías como «Buenos días», «¿Cuál es su nombre?» o expresiones como «¿Dónde está la bomba?». Más complicado resulta la adaptación cultural. Aparte del cambio de escenario, de las nieves heladas de Kansas al desierto de Oriente Medio. Convivir sin ofender es un reto difícil de superar por un Ejército entrenado para defender su «estilo de vida». «Son pequeños detalles, pero importantes. Por ejemplo, muchas veces los soldados piden carnés de identidad a gente que vive en aldeas y que nunca han poseído uno, con el consabido malentendido». Omar, iraquí, autor de la frase y nombre imaginario, ayuda desde hace poco a resolver estas cuestiones. «Lo hago por mi país», reconoce en una entrevista sin grabadoras, ni cámaras», porque quiero ver llegar la calma a mi tierra». Exiliado desde los años 70 en EE.UU., reconoce que nunca le ha dicho a su familia en Irak que trabaja para el Ejército estadounidense. «Es por seguridad, y tampoco me lo han preguntado», añade con brillo en los ojos. Como Omar, miles de soldados iraquíes se enfrentarán en los próximos meses a la difícil situación de navegar entre dos aguas al lado de las tropas norteamericanas. De su capacidad para seguir a flote depende evitar, o no, el naufragio de un proceso cargado de muertos y de fantasmas.

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