Diario de León
Publicado por
Pedro Díaz Fernández
León

Creado:

Actualizado:

Una mujer te observa con los ojos entornados, su sonrisa es amplia, segura, pícara…, cubre su pecho con una pequeña prenda transparente y seduce, tiene la capacidad de seducir a aquellos que cruzan por la plaza de Cacabelos. La mujer, pintada sobre la fachada de un edificio, está obesa.

El Ministerio de Igualdad publicó un cartel titulado ‘El verano también es nuestro’ y en el mismo varias mujeres muy gorditas mostraban su cuerpo con el fin de animar a otras mujeres, temerosas de enseñar su cuerpo o de sufrir algún tipo de humillación, a disfrutar de la playa. La polémica volvió a surgir, como con aquella famosa frase: «Sola y borracha quiero volver a casa». Me da la impresión de que la parte reivindicativa (derecho a ser libres sin ser víctimas de agresiones y derecho a no ser objeto de vejación por tener un determinado cuerpo) entra en conflicto con la parte pedagógica.

Las barrigas cerveceras y los michelines abundan en la playa y la piscina. Nos encontramos ante un problema de salud pública tan importante que casi se podría decir que lo raro es no padecer algún tipo de sobrepeso. Además, el futuro no es nada prometedor, ya que vamos camino de rodar el próximo verano azul con un solo Tito y el resto de la pandilla con el aspecto de Piraña.

Solucionar el problema parece sencillo. Basta con hacer más deporte y cuidar la alimentación. Pero no nos equivoquemos; toda una industria conspira para enriquecerse destrozando nuestra salud. ¡Qué pobreza de sabor la de las verduras y las hortalizas cuando hemos probado los potenciadores artificiales de la bollería! En esos momentos de ansiedad o hastío, ¿quién puede llevarse a la boca un pequeño trozo de veneno cargado de glutamato monosódico y dejar la bolsa sin terminar? Cuando hemos caído víctimas de las drogas del sabor y la sobreingesta, no nos queda otra que desengancharnos. Tenemos que aprender a comer de nuevo y, en el caso de muchos niños y adolescentes, aprender a comer por primera vez. Para ello necesitamos desarrollar un fuerte autocontrol, pero cómo vamos a evitar los estímulos antes de podernos enfrentar a los mismos si nuestro día a día está lleno de estanterías cargadas de todo tipo de aperitivos que te harán salivar, de cenas de amistad y de patatas fritas en los bares. Hay especialistas que pueden ofrecernos su ayuda, incluso cuando existe otro problema de fondo que origina los atracones, pero hay que ser prudentes, porque de nuevo hay muchos charlatanes dispuestos a enriquecerse a costa de la salud de otros. Habría que recordar que este trastorno realmente se origina con la primera mal llamada dieta, la primera de muchas, y que se soluciona cambiando conductas, generando hábitos y, finalmente, con un nuevo estilo de vida.

Llegamos ahora a la parte emocional del problema. Las personas formamos nuestra idea de nosotros mismos (autoconcepto). Valoramos nuestra belleza, fortaleza, inteligencia, elegancia, bondad..., toda una serie de atributos, y es en las relaciones con los otros donde obtenemos esa imagen que a su vez puede estar más o menos deformada. Pongamos el ejemplo del que se mofa del cuerpo de una mujer. Este puede rodearse de imbéciles que reirán sus gracias, entonces construirá una imagen en la que se considerará simpático, cuando la gran mayoría lo considerará un imbécil más. Pero siendo la idea que tenemos de nosotros la que, a su vez, nos ayuda a conformar nuestra autoestima, es curioso que alguno de esos atributos que no nos gusta o son poco valorados eclipse todos aquellos que lo compensan y nos harían sentir personas dignas de querernos y de ser queridas. Ese malestar puede ser fuente de mucho sufrimiento inútil, pero también puede darnos la oportunidad de intentar buscar el cambio. Por ejemplo, el imbécil puede ser además inteligente y guapo, pero si hay suerte y, por un instante, deja de confundir la imbecilidad con la simpatía, puede verse así: ¡imbécil!, inteligente, guapo, y tratar de cambiar sus actitudes para lograr un autoconcepto de sí mismo mejor y más ajustado a la realidad. En el título que he elegido, La gorda de Cacabelos , utilizo un recurso literario (sinécdoque) con el que tomo la parte (gorda) por el todo (esa mujer tan interesante y bien retratada). Me he valido de él para llamar vuestra atención, pero no deja de ser el mensaje con el que ella se enfrentaría a menudo y no deberíamos olvidar que tomar ciertos atributos, con un mal uso de los mismos, para designar a toda una persona es una imbecilidad y el que ha adquirido ese hábito, un imbécil.

Ahora llega la gran diferencia. Debemos ser muy respetuosos con la batalla interior de cada persona (como puede ser la de aceptarse y, tal vez, después, buscar algunos cambios para mejorar y sentirse aún mejor), pero despreciar, afear, reprobar…, en definitiva, hacerle saber a alguien que, con sus miradas, comentarios, risitas o lo que sea, está haciendo sentir mal con su propio cuerpo a otra persona (aún no vacunada contra los ataques de los imbéciles), nos enriquece socialmente y puede servir de ayuda a quien se cree tan simpático.

Las responsables del Ministerio de Igualdad utilizaron y falsificaron el cuerpo de determinadas mujeres con la justificación de que pretendían denunciar la violencia estética. No estuvieron a la altura porque esas modelos no autorizaron su uso y, además, se editaron eliminando una prótesis de una pierna, añadiendo bello en un sobaco depilado o el pecho a una mujer con una doble mastectomía… Discutir su torpeza es absurdo. Ahora bien, no resulta sencillo transmitir un mensaje para reivindicar que todos los cuerpos son igualmente válidos y, al mismo tiempo, tratar de educar para no perder la batalla contra los trastornos de la alimentación. Tal vez se necesitaría la sutileza de un artista… tal vez…

¿Os he hablado de la mujer seductora, interesante, segura de sí misma, que te mira con sus ojos entornados cuando cruzas por Cacabelos?

tracking