Diario de León

Los maragatos, «Cordero» y otros miembros de la tribu

Astorga | Los maragatos parecen leyenda y realidad. Aquí se habla de realidad, de realidad diferente, si bien el autor prefiere mezclarlas. Un modo de hacer palpitar el sentir de la tierra de no restarle el privilegio del misterio

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ADOLFO ALONSO ARES | texto
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La arriería, como símbolo de un pueblo ancestral, emerge de la magia de otro mundo recóndito y maldito. Es la pasión que queda de un recuerdo y late en la memoria de los hombres. La tierra de los maragatos está llena de infinitos senderos que rememoran la devoción de unos seres, que por ser viajeros y emigrantes, hurgaron sus destinos en la tierra para buscar anhelo y hallar las viejas rutas que terminan donde el silencio llega. Santiago Alonso Franco, vecino de Santiago Millas, familiar del Santo Oficio, intendente, arriero y labrador, vino a desposarse con María Antonia Cordero González, nacida en Val de San Lorenzo, de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos: el mayor, llamado Santiago, murió siendo un niño el 11 de octubre de 1799. Después del fallecimiento nació otro, que también se llamó Santiago y tras él nacieron: María Antonia, Francisco Mauricio y Clemente. Este último fue presbítero y por oposición se hizo canónigo de la S.I. Catedral de Zamora. María Antonia se casó con Bernardino Franco en Santiago Millas; de su matrimonio nacieron dos hijos llamados Luis y Santiago. Comerciantes Francisco Mauricio (mi tatarabuelo) fue intendente, labrador, arriero (conductor Real de Caudales), comerciante, fabricante de curtidos y contratista de obras: entre otras realizó la construcción en Madrid del Canal de Isabel II y en Andalucía El Puerto de Cádiz. Contrajo matrimonio con María de la O Franco González, y aunque nacieron más, vivieron siete hijos que se llamaron: Santiago Alonso Franco, nacido el 17 de abril de 1831, citado por Pérez Galdós en los Episodios Nacionales. Fue Almirante de la Armada Española. Ejerció esta profesión de Marino en barcos como el Bergantín Galiano, Vapor Neptuno, Vapor Velasco, Fragata Concepción, Fragata Numancia y Fragata Navas de Tolosa. Fue comendador de Isabel la Católica, poseedor de la Cruz de la Marina y G.C. de S. Hermenegildo. El segundo, Tirso Guillermo, nacido el 25 de junio de 1835, fue bautizado por el sangrero-comadrón-cirujano de Santiago Millas, de socorro, y falleció el mismo día. María Francisca, Gabriel María, Manuel Alonso Franco (mi bisabuelo), nació el 13 de mayo de 1842, ejerció en la Delegación de Hacienda, en la entonces, isla española de Puerto Rico. Se desposó con Rosa Manrique de Lara y García-Alfonso. Otros hijos de Francisco Mauricio Alonso Cordero fueron: Clemente, que nació en Santiago Millas el 24 de diciembre de 1843, fue militar; Silvestre que nació en el 47 y José María Atanasio que murió siendo niño. Santiago Alonso Cordero, recordado como El Maragato Cordero, fue uno de los personajes que participaron plenamente de su mundo y de su tierra a través de muy diversas actividades, fundamentalmente en la capital de España. Destacó como político influyente y en sociedad con su hermano Francisco, ejerció como arriero, fabricante y contratista de obras. Sus carros recorrían una y otra vez las rutas de Galicia y de Castilla, pero nunca perdieron el vínculo con su lugar de origen. Santiago Millas fue siempre un lugar de regreso. Las distancias, entonces, con la capital no servían de excusa. Todavía están en pie las grandes casas que esta familia mandó construir en su pueblo natal y hoy siguen siendo un referente de explendor y opulencia de toda una época. La piedra en sillares, los arcos, los corredores y galerías, los patios empedrados y las distintas dependencias, contrastan en una tierra humilde que se tuesta con el sol de los veranos. Varias de las propiedades de Santiago Alonso Cordero fueron heredadas por su nieta Carmen Rodríguez Alonso, viuda de un Coronel Médico apellidado Freire y vecina de Santiago Millas durante los últimos años de su vida; dejó ese legado al Obispado de Astorga que construyó frente al Seminario la Casa Sacerdotal. Allí existe una placa recordatoria de estos hechos. De Santiago Millas son muchos e importantes arrieros y labradores que dieron esplendor a este pueblo. Existe un museo que recuerda otra época. La recuperación de antiguos edificios que señalaban ruina, está restableciendo el viejo esplendor de este enclave. En el trayecto que hay de Santiago Millas a Astorga, nos encontramos con Morales del Arcediano, por donde pasa el río Turienzo, donde existen aún edificios sobre el cauce, que albergaron molinos. Cerca de Morales se encuentra Oteruelo, un pueblo de vendimiadores, las mujeres vendimiaban y los hombres hacían fejes y podaban las viñas, y próximo a él, Piedralba. De aquí quiero recordar a Mariano Osorio, hombre rico, labrador y comerciante, que por manifestarse ateo, en vez de ser enterrado en el cementerio de su pueblo, fue trasladado a Astorga y allí está sepultado en el Cementerio Civil. Sin embargo, siempre oí hablar de un astorgano llamado Esteban Ochoa, que quiso que se le diese sepultura en una finca de su propiedad en el término de Piedralba. El Val de San Lorenzo, como centro principal de la maragatería, tuvo industria textil de importancia, y los Roldán, Geijo, Navedo o Cordero, fueron algunas familias dedicadas a la fabricación de cobertores. Recuerdo ahora a Esteban Geijo, quien se dedicó toda su vida al comercio de la lana y del trigo, hombre de negocios conocido en toda la comarca; y a Demetrio Geijo, que siempre vistió el traje típico maragato y falleció allá por los años sesenta. De Valdespino, pueblo con cuatro barrios, destaca su antigua tradición arriera. Martín Ares fue a principios del pasado siglo uno de los más conocidos y aún vive Saturno, hermano de Pepe el herrero de Valdespino y de Nicolás, herrero de Lucillo, que anduvo en la arriería durante el último tramo de este oficio, y es por lo tanto conocedor de aquella industria que marcó el carácter de unos pueblos. Francisco Fernández, conocido en toda la región como «Voluntario» fue un hombre querido y popular que destacó por su personalidad e ingenio. Su hijo Antonio, que es tratante de ganado, ha recorrido las más importantes ferias de España en busca de las mejores reses y, aunque vive ahora en Astorga, no puede dejar de visitar la mayoría de los días su pueblo, al que va en moto para hablar a la puerta de su casa con sus vecinos de siempre. Siguiendo la carretera con dirección al Teleno, damos con Lagunas de Somoza. Próximo a la entrada y a su izquierda hay un pequeñísimo cementerio civil, en él crece el mayor ciprés de toda la Maragatería. Sus habitantes fueron fundamentalmente labradores. Luyego, a continuación, es cabeza de Ayuntamiento y núcleo de actividad, allí se celebra la más importante romería de toda esa comarca el segundo domingo de octubre, en honor a la Virgen de los Remedios. Hubo en tiempos que este pueblo era fábrica de chocolates y mantecadas. Quintanilla de Somoza emerge como un hito mágico de esa tierra. Ahí nació el maragato Alonso Criado. Los pueblos más cercanos al Teleno: Filiel, Boisán y Chana fueron núcleos de labradores y ganaderos. Lucillo sobresalió por sus mercados de los lunes, allí acudían las gentes de los demás pueblos y de Astorga a comprar los jamones que tuvieron fama. Es cabecera de Ayuntamiento, tuvo cárcel y emitió moneda. Santa Colomba es otro de los símbolos de la comarca. Es el pueblo de los Crespo, de notarios, magistrados, médicos y boticarios prestigiosos: Román Crespo; Pedro Crespo, el boticario o Santiago Crespo, médico, son ejemplos. La familia Carro también está vinculada a este pueblo, por ejemplo, el conocido médico Julio Carro o, también, Rafael Carro, quien ejerció de asentador de pescados en Madrid. De Santa Marina de Somoza desciende la familia Calvo, propietarios de las famosas conservas que llevan este nombre. De Andiñuela era el General Cabrera, Toribio Domínguez Cabrera, diputado a Cortes en la Segunda República. De Pedredo mencionaré al señor Domingo y la señora Dictina que tuvieron Taberna y venta. De Murias recuerdo al Sacerdote Antonio de Paz que además de cura era hombre de negocios y prestamista, razones por las que le fueron suprimidas las licencias para el ejercicio del sacerdocio. En Castrillo de los Polvazares he de señalar la numerosa familia Botas que regresan de un modo continuo a su lugar de origen y ejercen siempre de auténticos maragatos. Maruja, cómo no, y «el cocido» que ella prepara, pues tiene el mérito enorme de haber sido pionera, y por tanto promotora de esta nueva industria gastronómica tan próspera en toda la maragatería. De Santa Catalina hemos de recordar siempre al señor Aquilino el tamborilero. Aquilino Pastor permanece hoy en una plaza de su pueblo representado en un busto de piedra. De El Ganso deseo mencionar como maragato a Victorino Criado, era un hombre alto y corpulento dedicado a la ganadería y a la compra de ganado para las carnicerías que poseía en Madrid. Le gustaba acercarse a Astorga los días de mercado montando sobre un macho. Valdemanzanas, Villar de Ciervos, Piedras Albas, Rabanal Viejo, La Maluenga, Rabanal del Camino, Foncebadón, Manjarín, Turienzo, Tabladillo, El Val de San Román, San Martín del Agostedo, Viforcos, Argañoso, Brazuelo, Villalibre, Villar de Golfer, Veldedo, Murias de Pedredo, Valdeviejas o Turienzo de los Caballeros son otros tantos lugares representativos de esta comarca que plasmó el carácter de un pasado y de un presente lleno de nostalgia. Sus casas y sus calles guardan la peripecia de sus gentes y los caminos, en ocasiones ya abandonados, aún tienen grabadas las marcas de los carros que por ellos discurrieron. Quizás en este empeño que dejamos por conservar memorias, nos marque otro susurro en el eterno mito de esta tierra que invoco. Lo lejano de la Maragatería va más allá de Molina Ferrera, pueblo de prosperidad, y tras una ruta entre robles y encinas se esconde, ya al final del todo y cerca de El Bierzo, Pobladura de la Sierra, pueblo representativo y diferente; sus habitantes vivieron aislados, pues no hubo carretera hasta los años 70. Los arrieros maragatos recorrieron España y en muchos de sus pueblos y ciudades se establecieron con negocios que casi siempre gozaron de prosperidad, y sobre actividades del comercio. De ellos hizo un férreo clan que se expandía por otros lugares y hoy es frecuente encontrar en Galicia, Castilla, Extremadura o en la Capital de España establecimientos que responden a nombres vinculados a los maragatos. Sus hijos, nietos y biznietos regentan hoy esos establecimientos y siguen, a pesar del paso de varias generaciones, íntimamente relacionados con sus pueblos de origen. Citaré dos ejemplos. De Valdespino fue popular el Tío Argollas, llamado Gregorio Ares, que arando las tierras para sembrar centeno encontró, según se contaba, un gran número de argollas, tantas que las vacas no podían tirar con el arado y no tuvo más remedio que ir sacándolas de la tierra poco a poco y las echó para el carro y las tuvo tiradas en el corral durante meses. Eran de oro y decían que el dinero que sacó de su venta lo dedicó para hacerse prestamista en La Bañeza y con esa actividad ganó una gran fortuna. De Valdespino era el señor Pacios, que tenía una conocida taberna donde paraban los maragatos. Allí se vendía tal cantidad de sal, que tenía un cuarto dedicado en exclusiva a este producto: «el cuarto del sal». También vendía jamones de la tierra. Uno de sus hijos es Antonio Pacios, autor de diversas obras e investigador, que ama y conoce profundamente la Maragatería. Esta región sufrió un declive histórico a partir de los años 60 y 70, aunque como dato simbólico, señalaré que todavía en el año 1965 llegó la luz a algunos de sus pueblos. Las vías de comunicación, a pesar de estar en tierras arrieras, aún no son sobresalientes. En el año 34 sólo se podía llegar desde Astorga hasta Valdespino y se continuaron las obras a Quintanilla; entonces Dictino inició con una camioneta, y luego con un viejo y típico autobús, las rutas que comunicaron esos pueblos, pues hasta entonces se viajaba solamente por caminos y quizás el único automóvil que circulaba era el de Rada, que transportaba el correo desde Astorga (años 30) y subía por el paraje conocido como Prao Redondo; cuando se atollaba en el barro había que sacarlo con las parejas de vacas. De aquellos años recuerdan a un hombre que venía desde el pueblo de Cunas, situado al otro lado del Teleno y que popularmente era conocido como «El Correo de los infiernos»; siempre iba caminando, calzaba albarcas, no poseía caballería alguna y llevaba colgada una gran alforja que llenaba de productos que adquiría en los establecimientos del camino. Andaba deprisa y cruzaba los montes en cualquier época del año. Cuando llegaba a Valdespino dormía en casa de Balbino Prieto, si hacía buen tiempo en el patio y si era una noche muy fría en la cocina. Vendía hilo, papel, tinta, latas de escabeche, también cuchillos y las navajas que fabricaba Blas Seco (El Chispo). «El Correo de los infiernos» llevaba colgadas unas grandes tijeras, pues era también esquilador de ovejas. En estos pueblos hubo realidad y leyenda. Yo prefiero mezclarlas y hallar en el abismo de los años una palabra escrita que me inspire para sentir mi tierra. De los últimos transportistas destacan el «Ti» Benigno que tenía un carro con dos machos y cantina en Luyego y cuando cruzaba por los pueblos salían a su paso quienes tenían verrugas, pues él sabía como hacerlas desaparecer para siempre; y, también Marcos y Manolo de Luyego que transportaban en un carro la mercancía hasta Astorga y de regreso traían vino para su taberna. En Villalibre vivía Salvador, que era un conocido capador de cerdos, toros y caballos, marchaba de su pueblo y pasaba con frecuencia varios días recorriendo los demás lugares de la comarca. En Lagunas había carboneros que hacían su producto vegetal con madera de encina y luego lo vendían en los alrededores. En Quintanilla se arrancaban urces de El Teleno y se bajaban a vender al Val de Abajo, eran utilizadas para arrojar los hornos y cocer el pan. Era frecuente que gentes pobres recorriesen aquellas poblaciones pidiendo una limosna y solía haber alguien en cada pueblo encargado de alojar y atender a aquellos seres. En Valdespino era el «ti» Agudinos (José Pérez) que tenía la llamada casa de los pobres y cuando llegaba alguno les servía un plato de sopa caliente y los ponía a la lumbre para que entrasen en calor y luego dormían en el pajar. Recuerdo ahora a uno, especialmente conocido, que era natural de Morales del Arcediano. Creo que se llamaba Manolo, un hombre casi inválido que caminaba ayudado con un viejo andador de madera y de hierro que hacía mucho ruido y con una alforja al hombro pedía limosna que solía consistir en pedazos de pan o de tocino. Eran, con frecuencia, los molineros de Morales, Juan Antonio y Felipe, quienes lo llevaban en su carro para que pidiese por los pueblos mientras ellos recogían sacos de trigo y centeno para moler. Además del oficio afamado de arriero, de la Maragatería surgieron numerosos tamborileros: Sr. Martín de Valdespino, Alfredo de Santiago Millas, Dionisio del Val de Abajo y su hijo Antonio «Turienzo», Gabino de Quintanilla o Manuel, que tocaba la flauta con la nariz; «Pol» de Morales, etc. La lista sería interminable. Siempre he creído que la tradición y cultura de los pueblos maragatos está vinculada con lo desconocido de su origen y aunque hay autores que quieren ubicar un principios, yo creo que hay mucha leyenda anclada en la memoria; y no se debe hurgar ese concepto que haría que un silencio se acabara, y fuese sólo un pliego que apolillase historia de eruditos que no creen en el eco de la duda, y hacen que se dispersen tantas cosas que no tienen principio ni tienen que tenerlo. Si esta tierra es de magia y de silencio hemos de dar cobijo a la miseria que en otros tiempos trajo la angostura para urdir más leyendas y hacer que este misterio no concluya.

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