Diario de León

Entre el Bierzo y la Cepeda

De ruta por la Górgora

Me la habían pintado suave y resultó ser una tarea cuasi imposible, ay, la Górgora. Linda pero matona

Un cartel informativo al inicio de la ruta, que incluye tramos de elevada dificultad.

Un cartel informativo al inicio de la ruta, que incluye tramos de elevada dificultad.

Publicado por
Manuel Cuenya
León

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La primera vez que oí hablar de la Górgora (o Górgona) fue a Armando Viloria. Hace ya un montón de años. «No debes perdértela», debió decirme el bueno de Armando. Qué curioso, nunca antes había oído ni mencionar la Górgora, recostada, es un decir, en el límite del Bierzo con la Cepeda. Bueno, en realidad, casi toda ella cae por el espacio cepedano.

Luego, pasados los años, le pedí a Armando Viloria una colaboración para la revista La Curuja , y me obsequió una hermosa leyenda, con náyades y medusas incluidas, una historia encantadora por la Górgora, la Gólgota , se me antoja decir en plan guasón. O l a del Gorgorito , convinimos mi amiga A. y este humilde servidor, que nos la echamos a la espalda hasta en dos ocasiones. Qué valientes. O qué despistados. Bueno, la primera vez sólo llegamos hasta la cueva del Moro (y la Mora, supongo), eso sí, trepando cuesta arriba como culuebras que reptaran por las veredas de las esperanzas teñidas de marrón sorpresa. O algo tal que de esa manera. No, no resulta fácil subirse a la cueva del Moro. Y peor aún es la bajada. «Yo por ahí no bajo», debí decirle a mi amiga. Pues hala... a tirar  pal  monte por la senda que encontremos, no sin antes asomar el hociquín al precipicio. «No, porque por este lado no debe seguir la ruta», nos dijimos a la vez. 

Al final, después de algún tumbo, dimos con un sendero que nos llevó casi casi hasta una mina abandonada, que queda ya próxima a Montealegre, punto de partida de esta secreta y escalofriante ruta por los cañones del Colorado cepedano y berciano. 

Digo casi casi porque, como el sendero no parecía llevarnos directamente a la mina, decidimos cruzar el monte por un «lavadero», uno de esos sitios por el que el agua de la lluvia acaba penetrando hasta abrirse paso entre el matorral. Y por ahí que nos fuimos derechitos al río-reguera, que cruzamos sin problema (baja muy poca agua en verano) hasta alcanzar la vieja mina abandonada. Una vez allí, Montealegre queda en lo alto, al ladito mismo, nomás, a unos dos kilómetros aproximadamente de distancia. Se suda de lo lindo para subir al punto de partida de la ruta, a las afueras del pueblo, donde está una cancha de deportes (polideportivo, le llaman algunos y algunas, qué cosas). 

Lo mejor, tratándose de rutas con cierta peligrosidad, es tomárselo con cierto humor, pero siempre con los pies firmes y en tierra, no vaya a ser el demoi …, que decían nuestros antepasados y aun nuestros padres. «Hay que estar un poco pallá —me recordaba mi padre— para ir por el peligro».

Si se puede evitar el peligro, mejor que mejor. Pero vayamos al tema, o sea, a la Górgora, que tiene tela y roca el asunto de marras.

Se trata de una ruta de dificultad media alta, esto dice en el cartelito del inicio. Y es cierto. Incluso me atrevería a subrayar que en algunos tramos es de nivel alto-alto, esto es, un peligro, porque, como bien me recordaba mi amiga, no se puede confiar en las cuerdas y escalas con cuerdas que están puestas, ya que pudieran estar rotas… Y si pones la pata ahí, te vas al garete. No es que te puedas partir algo, que tampoco sería el mayor mal, sino que podrías romperte toda la madre, y ya, se acabó el paisano o la paisana. Hay que ser un experto (y encima procurarse uno mismo los arneses, las ataduras y seguridades pertinentes) para treparse por algunos trechos de la ruta, si no estás jodido o jodida.

Bien es verdad que, a lo largo de esta ruta por el o la Górgora, hay salidas de emergencia (se agradecen, y mucho), al menos dos salidas de este tipo. Lo más chistoso de la ruta (ya dije que la abordaría con humor) es que llega un momento en que se nos plantean dos opciones: una, el camino difícil, que es seguir por el medio de una garganta profunda, la peña del Infierno, tal vez, con la consiguiente metedura de pata en el agua y la mojadura correspondiente, porque hay que lanzarse a un pozo, y luego ya se verá... y otra, la senda fácil, que se trepa por rocas casi imposibles, eso sí, habilitadas con un cordamen para poder realizar el descenso y/o ascenso, dependiendo del recorrido. No se sabe qué será mejor, si arrojarse al pozo y continuar hasta sabe dios dónde, o bien arriesgar el pellejo por las cuerdas  (de las que tendrías que fiarte, qué increíble). 

Me apetece dejar aquí todas estas impresiones para que quienes deseen emprender esta ruta no se lleven sorpresitas. Queda dicho. El miedo guarda la viña, y a veces al paisano o paisana. Tampoco es cuestión de ser un miedica, sino de no ser un loco o loca. 

La última parte de la ruta, antes de alcanzar la presa, es realmente peligrosa, y recomiendo encarecidamente que el personal se ande con cuidado, eso sí, si antes logró salvar algunos obstáculos. 

El trayecto, sobre todo por el río, es de una gran belleza vegetal, bajo la umbría, en medio de helechos y humeras entre otros singulares árboles, y poderosas rocas, con algunas cascadas como de cuento. 

Olvidaba decir que uno de los aperitivos para emprender y encarar La Górgora es tomarse unas sopas de trucha en Casa Manolo, en Montealegre, y de esta forma ya te anima el día y al menos parte de este fascinante viaje por las llamadas Raja del Infierno y la vulva de la Górgora.

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