Diario de León

el perro pastor leonés reivindica su raza

El carea viene de lejos

Hay trescientos ejemplares puros sobre los que tallar un libro de raza que desde hace años buscan criadores y la asociación canina leonesa

Dos ejemplares de carea leonés en el campo; la actividad ganadera ha salvado a esta raza de la extinción.

Dos ejemplares de carea leonés en el campo; la actividad ganadera ha salvado a esta raza de la extinción.

León

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Al carea no le falta nada de lo que tienen esos canes que se envuelven en aires aristocráticos y apóstrofes musicales y anda de sobra de la herencia que da una raza curtida en el trabajo y la disciplina; herencia de años, décadas y siglos. Así se presenta a la modernidad el perro ese que aparece en fotos con estampa de currante, fogoso de asumir órdenes y responsabilidad, atento al dueño y al rebaño, que no se salga de la linde; el carea es ese perro que urge a que le suelten el señuelo por el que guía el empleo diario. Lo definen los rebaños y los campos cultivados. El carea leonés es un perro autóctono que llama a la puerta del reconocimiento oficial de la raza, con el empeño constante de la Sociedad Canina Leonesa, que tiene el objetivo de armar una estructura genealógica de esta especie elegante, durante años tapada por los prejuicios que persiguen el valor en esta tierra, creída en que lo que viene de fuera es mejor. Nunca en el caso del carea, pastor, sí; el carea, fajado entre ovejas y caminos polvorientos, sí, con mil caras dibujadas entre el mestizaje y la supervivencia; que ha salido a flote como uno de los tesoros que han sobrevivido a la desatención, mal endémico de este territorio. Ahí está el carea acicalado, el pastor leonés, que ha sido herramienta de supervivencia para generaciones de ganaderos del sur y el este de la provincia, algo del norte, de las comarcas de Tierras de León y de Esla-Campos, elemental para conducir ganados cuando el pasto era escaso, también el pasto, y era necesario desplazar hatos hambrientos entre veredas rodeadas de panes, de frutos de cereal que coloquialmente llama el paisanaje leonés. Ahí está el carea, fibroso, azabache, con un negro brillante, su color leonado en el hocico y en el pecho, los amplios arcos supraorbitales y manchas de color, que le han valido el apelativo de cuatro ojos a la variedad de la especie clasificada como cervato; su pelaje gris, blanco y negro, carea moteado, arlequines del oficio pastoril; sus pasos rápidos y cortos, acompasados a la orden, el véte que ordena el pastor, que le permiten recorrer mucho terreno y a gran velocidad y sin esfuerzo aparente. Su alzada de cruz entre los 48 y los 55 centímetros en machos, y 45 y 52 entre las hembras; atentos, dispuestos, con gran capacidad de aprendizaje. Leales.

Es el perro que ha crecido en León. Y por el que León reclama el reconocimiento. En tres pasos de un proceso que ya ha emprendido. Carea leonés será raza cuando dé su aprobación la Junta de Castilla y León, en el paso previo de que ratifique el asiento el Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino. Para que la Sociedad Canina Española lo inscriba entre la relación de razas, y la sociedad internacional de cinología que controla las variedades caninas culmine el proceso que, como todo lo que se emprende en esta provincia siempre roza en demasía con las ventanillas de la burocracia y sus trabas y zancadillas, se antoja largo.

Tan largo como el camino de obstáculos que ha sorteado el carea para presentarse hoy con una genética tan pura como un guepardo; tan definida como el dálmata. Con sus ojos brillantes —«perros con ojo», definen y prefieren los propietarios para acertar con un ejemplar que interprete sus deseos sólo con mirar a la cara del dueño—, jadeante, entre rastrojos, piornales y urces. Entre bosquejos de cardos, incluso, salió adelante una estirpe, y entre la discriminación frente a canes de más porte y utilidad aparente. Conocida es la prohibición que existía en tiempos de la Mesta de pegar a los rebaños otro perro que no fuera el mastín. Y hasta en eso se confundieron con esta fuente de ideas, este perro listo, carea leonés, que alerta de la presencia del lobo cerca del rebaño envolviéndose como un ovillo en el refugio del chozo. Lo contó con precisión el mayoral del hierro de Los Hidalgo.

De esos límites se entiende la distribución de la raza, entre ganados estantes que se alimentan con montes comunales o rastrojeras. Por eso la localización del censo. Cuando hace ya más de dos décadas gentes como Félix García, secretario de la Sociedad Canina Leonesa, se ocuparon de recopilar vertientes y variedades de este perro, descubrieron que su asiento se distribuía principalmente riberas abajo «donde era imposible salir al campo con un rebaño sin contar con un carea», relata.

El carea pasó desapercibido para otros que no fueran los que cada mañana se calzaban la zamarra y el zurrón y se disponían a pasar el día al pairo del cielo, sin más compañía que ese chucho que lleva en el rostro marcada la atención y la lealtad. Así habrá superado los inconvenientes que se le han dado a este autóctono leonés, que nunca conoció la displicencia con la que se trató a otros canes que proceden de la misma vertiente, de la dedicación del guardián del ganado. Qué sería del carea con el mullido que ha atendido al pastor belga, al pastor de los Pirineos de cara rasa, o al pastor vasco, al gos d’ Atura; al border collie, el mudi húngaro, el pastor croata, el australiam sheepher, o al cao de sierra de aires, o las mismas líneas británicas del english sheepher, que también peregrinó por el reconocimiento de la raza.

La del carea prende su origen en relatos que superan la historia de boca en boca, con detalles más funcionales que morfológicas sobre el perro. Se advierte un vacío que agravó la escasa difusión y consideración sobre el caso, pero a medida que se escarba sobre el paisaje por el que pisaron los canes se logran noticias formidables sobre el carea. Las primeras fotografías que existen de ejemplares, allá por los años 40, datadas de exposiciones o concursos del perro pastor (la primera se fecha en la comarca de Sahagún en plena postguerra), muestran a un perro morfológicamente idéntico al que ahora es objeto de atención, el mismo que se cotiza como animal de compañía.

Las vías de recuperación del carea están empedradas de dedicación de algunos criadores, que enfatizan la necesidad de depurar más, el gen, el cruce, la reproducción. Para recortar el censo de perros salpicados con genética ajena y reforzar la relación de ejemplares puros que rondarán actualmente los trescientos, según los últimos recuentos valorados por Félix García, que desde la Sociedad Canina Leonesa lidera la empresa que ha de dar con el carea en el libro de la raza. Trescientos perros puros, lejos del límite que las federaciones internacionales fijan para salir del umbral del peligro de extinción. Hasta sacudirse ese desprecio con el que ha superado el desierto previo a su descubrimiento y presentación en sociedad como valor autóctono, el carea se ha tenido que sacudir despectivos y la desconsideración de la que siempre fue objetivo, envuelto en faenas poco graciosas y agradecidas con un mendrugo de pan duro. Incluso, la denominación se ha desenvuelto entre calificativos algo escasos de la elegancia que merece el saco de cualidades que acompañan el paso ligero de esta especie: al carea le llamaban chito, con ese desdén que aporta el desprecio a lo que no se valora y resulta imprescindible. Más ajustada es la variedad de apelativos que se le aplicaron según las zonas, derivada del aspecto del perro (rizadillo, referido a los de pelo largo) zahonero (de perfil bajo, por aquello de los que no llegan a los zahones, que eran los preferidos por los zagales trashumantes) perro de aqueda o tornador, que asumió por sus facultades para mover los rebaños a gusto del pastor.

Su valía le ha hecho protagonista de acontecimientos de leyenda, que se dieron en casos en los que la disposición al aprendizaje del perro coincidía con un buen adiestrador. El carea puede entonces guardar en solitario el rebaño.

Sin dejar el horizonte curvilíneo, de medio monte o valle que es el hábitat donde se ha forjado el gen de este perro formidable, el carea se aleja del rebaño para exhibirse ante el mundo. Sucede periódicamente en exposiciones o convenciones caninas, en las que aparece de la mano de chavales que se han comprometido con una raza tan noble que pone en evidencia a quienes despreciaron a chuchos mugrientos de trabajo. El pastor superó tiempos difíciles sin márketing. Ahora saca sus patas de la épica y las lleva a la alfombra roja. Para autopista y senderos.

Incluso, habría cabido en las Meninas, de haberlo sabido Velázquez.

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