Diario de León
Publicado por
Luis-Salvador López Herrero, médico y psicoanalista
León

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Necesitaba un poco de calma después de tanto alboroto. Así que decidí pasear por el claustro de la Catedral de León. Afortunadamente no había nadie. ¡Qué placer contemplar ese espacio de majestuosidad a pesar de encontrarse carcomido por la contaminación y el paso del tiempo! En un alarde de parsimonia miré las estatuas que contorneaban el camino, como esperando encontrar alguna respuesta a lo que está cayendo, pero nada de nada: éstas se mantuvieron imperturbables. Y, pensé: «¡Cuántas desgracias, sufrimiento, dolor y acontecimientos no habrán hecho retumbar estas paredes!». Sin embargo, ahí estaban impertérritas, observando cómo nuestro estilo de vida hipermoderno se tambalea, por momentos, sin que nadie termine de comprender cabalmente lo que está aconteciendo. Pero tengo un nombre que deseo compartir con todos ustedes, respecto al acontecimiento que nos envuelve, para aportar cierta orientación y calma, «Lo real»: un concepto psicoanalítico esencial.

Así es, vivimos bajo su empuje a través de una supuesta «guerra silenciosa», tal y como un paciente, con una risa sardónica labrada por la edad, me susurró en medio de la consulta. De hecho cada vez más se escucha un lenguaje de tinte militar (toque de queda, primera línea de batalla, confinamiento, equipos de protección especial, estado de alarma…), mientras el supuesto enemigo sigue ejerciendo, de modo implacable, su trabajo de destrucción lento pero letal. No obstante, tengo la impresión de que más allá de los miedos o de la algarabía juvenil, la población sigue sin entender lo que está sucediendo mientras, en su rutina esperanzadora, se deja embaucar en la programación de futuros viajes, fiestas navideñas o reuniones variopintas. En el fondo, la comunidad no ha asumido aún en conciencia el incierto momento que atravesamos porque, quizás, hace falta valor, serenidad y aceptación de los hechos, para luego actuar dentro de nuestras posibilidades. Como decía Orson Welles en su Historia inmortal: «No me gustan las profecías, amo los hechos». Sucesos que ahora se imponen con rotundidad, precipitando cierta perplejidad generalizada.

Por ejemplo, en una conversación, un amigo me mostró su desconcierto por las cifras de contagios que se disparan, sin que nadie pueda explicar satisfactoriamente el fracaso de todas las medidas adoptadas. Ante su incomprensión, me limité a nombrar «Lo real», del mismo modo que el coronel Kurtz anunciaba su vivencia en esa legendaria secuencia de Apocalypse Now: «El horror, el horror…».

Sí, lo real, convertido en imprevisto, ha irrumpido en nuestras vidas para desbaratar cualquier sentido lógica o ley, porque, como dice Lacan, «lo real es sin ley». Nos llevará cierto tiempo aprehender este real en juego a través de un sentido que ponga límites a esa fuerza inesperada. Puesto que, una de las manifestaciones de lo real, es ésta: lo impensable, lo repentino o lo sorprendente. Dicho de otro modo: lo real es lo que nos atraviesa agujereando todo nuestro conocimiento actual.

Luego lo real no es la realidad que supuestamente conocemos, sino más bien todo eso que desbarata nuestra realidad, nuestro mundo. Allí donde aparece el sinsentido, por más que agudicemos nuestros planteamientos, premisas o razonamientos, ahí se estará manifestando lo real. Pero no hay que pensar por ello que antes de su llegada no estuviera ya existiendo entre nosotros. No, simplemente permanecía oculto, velado bajo el prisma de nuestras creencias y seguridades, puesto que no es posible vivir con su presencia constante. De ahí la angustia como señal de su llegada y la necesidad de contenerla a partir de esa maquinaria de creencias, que anhela sostener, que el mundo que conocemos se mantendrá siempre igual, bajo nuestro control. Lo cual no deja de ser sino que una ficción, un sueño. Por eso lo real, como si de una pesadilla se tratara, tiende a hacernos despertar, para luego seguir soñando con la supuesta «nueva normalidad».

En la actualidad uno de los nombres de lo real a modo de pesadilla, es el covid. Su denominación es la manera inicial que tenemos para cernir un malestar que no se agota simplemente con nombrarlo, como vamos comprobando. La falta de tratamientos eficaces o la imprevisibilidad de su conducta, o el movimiento morboso y caprichoso de sus elecciones, nos indican que nada está bajo control, que él dirige nuestra escena. Pero, en realidad, la vida nunca ha estado ni lo estará, bajo nuestros dominios. Y, éste es el verdadero mensaje a elaborar por cada uno de nosotros, hasta llegar a aceptar esa presencia de lo real como inevitable e ineludible. ¿Significa esto que deberíamos dejarle actuar a su antojo o qué nada de lo que hagamos servirá? En absoluto es ésta la cuestión. El verdadero meollo a reconocer, es que más allá de nuestros conocimientos siempre habrá un resto, lo real, por el que lo inimaginable se introducirá entre nuestros planes, para golpear cualquier posible afán de predicción o garantía absoluta. En este sentido, aceptar lo real y manejarlo es también un modo de conocer nuestras propias limitaciones como de interrogar nuestra existencia, de un modo mucho más veraz. Para concluir: no hay época sin acontecimiento. Luego igualmente que nuestros abuelos y padres nos explicaron sus «batallitas» frente a lo real, tal vez éste sea nuestro acontecimiento, aquel que podríamos relatar a las generaciones venideras, si la diosa fortuna lo permitiera, para goce y disfrute de nuestra anhelada supervivencia como triunfo momentáneo sobre el mal.

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