Diario de León

«El secreto de mis 110 años es la paciencia y cantar y bailar»

La leonesa Ángeles de la Fuente celebró sus 110 años en la residencia pública de Armunia con sones de dulzaina y tamboril y soltándose a cantar tras apagar las velas. La abuela de León asegura que el secreto de su longevidad es «disfrutar (y también sufrir mucho), la paciencia y cantar y bailar». Ayer cogió pilas para continuar...

Ángeles y su marido en el río. DL

Ángeles y su marido en el río. DL

León

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Cumplir 110 años es cosa seria y Ángeles de la Fuente, que ayer alcanzó la cima de la longevidad en León con esta edad, mantuvo la formal compostura desde que le pusieron la cuelga hasta que sopló las velas. ¡Y con qué ganas!

El semblante le cambió cuando los sones de la dulzaina y el tamboril penetraron en el tele club de la residencia de mayores de Armunia donde todos los residentes se reunieron para la fiesta de cumpleaños. También le acompañó su hijo Cayetano Rodríguez, de 80 años, que vive en Castellón y este año la situación pandémica le ha permitido venir a León en fecha tan señalada.

La música hace milagros. Los sones tradicionales de pasodobles y jotas espabilaron la memoria sonora de la mujer abrumada por el agasajo de cuelga y pasteles y la moviola de su vida desfilando en fotos para toda la residencia. La chispa de la vida se encendió en sus ojos y empezó a mecer los brazos, con esos gestos aprendidos que parece que se olvidan con los años y vuelven cuando algo emocionante hace click en el cerebro (y seguramente el corazón). Si los vídeos le trajeron las felicitaciones de nietos y bisnietos diseminados por distintas partes del mundo, con la música llegó el recuerdo de su padre, que aparte de ser herrador fundó orquesta propia y tocaba la dulzaina y el clarinete.

Antolín Cardeñoso, a la dulzaina, y Cruz Viejo, al tambor, obraron el milagro un año más en homenaje a Ángeles de la Fuente y su larga edad y al amor por las raíces tradicionales leonesas que comparten y les ha unido.

Ángeles de la Fuente Campo nació en San Justo de los Oteros (Corbillos de los Oteros) el 24 de marzo de 1912. Fue la segunda hija de los doce descendientes (muchos fallecidos de niños) que tuvo el matrimonio formado por Cayetano de la Fuente García y Valeria Campo Martínez. El oficio de su padre, que era herrador, les hacía moverse de un sitio a otro. De muy pequeña fueron a vivir a Grajalejo de las Matas.

«Eran tiempos duros y pude ir a la escuela muy poco», comenta Ángeles en la semblanza que le hicieron en la residencia de Armunia, donde vive desde hace casi 15 años, para conmemorar sus 110 años. Al ser la chica más mayor —el primogénito era varón— le tocó cuidar a los hermanos más pequeños.

A los 12 años, vino a León a las monjas trinitarias para que le enseñaran a hacer «las labores de las casas de ciudad y a coser». Al poco tiempo entró a servir en la casa de Hipólito Romero y Emilia Bueno, a quienes considera su segunda familia después de seis años en su casa.

A los 22 años se casó con José Nicolás Rodríguez en la iglesia de San Marcelo. Tuvieron cuatro hijos. Dos niñas gemelas, que fallecieron de pequeñas, y dos niños, Cayetano y José Luis, este último más conocido como Pepe o Pepín-Moradillo porque trabajaba en esta de confección del centro de la capital, además de ser jugador de fútbol de la Cultural y del Júpiter Leonés.

Cuando a Ángeles de la Fuente se le pregunta por el secreto de longevidad responde: «¿El secreto? Pues disfrutar de la vida y sufrir mucho, con paciencia y cantando y bailando». Tomen nota.

Ha sobrevivido a dos pandemias, la gripe española y el «coronanito», como le quedó grabada la palabra coronavirus cuando llegó la pandemia, que tanto ha castigado a las personas mayores. Sufrió la muerte de sus dos hijas gemelas —una casi recién nacida y Carmina a los nueve años— y durante la Guerra Civil se las tuvo que apañar sola porque a su marido no solo le tocó luchar en el frente, sino que después cumplió otros cuatro años de servicio militar. Fregaba la escalera de su casa para ganarse unas pesetas y cosía pantalones y otras prendas por encargo.

Los recuerdos de la orquesta de su padre son los que más le gusta sacar del baúl. «Él tocaba y yo cantaba». Ayer, Ángeles volvió a conectar con la parte más alegre de su pasado. El popurrí con que le obsequiarron Tolo y Cruz empezó con la canción popular A la entrada de León , siguió con En casa del tío Vicente y Manolo y no faltaron La morena de mi copla , el pasoble de Los Payuelos, la jota del tío Santiago, un pasodoble romántico y, para terminar, Adiós con el corazón .

LA PASTORADA DE GRAJALEJO

Ángeles empezó recitando unas estrofas de la Pastorada de Grajalejo de las Matas antes de soplar las velas. «Tomemos agua bendita, que nos sirva de escalera, para ir a visitar al cielo a la virgen santa y su esposo...».

Cuando paró la música para comer el mazapán y los pasteles en su honor se arrancó con una canción de los tiempos de la orquesta de su padre: «...Las botellas pide ron, las damas el chocolate... Ay que pena y qué dolor, ay qué penita y qué dolor.. qué sentimiento y qué pena. Cuantos malos ratos paso por decirte adiós, morena, ¿cuándo te volveré a ver? Cuando las flores de un camposanto vuelvan a reverdecer».

El repertorio popular se agolpó en la memoria refrescada de Ángeles. Como broche a sus 110 años rescató una plegaria que bien puede servir para los tiempos que corren al ritmo de tambores de guerra y sonadas pitadas de camiones por el precio del combustible: «Pájaro lindo, lleva este granito, lleváselo a Dios para que no nos mande ni sarna ni sarampión, ni dolor de muelas ni de corazón».

La fiesta de cumpleaños se prolongó por la tarde. Ya sin la presión de tanto público ni ceremonias, Ángeles soltó sus pies y sus brazos y siguió cantando. Cogió pilas para continuar...

Aunque vive apartada del mundanal ruido añora las tiendas y el bullicio de la ciudad. Para ella León es una capital tan importante como Madrid, con buenos comercios», dijo. Y el personal que le cuida en la residencia, una bendición.

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