Diario de León

El sedentarismo daña más la salud que la contaminación

La actividad cayó en el confinamiento de 2020 un 95%, lo que supone un 10% más de infartos e ictus, y un 8% de depresiones

Varias personas hacen ejercicio en la primera salida tras el confinamiento. J. CASARES

Varias personas hacen ejercicio en la primera salida tras el confinamiento. J. CASARES

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Que no practicar ejercicio pasa factura o que respirar y disfrutar de la pureza y tranquilidad del monte es bueno son certezas que para la mayoría no precisan de prueba alguna. Es un hecho indiscutido, demostrado por científicos y profesionales de la salud, que el sedentarismo y la contaminación atmosférica y acústica son factores de riesgo y precursores de graves enfermedades, tanto físicas como mentales.

Pero, llevados al límite, ¿qué es peor para nuestra salud, un factor de riesgo o el otro? La respuesta a esa cuestión es una de las que aporta una investigación recién publicada en la revista científica Environmental Pollution por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), un nodo de investigación sanitaria impulsado por la Fundación La Caixa.

Un equipo liderado por Sarah Koch aprovechó la situación inédita del confinamiento europeo de 2020 para investigar cómo afectan a la salud las situaciones de emergencia. Para ello, tomaron tres referencias: Barcelona, con un encierro «estricto»; Viena, con un confinamiento intermedio y flexible; y Estocolmo, con las medidas más «laxas» del continente, basadas en la voluntariedad y la responsabilidad individual. Seleccionaron tres variables: el nivel de actividad física y las tasas de dióxido de nitrógeno (NO2, el principal tóxico atmosférico) y de ruido ambiental. Y, por último, calcularon antes, durante y después de los encierros la evolución en cada urbe de cuatro enfermedades muy vinculadas, para bien o para mal, a estos tres factores de riesgo: infarto, ictus, depresión y ansiedad. Meses de estudio después, tuvieron dos certezas generales. La primera, que cuanto más estricto y largo es el confinamiento más fuerte es el descenso de las variables estudiadas (actividad y contaminación). Y la segunda, más sorprendente, que el daño a la salud que provoca un sedentarismo extremo es mayor que los que causan a nuestro organismo el humo y el ruido de los tubos de escape y el tráfico. «Pese a las diferencias observadas en las tres ciudades, hay un patrón que se repite. Los beneficios de salud que derivarían de la mejora de la calidad del aire y del ruido —conseguida en las tres capitales— no lograrían compensar los efectos profundamente negativos de la caída en los niveles de actividad física», detalla Sarah Koch.

Situación extrema

En otras palabras, el sedentarismo es la variable que más negativamente impacta en la salud de las tres estudiadas. Se vio en Barcelona, donde en los meses del encierro se detectó un desplome del 95% de la actividad física media de sus vecinos. Si esta tasa cercana a cero hubiese durado un año habría disparado en el 10% los infartos e ictus, el 12% los cuadros de ansiedad y el 8% las depresiones.

La caída a la mitad de la tasa de NO2 del aire —irrepetible hasta que triunfe el coche eléctrico— y una reducción del ruido ambiente en nada menos que cinco decibelios, algo difícil de repetir, solo pudieron contrarrestar el aumento de nuevos pacientes que habría ocasionado un año de semejante inactividad. Algo muy similar ocurrió en Estocolmo, donde un retroceso de la actividad física del 42% engulló las saludables ventajas del descenso del ruido en dos decibelios y del 9% de tóxicos del aire.

En Viena, pese su confinamiento blando, la caída de la actividad física alcanzó el 76%. Este dato, acompañado de una reducción significativa de la contaminación, pero más moderada que en Barcelona —22% menos de NO2 y caída de un decibelio—, disparó las enfermedades. La proliferación del sedentarismo hizo que, aún descontados los beneficios de un aire mucho menos tóxico y de menor estrépito, el número de pacientes graves subiese diez puntos.

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