Diario de León
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Libre hasta el final

El anarquista que iluminó León

Participó en la revolución de Asturias y luchó en la Guerra Civil, se convirtió en agente de destacados miembros del PNV durante su encarcelamiento en el penal de Burgos tras la contienda y ayudó al maquis tras conseguir la libertad. A su muerte, donó a la CNT una de las bibliotecas libertarias más importantes de España. Y, sin embargo, hoy nadie le recuerda

Mercedes Muñiz, hija de Román, muestra una foto de su padre. FERNANDO OTERO

Mercedes Muñiz, hija de Román, muestra una foto de su padre. FERNANDO OTERO

León

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Se llamaba Román Muñiz y nació en Olleros de Sabero el 30 de septiembre de 1914. Su memoria se ha borrado de los libros de historia. Y ello a pesar de que su compromiso con el anarcosindicalismo pervivió durante toda su vida.

Como tantos españoles de entonces, abandonó la escuela de niño para comenzar a trabajar en la mina con apenas diez años. Su familia tenía relación con la de Durruti. De hecho, el padre de su mujer, Hieronímides, trabajó junto al anarquista a principios de siglo en el taller de Antonio Miaja, especializado en el montaje de lavadoras mecánicas para los minerales extraídos de las minas y el jefe de la CNT fue padrino de uno de los cuñados de Román. Enemigo de las ataduras, una discusión con su padre le llevó a abandonar la península y alistarse en la legión. Casi era un niño cuando comenzó la mili en África. Allí pasó 36 meses que le marcarían para siempre y fue allí donde conoció a algunos de los sublevados de Jaca.

Retrato de juventud

De regreso a España, trabajó en la instalación eléctrica del Metro de Madrid y en 1932 vuelve a León, donde se emplea en Hospital de Órbigo con Ángel Álvarez Rueda. Es entonces cuando conoce a‘Sindi’ y ‘Gatiti’, dos conocidos anarquistas con los que se inicia en el movimiento sindical y comienza su militancia en las Juventudes Libertarias. Las condiciones de los trabajadores por entonces intensifican su compromiso. Recordaba siempre a un empresario que tenía el almacén en la casa Costilla, en Padre Isla. Sus obreros le habían pedido una subida de diez céntimos y él les dijo que antes de darles lo que pedían se buscaba una querida. Así eran entonces las cosas. Se inicia como miembro de uno de los grupos anarquistas de León, al que dieron el nombre de los Audaces, y participa activamente en la revolución de octubre de 1934 desde la provincia. Román fue uno de los integrantes de la milicia que trató de detener a tiros el tres en el que viajaba el regimiento de Valladolid para reprimir a los mineros asturianos. No fue lo único. Colaboró aquel año en numerosos actos de sabotaje que le llevaron por primera vez a la cárcel.

Condenado a cuatro meses y un día de prisión, cumplió su condena en el Castillo. Tenía tan sólo 20 años pero su biografía contenía ya varias vidas. Días antes de morir, Román Muñiz dio una entrevista a María Jesús Muñiz en la que aseguró que por entonces ni él ni ninguno de sus compañeros tenía un ideario concreto. «Éramos rebeldes y nos manifestábamos como salía y, por aquellos años de guerra, la violencia era la única manera».

Su suegra con uno de sus hijos

En esa misma entrevista destacaba que todos tenían mucho miedo: «En aquel tiempo todo el mundo tenía una arma . Yo tuve mi primera pistola a los 13 años. Era un Astra del nueve largo».

El hecho de que antes de la guerra ya fuera un miembro significado de la CNT, le obligó a huir casi inmediatamente después del golpe militar de julio de 1936. «Huyó por Villaobispo hacia Matuecas y llegó a Cármenes, donde desde septiembre de 1936 luchó como miliciano en el Batallón 207 de Onofre García Tirador, participando en la toma del cuartel de Simancas de Gijón y en los combates de Mazucu junto a Higinio Carrocera Mortera. Con la caída del Frente Norte, se encuadró en el batallón 206 hasta que fue detenido.

Primer establecimiento en la calle Cervantes

Le condenaron a dos penas de muerte que cumplió en la cárcel de Valencia de don Juan, en Valderas y, más tarde, en el penal de Burgos, uno de los campos con más presos del norte de España. La gran cantidad de republicanos vascos y peneuvistas que había en el penal le ayudaría en su vida futura. «En la cárcel se organizaban por rangos según la utilidad que cada uno tuviera para el grupo», destaca Mercedes, la hija de Román. Y es que Román entraba y salía de la cárcel para arreglar problemas de luz de dirigentes del régimen. Los presos habían descubierto que el gobierno les iba a incautar propiedades y lograban venderlas antes de que la operación se llevara a cabo. «Lo hacían a través de Muñiz». La familia lograba introducir en el penal derechos notariales para que el propietario preso lo firmara como si esa operación se hubiera realizado antes de su ingreso. Después, Muñiz arriesgaba su vida para devolver esos documentos a las familias. «Consiguió crear un afecto real entre los vascos, que le dieron clase y lograron que al salir de la cárcel fuera un profesional de gran cultura y diligencia en su trabajo», rememora su hija. Su relación con ellos llegó hasta el punto de que le ofrecieron estudiar en Deusto y hacerle perito industrial en un sólo año debido a las competencias que tenía. Sin embargo, su responsabilidad familiar le llevó a rechazar esa posibilidad. «En su casa pasaban hambre y dijo que no», lamenta Mercedes, que recuerda que tras casarse tuvo que hacerse cargo de la familia de su mujer.

Su padre Hieronímides (con bigote.

Entre sus compañeros de prisión estuvieron Máximo Andonegui Múgica, Juan de Ajuriaguerra o los artistas Faustino Goiko-Aguirre y Joaquín Lucarini.

Al salir de la cárcel, a mediados de los años cuarenta, regresó a León, aunque no dejó de ser un sospechoso. De hecho, cada vez que Franco pasaba cerca de la provincia, aunque no se detuviera, la Guardia Civil metía a Román Muñiz en el cuartelillo. Cuando pasaron los años, se cambio la cárcel por la expulsión a La Candamia, de donde no podía moverse durante varios días.

A pesar de todo, su compromisó continuó y durante varios años prestó ayuda logística a los maquis que aún quedaban en la montaña de León. Sin embargo, las certezas de la vida le fueron distanciandole de los anarquistas y, tras la dictadura, durante la primera reunión de la CNT la calidad de los militantes no le gustó. «Dijo que había muchos licenciosos. Incluso vino defraudado del mitin de Federica Montseny en el Mercado», recuerda su hija.

Con el alpinista alemán Felipe Frick

Su capacidad de trabajo y seriedad le convirtió con el paso del tiempo en uno de empresarios de instalaciones eléctricas más solicitado en la provincia. Había empezado de cero, con la instalación de radios en los pueblos, hasta que pudo poner una pequeña tienda en la Calle Cervantes, frente al antiguo San Román y, con el tiempo Electricidad Muñiz se convirtió en la más importante del sector.

Román Muñiz con su mujer, sus hijas y algunos de sus nietos

Antes de morir, Román Muñiz hizo su último servicio a la sociedad y donó su gran biblioteca —que incluía miles de títulos, muchos de ellos de gran valor— a la CNT, un acto de generosidad que ha resultado en que León atesore una de las bibliotecas libertarias más importantes de España.

Todos los que le conocieron resaltan su gran humanidad y su marcado carácter. «No se callaba ante nadie. Un día, José Vela Zannetti en una exposición le dijo a mi madre que cogiera el cuadro que quisiera, que se lo regalaba. Al oirlo, mi padre dijo que un cuadro suyo nunca entraría en su casa, justo delante de él. No le personaba su compadreo con el franquismo».

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