Diario de León

«En Alepo caían bombas como lluvia, en España esperamos vivir en paz»

Siete millones de sirios viven refugiados en otros países tras el estallido de la Primavera Árabe y el conflicto bélico que sigue latente en el país. Rima Khello y Mustafá Alí Biro llevan dos meses en León protegidos por el programa de San Juan de Dios, un viaje que emprendió la familia desde el Líbano.

FERNANDO OTERO

FERNANDO OTERO

León

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«En marzo de 2013 huimos de Alepo hacia un pueblo que está a 80 kilómetros de la ciudad. Aquel día hubo muchos enfrentamientos, bombardeos y conflictos civiles. Dejamos nuestra casa para siempre, conscientes de que todo quedaba atrás. Sólo nos llevamos lo puesto y lo que cabe en una maleta, la ropa de primera necesidad». Rima Khello, de 34 años, y Mustafá Alí Biro, de 41, escaparon de la guerra de Siria con dos hijos de 17 y 15 años, y una hija, de 10 años. «Nos acordamos de aquel día como una tragedia, caían bombas como si fuera lluvia, sin parar».

Rima y Mustafá llegaron hace apenas dos meses a León con sus hijos. Para poder hacer esta entrevista necesitamos la ayuda de una traductora. La familia está refugiada en León gracias al programa de San Juan de Dios y en esta primera fase del programa viven en un piso y aprenden español. Los menores están escolarizados y progresan con el idioma y los estudios. «Están muy contentos», dicen sus padres. El sueño del matrimonio es vivir en un país en paz, seguros y sin conflictos bélicos. «Lo hemos encontrado en España», aseguran.

El 15 de marzo de 2011, estalló en Siria el conflicto conocido como la Primavera Árabe, un movimiento contra la familia Al-Asad Bashar, una dinastía que controla el país con mano dura desde hace 40 años. Once años después del inicio de la revolución, la guerra civil siria ha costado ya más de 100.000 vidas, según los últimos datos aportados por el Alto Comisariado de Derechos Humanos de la ONU. El organismo internacional anunció a comienzos de 2014 que no seguirá contando los muertos, por carecer de acceso suficiente a las zonas de combate. La violencia continúa en el país del que llegan noticias a cuentagotas tras concentrarse toda la atención internacional en la guerra de Ucrania. Sin embargo, Rusia es el nexo con el que se pueden comparar las dos contiendas. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, cuenta con el apoyo del presiente de Siria, Bashar Al-Assad, en la guerra contra Ucrania. Rusia, a su vez, apoyó y apoya a Bashar Al-Asad en el conflicto abierto en Siria contra el ISIS (Estado Islámico).

Aquel día en el que sobre Alepo cayeron bombas «como lluvia», como lo describen Rima y Mustafá Alí, el matrimonio quiso poner a salvo a su familia. Él abandonó su trabajo de cocinero y ella, ama de casa, pusieron tierra de por medio para escapar de una ciudad en llamas. «Huimos en un coche de línea hacia nuestro pueblo, donde vivían nuestros abuelos y estaba la casa familiar. Dejamos nuestra vivienda en Alepo. No sabemos qué habrá pasado con ella. Pero las noticias que nos llegan es que está en pie, pero ha sido pasto de los ladrones, todo lo han robado».

Cuando nos dijeron que España nos había aceptado como refugiados dijimos que sí inmediatamente, aunque no conocíamos nada de este país, ni de sus costumbres ni de su sistema político

La Batalla de Alepo se prolongó cuatro años (2012-2016), en una confrontación entre el ejército sirio, apoyado por Rusia, contra los grupos rebeldes e islamistas.

«No había esperanza en volver», recuerda Mustafá Alí. Sin embargo, Rima conserva la ilusión de poder regresar algún día. «A ver si se tranquilizan las cosas en el país y podemos regresar. Ahora tenemos mucho miedo, no hay seguridad. Tememos por la vida de nuestros hijos porque no se puede salir a la calle».

Toda la familia de Rima y Mustafá escapó de Siria hacia Líbano. «Allí está nuestros padres, hermanos y resto de familiares». Y allí estaban ellos hasta hace dos meses protegidos y acompañados por distintas oenegés.

«Después de huir al pueblo nos quedamos tres meses y el 4 de julio de 2013 salimos en un minibús hacia Líbano, con toda la familia». Mustafá y Rima tienen grabadas a fuego las fechas de cada partida, un desgarro que les acompaña desde entonces y cuya hemorragia mantienen controlada por la esperanza no perdida del regreso «algún día».

Huimos con lo puesto y lo que cabe en una maleta. Toda nuestra familia está en Líbano, queremos estar en un país que sea seguro para nuestros hijos

Rima y Mustafá son kurdos en una Siria fragmentada. Durante la guerra, la minoría kurda, que durante décadas ha denunciado las discriminaciones del gobierno de Al- Asad, fue aliada de Occidente contra los rebeldes y con un objetivo claro de la autonomía del kurdistán sirio.

El conflicto en Siria sigue sin una resolución a corto plazo. Según las últimas estimaciones de la ONU, 350.000 personas han muerto en la guerra, incluyendo 27.126 niños. Musfatá, Rima y su familia forman parte de los 6,6 millones de personas refugiadas desplazadas por distintos países. 5,6 millones se encuentran en países cercanos (Turquía alberga al 65%), y 6,7 millones de desplazados internos, según la ONU con datos hasta marzo de 2021.

Rima y Mustafá se registraron como solicitantes de asilo en el año 2015. «Nosotros nos refugiamos en Líbano con la familia, que habían salido tres meses antes de Siria. Nos acogieron en sus casas, hasta que Mustafá encontró un trabajo de cocinero en un restaurante», recuerda Rima. «Entonces nos trasladamos a vivir por nuestra cuenta. Allí estuvimos hasta hace dos meses, apoyados por las oenegés. «Trabajaba más de 12 horas»— recuerda Mustafá— «pero mi sueldo no nos daba para vivir y apenas podía estar con la familia».

Después de tres entrevistas con la familia, Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, comunicó la respuesta del alto comisionado. «Me dijeron que había posibilidades de viajar, inmediatamente les respondía que sí. Entonces me advirtieron de que dejara el móvil operativo, que recibiría otra llamada en pocos días. Volvieron a llamarme a los diez días». De nuevo, Mustafá muestra una herida sin cerrar al recordar con exactitud cada fecha y cada hora en la que la familia da un paso más en la huida que les aleja de su país y sus raíces. «Me citaron para una primera entrevista. Fuimos toda la familia. No nos dieron muchas esperanzas, pero a los tres meses (de nuevo una fecha exacta) ya tenía una promesa».

No hubo elección. La primera y única propuesta que recibió la familia fue España. «No habíamos oído nada de España. Sí sabíamos donde estaba, pero no conocíamos nada ni de sus costumbres ni de su sistema político, nada». Aún así aceptaron sin pensarlo.

«Esa tercera entrevista nos la hicieron funcionarios españoles en Líbano con la ayuda de un intérprete. Nos dijeron que España nos había admitido como refugiados, algo que llevábamos esperando varios años».

La familia emprendió un viaje a un lugar desconocido, a 5.000 kilómetros de distancia de sus raíces. «Mi única preocupación es estar en un país en el que pueda estar segura, deseaba alejarme lo más posible del conflicto». Rima no dudó y aceptó el viaje desde el primer minuto, aunque las dudas surgieron después, con el nerviosismo de los preparativos. «Empecé a dudar, a pensar en la vida que dejaba para viajar a un país desconocido y tuve miedo». Mustafá tomó la decisión más rápido. «Allí teníamos una vida muy difícil y aunque sabía que llegaría a un país desconocido me daba igual, quería empezar una vida más tranquila».

Después de tres meses de reconocimientos médicos y distintas pruebas clínicas a los cinco miembros de la familia, «el 24 de febrero de este año salimos de Líbano» (de nuevo, sin titubeos, un día exacto).

«Llegamos a Madrid, allí nos esperaba un técnico de San Juan de Dios que nos trasladó a León. Desconocíamos nuestro destino. En Líbano nos dijeron que llegaríamos a un lugar en el que varias familias vivían juntas, en campamentos colectivos, y yo tenía un poco de miedo con eso» —recuerda Rima— «pero mi alegría fue cuando me dijeron que estaríamos la familia sola en un piso como este en el que estamos, era lo único que esperaba, que tuviéramos intimidad familiar».

Para Rima, España es el país en el que deseó vivir siempre alejada de los conflictos, la guerra y la inseguridad con la que se vive en Siria. «Lo que más echo de menos son las reuniones familiares, aquí estoy sola, aunque no siento mucha nostalgia por nada más. He conocido a familias árabes en León e intercambiamos visitas».

Rima lleva velo. «Es mi decisión personal, a mi marido le da igual, los kurdos no lo imponen, lo elige la mujer. Mi hija ahora es pequeña, pero cuando sea mayor lo decidirá ella». Mustafá Alí dice que él no se mete en esa decisión: «No me meto, me da igual, que haga lo que quiera».

Sin embargo, Rima si encuentra en León que las mujeres tienen mucha más libertad que los hombres: «Aquí se tiene muy en cuenta a las mujeres, se las respeta y tienen las mismas oportunidades que los hombres. Allí, en los países árabes, está totalmente despreciada».

Mustafá escucha y calla. A la pregunta de sí encuentra diferencias entre las costumbres de los hombres árabes y los hombres españoles contesta que no. «Es lo mismo» —asegura— «es la misma cultura para los hombres. El proceso para las mujeres es diferente».

«Deseo que mi situación sea mejor y que mi familia encuentre la paz y la estabilidad económica. No me importa trabajar siempre que sea un trabajo decente», dice Rima. Mustafá espera encontrar pronto un trabajo: «Soy cocinero. Si me sale en hostelería, mejor».

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