Diario de León

Refugiados en León | Derian David Chacón Gil

«La guerrilla mató a mi padre en Colombia y a mí me querían reclutar»

Derian David Chacón ha vivido la muerte de primos y vecinos en una región colombiana acosada por guerrilla y paramilitares por culpa de la coca. Estuvo desplazado en su país durante siete años y desde hace dos espera una respuesta a su petición de protección internacional en España con la ayuda de Accem.

marciano pérez

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León

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La masacre de Putumayo es uno de los últimos episodios de violencia en Colombia. Ocurrió en la mañana del 28 de marzo en la Vereda del Alto Remanso. Once muertos, entre ellos varios civiles, que el Gobierno de Iván Duque señaló como disidentes la guerrilla de las Farc y que organismos internacionales como Human Rights Watch y la ONU sospechan que pueden ser ‘falsos positivos’, es decir, civiles asesinados sin relación con la guerrilla.

La violencia es el pan nuestro de cada día en Colombia, aunque figura como país en paz y sin crisis a efectos de la protección internacional. El resultado es que el 99,9% de las solicitudes de colombianos para asilo y refugio son rechazadas. Derian David Chacón Gil, de 26 años de edad, nacido en Villanueva de Nariño, al suroeste de Colombia, aún tiene la esperanza de formar parte del 0,1% al que excepcionalmente que consigue que sea reconocida legalmente la persecución que han sufrido y el peligro que corre su vida.

David ha pedido protección internacional por motivos de violencia. Viene de una zona «roja», como se conoce en Colombia a las zonas donde la guerrilla y las fuerzas paramilitares hacen que la vida de la gente, pequeñas comunidades de campesinos, penda del silbido de la balas. «Todo empezó hace muchos años cuando mataron a mi papá». Solo tenía cinco años. Su padre era un líder social de la vereda —el barrio— y figura oficialmente como asesinado por la guerrilla.

«Es común que si no das una cierta cantidad de dinero al mes te reclutan como guerrillero. Mi madre me sacó del pueblo como desplazado y estuve siete años»

«El Estado le reconoció como víctima y nos dio una indemnización con la que mi madre compró fincas para cultivar café», explica. El café y el azúcar de caña son dos de los cultivos tradicionales de la zona, aunque los campos están cada vez más rodeados por los cultivos de coca. Al saberlo, «la guerrilla le exigía que entregara el dinero o las escrituras. Es común que si no das una cierta cuota de dinero mensual te reclutan como guerrillero para la guerrilla», explica.

David estaba en una escuela de fútbol y le iba muy bien. «Es el único sueño que te puedes permitir en esas zonas recónditas». Su madre sabía del peligro que corría y «me sacó del pueblo como desplazado». Le dieron asilo político en la ciudad de Popayán. departamento de Cauca. «Me dediqué a estudiar pedagogía básica para dar clases en colegios y entrenamiento deportivo». Trabajaba vendiendo ropa, cargando en bodegas y de camarero. «Estuve siete años fuera de mi pueblo, sin ver a mi familia ni a nadie». Cuando se firmó el tratado de paz de Colombia —4 de septiembre de 2012— «volví, pero no me dejaron bajarme del terminal. La guerrilla ya sabía que estaba en el pueblo y no me podían mandar a otra ciudad porque desplazado —refugiado interno— porque ya había hecho el proceso. Ahora no sólo estaba él peligro, sino también su hermana menor pues «reclutan indistintamente seas hombre o mujer una vez que puedes empuñar un fusil». «Mi madre vendió lo poco que tenía y nos endeudamos en bancos para comprar los ‘ticketes’ y de la noche a la mañana amanecí acá en España con mi hermana», relata.

«Es común que si no das una cierta cantidad de dinero al mes te reclutan como guerrillero. Mi madre me sacó del pueblo como desplazado y estuve siete años»

Llegaron a Asturias a casa de un conocido. Una vez que consiguió el NIE y la tarjeta sanitaria fue operado de un tumor en la pierna que arrastraba: «Me hicieron una cirugía y rehabilitación y después una segunda cirugía porque no había estado bien tratado en Colombia», explica.

No se adaptaba a España y le planteó a su madre regresar a Colombia. «Me dijo que no tenía opción: era quedarme o volver a la situación que ya había vivido. Falleció mi abuela y violaron y asesinaron a unas primitas, asesinaron a otros primos...». Fue entonces cuando «empecé a hacer el proceso de protección internacional con Accem, basándome en que en los tiempos en que salí de mi pueblo hubo muchas masacres, era común ver muertes en la calle», Era febrero de 2020 y aún está pendiente de resolver. Ha pasado de estar en «zona roja» de violencia en su país a tener una tarjeta roja que acredita su condición de solicitante de protección internacional.

El siguiente paso es tener la «carta blanca», que le da posibilidad de residir y trabajar en España. Pero aún es una incógnita.

Accem les acogió a él y a su hermana primero en un albergue que tiene en Pradorrey, a pocos kilómetros de Astorga, con capacidad para 40 personas. Es la fase 0 de la acogida en protección internacional. En la fase 1 pasaron a compartir piso con otra familia y en la 2, en la que se encuentra ahora, vive en un piso alquilado con la ayuda que le presta Accem —máximo 360 euros— en tanto se resuelva su expediente. «Si te llega denegada te quedas sin nada, tienes que irte o pasar a vivir sin papeles y arriesgarte a que te paren un día y te detengan».

A su hermana ya se lo denegaron y a todas las personas de su país que ha conocido. Él es el único al que no han respondido aún. Por eso tiene un hilo de esperanza. «Es casi imposible que te la den siendo colombiano, en el 99,9% de los casos la deniegan. Los únicos que tienen ese beneficio son los venezolanos, que aunque se lo denieguen, al menos tienen residencia, y ahora los ucranianos», lamenta.

Los motivos que le han comentado extraoficialmente es que «supuestamente Colombia aparece como un país en paz y productivo, pero lo que pasa en realidad es totalmente diferente», apunta. Apelar para ganar tiempo es la única posibilidad. «Si demuestras que llevas tres años residiendo en España y tienes un contrato de trabajo por seis meses puedes solicitar la residencia por arraigo», añade.

Mientras espera no ha parado de prepararse para la futura e hipotética búsqueda de empleo (el permiso de trabajo solo llega con la concesión de la protección internacional). «En los primeros meses combiné las terapias con la formación. Hice curso de sociosanitario, montador de andamios, alturas, manejo de maquinaria y ahora mismo de almacenista...», apunta.

El curso termina en junio y en un mes se le acaba la ayuda de Accem. La opción que tiene ahora es acudir al Ceas para solicitar una ayuda de emergencia o ponerse a buscar trabajo (sin contrato) para subsistir. Incluso si le conceden la protección internacional, la carta blanca, el permiso de trabajo «aún se demora medio año».

«La resolución puede tardar un año más o puede que mañana mismo me llamen». Vive en vilo. «Presenté la declaración escrita y como pruebas puedes anexar link de noticias que acrediten la situación». David Chacón ha incluido las noticias sobre masacres en su pueblo, incluida la muerte de sus primos. «También te exigen que antes de pedir asilo en España lo hayas pedido en Colombia y tuve que pedir el certificado de la fiscalía de desplazado de Nariño a Cauca; incluó la carta de amenazas de la guerrilla, el certificado de que Nariño es una zona roja de guerrilla...».

David explica el contexto en el que se encuentra Villanueva de Nariño. «Mi pueblo es solo cafetero, pero está en medio de una montaña donde solo se cultiva coca y es el pasillo en el que pasan los que controlan la coca», comenta. «Los campesinos sobreviven mejor con el café, la caña de azúcar o el aguacate que con la coca», pero viven bajo la presión de la guerrilla y ahora también de los gaintanistas, «un grupo armado para ir contra la guerrilla», y «el cartel de Sinaloa de México, que ya se quiere apoderar de las zonas coqueras de Colombia». Cuando le preguntas por su madre, responde después de una pausa angustiosa: «¿Mi madre? Mi madre sigue allí. Como te dije, para poder salir de allí tuvimos que vender literalmente la conciencia para poder comprar los ticketes. Son 8 millones de pesos por dos ticketes».

La idea de David y su hermana es «ponernos a trabajar y poder traer a mi madre. Mi madre y mi abuelo son la única familia que queda de toda mi familia, además de un hermano mayor que tengo que ya lo sacaron de Nariño».

La esperanza que aún mantiene sobre el fin positivo de su expediente se debe a que su expediente ha seguido un doble camino. «La persona a la que hice la declaración me pidió que entregara dos copias de las pruebas —dos pinchos— uno para la vía normal y otro para que lo revisen en otro departamento más especializado» y comprueben la veracidad de las pruebas. David Chacón Gil reconoce que hay «personas que piden la protección internacional porque quieren una vida mejor y literalmente no están pasando por lo que nosotros estamos pasando. De hecho hay personas a las que ni siquiera les procesan la solicitud. Si no te llaman en 15 días quiere decir que empieza el proceso».

Revivir lo ocurrido ha arrancado sus lágrimas. Mientras estuvo en el albergue se puso a escribir su historia. Le gustaría publicarlo en un libro aunque ahora ha parado debido a las ocupaciones que tiene con los cursos. A diario acude a las clases y hace ejercicio en el parque, «no hay dinero para el gimnasio. Y se adapta poco a poco a la vida en España.

Aunque lleva dos años y la lengua, aparentemente, es la misma las distancias culturales son grandes. Recuerda un día en que le enviaron a comprar una fregona y se pasó leyendo las estanterías del supermercado durante mucho rato sin saber lo que buscaba. «En Colombia una fregona es una mujer que molesta, allí le llamamos trapeador», explica.

El frío es otro de los contrastes que vive. No solo del clima, sino también en el contacto social. «Allí somos muy expresivos y aquí como que te tienes que cortar porque te meten el miedo y no quieres cagarla. No sabes si saludar o no». Como contrapartida, vivir en paz no tiene precio. «Aquí sales a la calle a cualquier hora y no te pasa nada. Allí no puedes ir con el teléfono, ni con aretes... En eso si te adaptas...», aunque al principio «uno viene como trastornado de escuchar ráfagas de tiroteos y escuchas el ruido de una moto y te asustas. Sigues en la paranoia. Allí el miedo se te vuelve natural, es como el día a día». David está agradecido por la ayuda de Accem y de que la sanidad pública española le haya salvado la pierna. Sigue en revisiones por el tumor en la pierna. Ahora está pendiente de una radiografía. Está agradecido por el trato. En Colombia le llegaron a ofrecer como solución la amputación. No se queja nunca. «Allí decimos que después de que nos den salud nosotros hacemos el resto». La muerte de su padre «no fue lo más duro». No sólo porque tenía cinco años, sino por el escaso contacto familiar. «Desde niños te levantan pronto para ir al colegio y ellos a trabajar», explica. «Lo más duro —asegura— es estar de lugar en lugar, sabiendo que de un momento a otro tienes que abandonarlo todo. Empacar lo que te queda en una maleta y marchar». Ahora las cosas están más difíciles para los colombianos. Su primo Jesús Alfredo Gil acaba de llegar y ya le han dicho que hay una espera de más de tres meses por la crisis de Ucrania y la cantidad de refugiados que esperan.

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